Por Faye Flam
Durante el fin de semana, el presidente Donald Trump fue tratado por COVID-19 con una combinación de anticuerpos que apuntaba a evitar que el virus ingresara a las células y se replicara. Se trata de una terapia prometedora, pero no probada, a la que, para prácticamente cualquier otra persona, sería imposible acceder sin ingresar a un ensayo clínico.
Sin embargo, en un ensayo siempre existe la posibilidad de que un paciente reciba un placebo, aunque los voluntarios de todas formas reciben lo que se considera el estándar de atención mejor probado. Ensayos como estos ayudan a los científicos a aprender algo importante que podría beneficiar a muchos otros.
Puede que no sea realista esperar que el presidente de Estados Unidos participe en un ensayo clínico, pero no habría sido necesariamente más peligroso que recibir un tratamiento no probado, y habría sido un gran contraargumento a las acusaciones de que Trump es “anticiencia”.
De hecho, los titulares están resaltando la naturaleza elitista del tratamiento de Trump. “Esto envía una señal a los estadounidenses de que los ensayos clínicos son para embaucar a la gente”, dice Jonathan Kimmelman, ético médico de la Universidad McGill, en Canadá.
También envía una señal confusa sobre la gravedad de la enfermedad de Trump. Los anticuerpos, elaborados por Regeneron Pharmaceuticals, parecen ser parte de lo que los expertos llaman un enfoque “desprolijo” para tratar al presidente.
Según los informes, Trump también recibió el antivírico Remdesivir y un esteroide llamado dexametasona. Los expertos estaban algo desconcertados con la combinación, ya que el tratamiento con anticuerpos ha mostrado señales prometedoras para personas en etapa temprana de la enfermedad. Por otro lado, se ha demostrado que la dexametasona ayuda solo a aquellos en una etapa avanzada y grave.
De todos modos, los médicos a cargo de su tratamiento fueron hábiles al optar por los anticuerpos. “Es razonable intentarlo porque hay datos preliminares que lo respaldan”, dice David Ho, de la Universidad de Columbia, destacado investigador del SIDA que ha estado desarrollando una versión diferente de la terapia que Trump recibió.
El principio se basa en la defensa natural del cuerpo contra los virus. Una vez que el sistema inmune reconoce a un invasor, produce anticuerpos para atacarlo. Esta defensa natural es un enfoque azaroso: el cuerpo libera muchos anticuerpos diferentes, de los cuales solo unos pocos desactivan el virus.
Pero la producción de esos anticuerpos lleva unos días, y el sistema funciona mejor en algunas personas que en otras. Al principio de la pandemia, los científicos estimulaban la inmunidad mediante la administración del llamado plasma convaleciente a las personas, en esencia transfundiendo anticuerpos de personas cuyos cuerpos se habían deshecho con éxito del virus. Este tipo de tratamiento se remonta a un siglo y le valió a sus descubridores el primer Premio Nobel de medicina.
Pero cuando se utilizó para tratar el COVID-19, el plasma convaleciente fue objeto de controversia. En agosto, la FDA le otorgó una autorización de uso de emergencia, tras lo cual investigadores de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) intentaron detener la aprobación, argumentando que aún no había suficientes datos.
Uno de los problemas con el plasma convaleciente es que cada donante produce una mezcla muy diferente de anticuerpos contra el SARS-CoV-2 y en cantidades muy distintas, dice Ho. Por lo que él y otros investigadores han aislado varios anticuerpos específicos que atacan la llamada proteína espiga, que el virus emplea para ingresar a las células humanas.
Es una proteína bastante grande, dice Ho, y una serie de anticuerpos diferentes pueden desactivarla. En estudios con animales, algunos anticuerpos dirigidos a la proteína espiga son mucho más efectivos que otros para detener o prevenir la infección.
Durante el verano, Ho y sus colegas descubrieron un anticuerpo que tiene un efecto particularmente poderoso sobre el virus, y espera que su trabajo conduzca a un tratamiento con anticuerpos más avanzado en el futuro.
Ho dice que, mientras tanto, Regeneron y Eli Lilly están probando productos que, al menos en animales, parecen mucho más poderosos que el antiviral remdesivir, que ya recibió la autorización. Unos días antes de la enfermedad de Trump, Regeneron envió un comunicado de prensa anunciando sus datos preliminares de ensayos en humanos que indicaban que los anticuerpos parecen prevenir enfermedades graves en aquellos que no están lo suficientemente enfermos como para ser hospitalizados.
(Estos anticuerpos a menudo se denominan monoclonales, porque los científicos crean lotes uniformes de ellos a través de un proceso de clonación. Aunque algunos informes dicen que el medicamento de Regeneron era un anticuerpo policlonal, la revista Science señaló que es un “cóctel” elaborado a partir de dos anticuerpos monoclonales diferentes).
Si bien el Washington Post señala que será difícil replicar a gran escala estos tratamientos con anticuerpos lo suficiente como para que basten para tratar a todos los pacientes con COVID-19, Ho es optimista de que podrían marcar una gran diferencia para ciertas poblaciones vulnerables, como los residentes de hogares de ancianos.
Los anticuerpos también podrían llegar a utilizarse para proteger a dichas personas de los contagios, al menos durante unos meses. Eso podría ser necesario incluso después de que se apruebe una vacuna, dice, porque las vacunas a menudo no funcionan bien en personas mayores o en personas con condiciones de salud inmunocomprometidas. Sin embargo, para eso aún falta mucho; por ahora, el poder preventivo de los anticuerpos aún no se ha probado, salvo en animales.
En este momento, la terapia con anticuerpos se administra de forma intravenosa, pero podría hacerse a través de una inyección. Antes de que hubiera una vacuna contra la hepatitis A, las personas que querían viajar a ciertos países recibirían una inyección de gammaglobulina, que es una terapia profiláctica con anticuerpos.
Lo que se requiere ahora son más datos de ensayos clínicos, y tanto Lilly como Regeneron necesitan desesperadamente voluntarios. Según un artículo publicado hace poco en el sitio web médico STATnews, la cantidad de días que la mayoría de las personas debe esperar para obtener los resultados de las pruebas dificulta la localización de las personas en las primeras etapas de la enfermedad, cuando al parecer es más probable que resulten beneficiadas.
A Trump, por otro lado, se le realizaron pruebas varias veces, por lo que su contagio se detectó mucho antes que en la mayoría de las personas. Puede haber habido razones técnicas por las que no calificaría para un ensayo, pero todo indica que habría sido un voluntario ideal, al igual que otros en la Casa Blanca y el Senado que aparentemente fueron diagnosticados de forma temprana.
El hecho de que Trump haya salido del hospital el lunes no prueba nada sobre la eficacia de alguna parte del desprolijo enfoque. Sin un estudio científico, es imposible saber cómo habría progresado su enfermedad si no hubiera recibido tratamiento o algo diferente.
Tampoco sabemos la verdad sobre cómo está respondiendo su cuerpo: ha habido informes contradictorios sobre sus niveles de oxígeno en la sangre y la gravedad de sus síntomas, y sus médicos no han querido proporcionar información sobre sus escáneres pulmonares o la fecha de su última prueba negativa.
El regreso de Trump a la Casa Blanca no nos dice nada sobre el tratamiento del SARS-CoV-2. Por eso, tenemos que agradecer a los investigadores y pacientes dispuestos a aceptar el duro y lento trabajo de la ciencia.