Periodista
Si se tratase de números, resulta obvio que obtener 66 votos en el Congreso es más fácil que conseguir 87. Y esa fue la esperanza de muchos: que 66 congresistas votaran por el adelanto de elecciones, ya que no había los 87 para la vacancia.
Sin embargo, como no es una cuestión solo de números, resulta que lograr los 66 votos es mucho más difícil que reunir los 87. Y esto porque los 87 son para sacar a una persona del poder, pero manteniendo la curul; en cambio, los 66 son para un suicidio colectivo: sacan a esa persona del poder, pero autoeliminándose y dejando el Parlamento.
¿Puede este Congreso tener 66 mártires que con su inmolación hagan posible que se vayan todos? No parece posible.
Pedro Castillo se está aprovechando de esta situación, y del miedo notorio que el Congreso tiene de censurar al premier, para evitar que se compute como una bala de plata. Por eso, el Presidente juega con el Parlamento y le saca la vuelta haciendo algunos cambios en el gabinete cuando quiere, que en realidad no representan ningún cambio, pero manteniendo a su principal operador político. Así, puede seguir por mucho tiempo Pedro Castillo, parchando y parchando.
A su vez, el Congreso trata de hacer creer que hace control político y censura a uno que otro ministro de vez en cuando, como el caso de ayer de la ahora ex ministra de Trabajo, y/o cuando el Ejecutivo se lo permite (si no lo cambia antes). Pero, en realidad, el Parlamento, por miedo, por intereses y conveniencia, y por torpeza política, deja (sin querer o sin poder hacer nada) que el gobierno haga y –literalmente– deshaga.
Todos los días leemos y escuchamos a muchos políticos de oposición y analistas atacar, criticar y hasta insultar al gobierno por todo lo que hace, deja de hacer, y deja hacer. Llueve sobre mojado, porque todos ya lo saben, aunque haya quienes todavía no lo admiten o tratan de minimizar lo evidente. Pero muy pocos, y sin la misma intensidad, critican a los verdaderos responsables de que todo esto continúe, a los que tienen la única solución democrática al problema, los que podrían resolver esto con sus votos.
¿Quién es el verdadero responsable: el que destruye, o el que, teniendo como parar la destrucción, permite que siga ejecutándose?, ¿el que actúa mal o el que permite que alguien actúe mal?
Dos han sido, y son, los momentos más difíciles y débiles de este gobierno. Allá por noviembre y diciembre del año pasado, cuando por torpeza, individualismo y “figuretismo” se cayó la vacancia; y estos días, cuándo las acusaciones sobre presunta corrupción ya no son solo dichos de ex aliados del gobierno, sino que aparecen audios que muestran cómo se fue tejiendo la red que luego apareció en el gobierno.
Pero además, se trata de un momento en el que todo lo destruido en pocos meses empieza a pasar la factura, en la economía, en lo institucional, en lo social. Días en que vemos cómo se decreta el impedimento de salida del país a congresistas en ejercicio, algo nunca antes visto, para total desprestigio del Parlamento. Este es un momento de suma debilidad del Ejecutivo, que no se dimensiona adecuadamente por la suma debilidad del Congreso y de la oposición. La fortaleza del Ejecutivo es la debilidad de sus contrincantes
En poco tiempo, se debe renovar la Mesa Directiva del Congreso, y ponemos énfasis en lo de renovar. Porque el país no tendrá una salida mientras el Congreso no asuma su responsabilidad. La Mesa Directiva debe estar conformada por congresistas que quieran jugársela por el país dentro de los cauces democráticos. Y no por gente que sueña con posiciones personales, o que defiende intereses particulares que los mantienen atados a sus curules.