Tyler Cowen
En internet, como me lo recordó recientemente un amigo, todo parece permanente hasta que deja de serlo. A medida que la tecnología evoluciona, es probable que el cambio más profundo y desestabilizador sea la transición de servicios de internet centralizados a servicios descentralizados.
Los servicios centralizados generalmente son administrados por empresas o instituciones, como Facebook, Twitter o Amazon. Hay una estructura de comando y un jefe, y se pueden realizar cambios por decisión deliberada. Bajo este esquema, incluso Wikipedia cuenta como centralizada, aunque los editores y colaboradores estén dispersos por todo el mundo.
Los servicios descentralizados son más difíciles de definir, pero hay dos ejemplos simples que pueden ser útiles. El primero es el correo electrónico, que consiste en redes de reglas e interconexiones que no son propiedad de ninguna compañía o institución, aunque su proveedor de correo electrónico pueda serlo. El segundo es la World Wide Web (www) o red informática mundial, que es una serie de protocolos con un montón de cosas incorporadas. Bitcóin también opera de manera descentralizada, a menos que la mayoría de los mineros de la cadena de bloques decida lo contrario, lo cual es muy difícil de lograr.
Cuando escucho a personas comunes hablar sobre el futuro del internet, la pregunta más frecuente es cuál será el próximo tipo de empresa o servicio. Clubhouse, el foro de debate por audio, es una innovación reciente en las redes sociales, y sin duda habrá más.
Cuando escucho a empresarios de internet hablar sobre el futuro, la pregunta central es cuál podría ser el próximo tipo de plataforma o servicio descentralizado. El internet ha tenido numerosos cambios fundamentales desde sus orígenes en la década de 1960, y cada vez más personas brillantes están trabajando en innovación. No hay una buena razón para suponer que el statu quo es sagrado; de hecho, hay muchas razones para suponer lo contrario.
El empresario de tecnología Balaji Srinivasan predice un futuro radicalmente descentralizado. En sus frecuentes publicaciones en Twitter, la criptografía y la descentralización se apoderarán del mundo, parafraseando la afirmación de Marc Andreessen sobre el software. Si Twitter censura algunos de sus usuarios, estos pueden buscar nuevas plataformas que no permitan tales intrusiones.
¿Por qué no, por ejemplo, poner las redes sociales en cadenas de bloques y tener micropagos eficientes en criptomonedas para recompensar a aquellos que ayudan a mantener tales mecanismos? Censurar las publicaciones en un servicio de este tipo sería tan difícil como intentar sobrescribir un cadena de bloques; es decir, muy difícil (de hecho, tales publicaciones serían una cadena de bloques, aunque de una manera más digerible). Y en lugar de tener que lidiar con las reglas de contenido de Twitter o WhatsApp, tal vez podría personalizar y crear sus propias reglas.
Según Srinivasan, tales intercambios —no solo por dinero sino también por información— eventualmente evolucionarán más allá del fácil control gubernamental o de otra índole. Incluso podría ser difícil reconocer qué es el dinero. El mundo actual no habría tenido sentido si hubiéramos tratado de describírselo a alguien hace una década.
Otra visión vertiginosa del futuro se puede vislumbrar en zora.co. Si quedan desconcertados, ¡bienvenidos al club! Pensemos en Zora como Spotify, excepto por algo más que música, y los creadores mantienen los derechos y venden a los precios que deciden. Pretende ser un ecosistema de código abierto para construir el futuro del arte.
Si se produce una descentralización radical, el concepto que más necesita una revisión radical podría ser la adjudicación. ¿Han leído esas historias de personas a las que les han hackeado sus billeteras encriptadas y no tienen un banco o intermediario al que acudir para obtener un reembolso? ¿O de aquellas personas que no recuerdan sus contraseñas criptográficas y como resultado perderán millones en cuentas bloqueadas? Es posible que este tipo de cosas se vuelva mucho más común, y las nociones de control requerirán un replanteamiento generalizado.
Habiendo crecido en un mundo analógico, encuentro estas ambiciosas visiones tanto sorprendentes como desconcertantes. Por un lado, he visto la transición de tanta actividad hacia el mundo digital que otra gran revolución no debería sorprenderme. Por otro lado, a una parte (posiblemente atávica) de mí le gusta saber que alguien o algo está bajo control, ya sea de un Gobierno, un grupo de personas en Mountain View o hasta mi decano en George Mason University.
“La vida en la cadena de bloques” parece alienar de una manera que va más allá de las preocupaciones marxistas del viejo estilo (recuerden que soy el tipo de persona que prefiere meter monedas en el parquímetro en lugar de descargar la aplicación). Cuando me pregunto qué servicios realmente me faltan, me doy cuenta de que me interesa mucho más un nuevo restaurante chino que haya abierto en mi ciudad que las nuevas plataformas de código abierto para permitir innovaciones que nunca entenderé.