La cúrcuma, una planta con flores de la familia del jengibre, es apreciada desde hace mucho tiempo en la medicina ayurvédica por sus propiedades antiinflamatorias y en la cocina asiática por su sabor terroso y su tono vibrante. Haldi, el nombre en hindi de la especia, deriva del sánscrito y significa “de color dorado”. Pero para los millones de sudasiáticos que la consumen habitualmente, el color amarillento de la cúrcuma puede ser engañoso y mortal.
Para realzar su color, los rizomas de los que se extrae la especia se espolvorean habitualmente con cromato de plomo, una neurotoxina. Esta práctica ayuda a explicar por qué el sur de Asia tiene las tasas más altas de envenenamiento por plomo del mundo. Las enfermedades cardiacas y cerebrales que causa —a las que son especialmente susceptibles los niños— causaron al menos 1.4 millones de muertes en la región en 2019.
El costo económico es paralizante; se estima que ese año el envenenamiento por plomo redujo la productividad del sur de Asia en el equivalente al 9% del PBI. Sin embargo, con políticas inteligentes, un liderazgo informado y una difusión astuta del mensaje esta calamidad puede reducirse bastante. Bangladés ha demostrado cómo.
A instancias de equipos de la Universidad de Stanford y del Centro Internacional de Investigación de Enfermedades Diarreicas de Bangladés, un instituto de investigación, el país lanzó en 2019 una campaña nacional contra la adulteración de la cúrcuma.
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Se hicieron cumplir las normas contra la adulteración y se llevaron a cabo redadas muy publicitadas contra los mayoristas que persistían en esta práctica. La primera ministra, Sheikh Hasina, habló del problema en televisión. Los bazares de Bangladés se llenaron de advertencias. Los medios de comunicación locales también le dieron difusión.
Según datos publicados recientemente, de esta manera el país redujo a cero la prevalencia de la adulteración de la cúrcuma en sus mercados de especias en solo dos años. Con ello, los niveles de plomo en la sangre de los trabajadores de las fábricas de cúrcuma de Bangladés se redujeron en un tercio.
En todo el país, probablemente se salvaron miles de vidas. Los primeros análisis indican que cada año adicional de vida sana cuesta apenas un dólar. Se calcula que obtener el mismo beneficio mediante transferencias de efectivo costaría más de US$ 800.
Otros países en los que el envenenamiento por plomo está muy extendido deberían seguir los pasos de Bangladés. De acuerdo con estimaciones recientes, la friolera de 815 millones de niños —uno de cada tres del total mundial— han sido envenenados por este metal. Según el Centro para el Desarrollo Global, un grupo de expertos de Washington, este desastre explica una quinta parte de las diferencias de aprendizaje entre los niños de los países ricos y pobres.
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El envenenamiento tiene muchas causas. La falta o insuficiencia de reguladores permite que haya utensilios de cocina, cosméticos y otros productos con plomo. Sin embargo, la cúrcuma adulterada parece ser una de las principales culpables en casi todas partes, debido sobre todo a las malas prácticas de la India, que produce el 75% de la especia. India fue la fuente de gran parte del pigmento venenoso hallado en Bangladés y se calcula que es el país con mayor incidencia de intoxicación por plomo.
La respuesta de Bangladés al problema podría funcionar en muchos países si se aplica bien. Sus elementos clave fueron la apertura a la pericia extranjera, la eficacia de las ONG, la voluntad del gobierno para trabajar con estas y la formación de una coalición aún más amplia, que incluía también a periodistas y empresas privadas, con el fin de maximizar el impacto.
Este enfoque de bajo costo, coordinado e implacable para la resolución de problemas, familiar para los admiradores de Bangladés, ha apuntalado su extraordinario éxito en materia de desarrollo durante las dos últimas décadas. También Sheikh Hasina merece que se le reconozca el mérito, aunque su compromiso con una política tan inteligente parece estar decayendo.
El plomo y los líderes
Ante la proximidad de las elecciones, la primera ministra con más tiempo en el cargo del mundo, gobernante de Bangladés desde hace dos décadas, se muestra cada vez más autoritaria e irascible. La importancia de la campaña de la cúrcuma debería ayudarla a cambiar de rumbo. Como demuestra, el modelo bangladesí se basa en la organización, la colaboración y el consenso, no en el dictado político, y de ello depende mucho más que su legado.
India, cuyo líder, Narendra Modi, está en proceso de expulsar a los donantes extranjeros y desmantelar cualquier ONG que considere poco amigable con él, tiene mucho que aprender del enfoque más abierto y pragmático de Bangladés. El mundo en desarrollo tiene innumerables problemas sanitarios y medioambientales que dicho enfoque podría ayudar a resolver; por estas razones tan diversas, debería mantenerse y copiarse ampliamente.
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