Premio Nobel de Economía 2008
Se suponía que, a estas alturas, la presidencia de Joe Biden estaría acabada —su poder político destruido por una devastadora ola roja en las elecciones de mitad de periodo y la credibilidad de su política económica eviscerada por una recesión y una alta inflación—. Pero solo hubo una olita y las cifras económicas recientes han sido favorables. Medio millón de empleos se generaron en diciembre, con lo que el total bajo el mandato de Biden suma 12 millones y el desempleo está en 3.4%, la tasa más baja desde 1969. En los últimos seis meses, la inflación anualizada ha sido menor a 2%.
Si las noticias económicas parecen demasiado buenas para ser ciertas, probablemente sea porque lo son. La mayoría de expertos con quienes converso, piensa que el reciente informe laboral fue una anomalía estadística. Y la data de la inflación refleja varios factores temporales, aunque estos van en ambas direcciones; no me sorprendería si la inflación se eleva en los meses siguientes, pero eso no es, en absoluto, seguro.
Sin embargo, lo que está claro es que hasta hace unos meses la mayoría de pronosticadores económicos era demasiado negativa respecto de las perspectivas del país. En particular, atravesamos la “época de la estanflación” —el verano (boreal), que se extendió hasta el otoño, en que muchos economistas influyentes hacían declaraciones extremadamente sombrías sobre lo que se necesitaría para controlar la inflación. Pienso que es importante preguntarse por qué se equivocaron tan feo.
Pero díganme de algún economista que no haya realizado predicciones incorrectas y yo les mostraré a alguien que no toma suficientes riesgos intelectuales. Yo he hecho abundantes proyecciones erróneas; en especial, no esperaba que la inflación escalase como lo hizo. Dicho esto, he examinado los más influyentes de esos análisis pesimistas y es sorprendente cuán lúgubres fueron en comparación con lo que realmente ha ocurrido.
El más conocido fue el de Larry Summers, quien en junio declaró que controlar la inflación requeriría cinco años de 6% de desempleo, dos años de 7.5% de desempleo o un año de 10% de desempleo. Una monografía influyente, presentada en la Institución Brookings en setiembre, predijo que la inflación permanecería muy alta a menos que hubiese un enorme incremento del desempleo. Si bien la inflación podría no estar totalmente controlada, se ha reducido lo suficiente sin ningún aumento del desempleo, lo que indica que tales predicciones fueron exageradamente pesimistas.
¿Por qué la gente las creyó? No todos en el “equipo estanflación” usaron el mismo enfoque, pero gran parte del pesimismo —tal vez todo— se apoyó en el supuesto de que la inflación de 2021-2022 fue como la de los años 70, que solo pudo ser contenida vía un prolongado periodo de desempleo muy elevado. No obstante, siempre hubo motivos de peso para pensar que era una mala analogía.
Los economistas que en gran parte estuvieron acertados, como Joseph Gordon, del Instituto Peterson, argumentaron que la guerra de Corea (1950-53) —que generó un agudo pero corto salto de la inflación— era un mejor modelo que el de los 70 para explicar lo que estaba sucediendo. Yo y otros puntualizamos que la desinflación de los 80 fue difícil principalmente porque las expectativas de una persistente inflación se habían atrincherado, lo que claramente no es el caso ahora.
Entonces, ¿por qué hubo economistas que hicieron confiadas predicciones de catástrofe y por qué tantos otros, en especial, los medios informativos las aceptaron? No estamos hablando de deshonestidad intelectual: los pesimistas inflacionarios fueron admirablemente claros con su data y supuestos. Pero existe una mentalidad —que posiblemente afecta a los propios economistas y, definitivamente, a buena parte de su audiencia— que siempre está lista para ver cualquier revés económico como una repetición de los años 70, que siempre ve una inminente estanflación.
Esa mentalidad no es explícitamente política; no estoy hablando de quienes pasaron buena parte del 2022 proclamando una recesión y que nunca pedirán disculpas. Pero creo que refleja el anhelo de ver la teoría económica como una alegoría de la moralidad en que los intentos del Gobierno por mejorar la situación son severamente castigados. El inicial paquete de gasto fue más grande de lo que debió haber sido; la Reserva Federal (Fed) demoró en analizar cuán ampliamente crecía la inflación. Desde luego que tales pecados merecen un terrible castigo de los dioses de la macroeconomía.
Pero no sufrieron ninguna penitencia. ¿Reconocerán los profetas de la perdición inflacionaria que se equivocaron? Más importante aún, ¿serán los reguladores, en especial en la Fed, que minimizó los riesgos inflacionarios el 2021, lo suficientemente flexibles para aceptar que el 2022 exageraron con sus ajustes? Porque si no lo son, la respuesta de política económica a una estanflación imaginaria podría generar una innecesaria recesión.
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