El presidente Joe Biden acertó en su decisión de nominar al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, para un segundo mandato. No significa ninguna irreverencia hacia Lael Brainard, a quien estaban considerado como una alternativa.
La Casa Blanca dice que, en cambio, será nominada como vicepresidenta. Ambos son banqueros centrales eminentemente capaces, pero Powell tenía dos buenas razones: la necesidad de continuidad y la de resistir la politización de la Fed en un momento en que su independencia podría estar en tela de juicio.
La Administración Biden no tiene ningún desacuerdo con la forma en que la Fed ha ejecutado la política monetaria durante el primer mandato de Powell. Ante el desafío de la pandemia, el banco central mantuvo un apoyo fuerte y constante a la demanda y logró mantener un buen funcionamiento de los mercados financieros —aspectos que no deben darse por sentado.
En meses recientes, la inflación ha aumentado más de lo esperado por la mayoría de los analistas debido a las interrupciones de la cadena de suministro. Es probable que parte de este aumento sea temporal, pero no está claro qué tanto. La política debe ajustarse, y esto está en marcha: la Fed ha anunciado que reducirá sus compras de bonos en los próximos meses, y los mercados financieros están comenzando a anticipar un alza más temprano en las tasas de interés.
Es fundamental mantener la confianza en la capacidad de la Fed para cumplir con su doble compromiso sobre inflación y empleo. Podría haber sido mejor comenzar antes a reducir su programa de estímulo, cuando aparecieron las primeras señales de una inflación más alta de lo esperado. Pero era una decisión difícil, y Powell y Brainard no estaban en desacuerdo en este aspecto.
De cara al futuro, también sería un error ajustar abruptamente para responder a acontecimientos recientes. Es mejor impulsar las expectativas de los inversionistas en la dirección correcta que empujarlas con demasiada fuerza. Una vez más, Powell y Brainard probablemente estén de acuerdo. El nombramiento de un nuevo liderazgo en medio de esta delicada transición no habría servido para nada excepto para cuestionar la continuidad de la política monetaria, un riesgo innecesario.
Cualquier sospecha de cálculos políticos habría agravado seriamente ese error. Powell es republicano y Brainard demócrata. Su capacidad para trabajar en estrecha colaboración como colegas es bienvenida por derecho propio y constituye un ejemplo para otras partes del Gobierno.
Elegir a Brainard sobre Powell en respuesta a los llamados de los progresistas para un nombramiento partidista simplemente habría despertado la oposición a Brainard en el Congreso y acercado a la Fed un paso más a ser percibida como un actor político en lugar de una entidad políticamente independiente al servicio del interés público. Démosle crédito a Biden por reconocer este inconveniente.
Es claro que, aunque están ampliamente de acuerdo en política monetaria, Powell y Brainard no siempre han coincidido. Brainard favorece un enfoque más estricto de la regulación y ha disentido de muchas de las medidas de la Fed para aligerar los controles financieros en los últimos años. Pero volver a nombrar a Powell como presidente no excluye una revisión del enfoque de regulación del banco central.
La junta de la Fed tiene actualmente una vacante y habrá dos más en breve; Biden también tiene roles de liderazgo que llenar, incluido el de la vicepresidencia de supervisión. Si el presidente prefiere una supervisión financiera más contundente, tendrá la oportunidad de fomentarla.
En esta coyuntura, señalar la continuidad y la competencia bipartidista en la política monetaria debía ser la máxima prioridad. Biden eligió bien.