Por Lionel Laurent (*)
El bitcoin cumple 10 años este año, pero no hay mucho que celebrar. Su precio ha caído a cerca de US$ 4,000, un descenso de un 30% en un mes, un 50% en seis meses y casi un 80% desde diciembre.
Los expertos en criptomonedas, que claramente no vieron venir esto, están buscando todo tipo de culpables temporales, desde el nerviosismo en los mercados hasta las "bifurcaciones duras" (jerga de la cadena de bloques para los cambios técnicos radicales en una moneda digital.) Pero se están engañando a sí mismos. Se trata de una revelación a largo plazo de todas las mentiras, exageraciones y fantasías populistas que impulsaron la manía del mercado el año pasado.
El bitcoin debía enriquecer a todos sus inversores, algo que atrajo especialmente a una generación milenial hambrienta de un apoyo financiero en un mundo con una aplastante deuda estudiantil, desigualdad de ingresos y empleos de baja calidad. Se suponía que estaría libre de la corrupción de Wall Street y de los tecnócratas entrometidos del gobierno de Estados Unidos. Se suponía que debía ser segura, con un precio que sería cada vez más alto. Para los evangelistas más duros, recompensaría a sus acólitos cuando llegara el inevitable apocalipsis financiero. El dólar estaba destinado a la chatarra.
Y se suponía que demostraría que todos deberíamos dejar de escuchar a los "expertos" anticuados como Jamie Dimon, Warren Buffett y Jack Bogle. Las viejas y cerradas formas de invertir serían usurpadas por el poder adquisitivo de las masas.
No es de extrañar que nada de esto haya ocurrido. La burbuja del bitcoin de 2017, afortunadamente muy corta y económicamente contenida, ha enriquecido sólo a los conocedores –como los mineros y las bolsas de criptomonedas– y a los que llegaron primero y a las élites de la tecnología que tomaron las ganancias en el momento oportuno.
Para los menos afortunados que llegaron tarde a la fiesta, ha sido una herramienta de empobrecimiento financiero. Alrededor de US$ 700,000 millones han sido eliminados del valor del dinero digital desde enero. Un profesor coreano dijo al New York Times en agosto: "Pensé que las criptodivisas serían la gran innovación para la gente común y corriente que trabaja duro como nosotros".
Nada de lo que salía en la etiqueta del bitcoin resultó estar en la botella. Como medio de pago, es engorroso, volátil y caro. Ha destruido el valor en lugar de acumularlo. Su tecnología descentralizada fue vendida a los inversores como algo único. Ha sido todo menos eso.
Estas "bifurcaciones duras" han creado numerosas escisiones de bitcoin durante el último año, y los intereses creados de aquellos que ganan dinero con ello –al cambiar su propia moneda a la nueva escisión, arrastrando a los mineros y efectivamente tomando el control de la nueva moneda– han triunfado sobre los sueños de un sistema de cadenas de bloques neutro que trataría a todo el mundo por igual.
Incluso los tipos de los fondos de cobertura, que pensaron que podían usar opciones sofisticadas para apostar por el auge mientras cubrían su lado negativo, han resultado estar equivocados en un mercado en el que los precios y el flujo de información no son transparentes, y a menudo son manipulados.
Por supuesto, las burbujas y los colapsos son parte de la historia. Si los reguladores y los periodistas hacen su trabajo de advertir a los consumidores de los riesgos, y lo hicieron con el bitcoin, ¿entonces por qué la gente no debería ser libre de hacer lo que quiera con su dinero?
Pero si bien el bitcoin está contra las cuerdas, ciertamente no ha desaparecido y los reguladores globales todavía necesitan encontrar una manera efectiva de poner las riendas a los vaqueros. Y aunque esta vez no ha sido un riesgo sistémico, la eventual propagación de las monedas digitales significará que no siempre es el caso. Finalmente, si las frustraciones que llevaron a la gente a tirar sus ahorros en un esquema de fraude virtual no se resuelven, sólo nos estamos exponiendo a mayores problemas políticos en el futuro.
(*) Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.