Investigadora de European University Institute
La historia del 8 de marzo está íntimamente ligada a la historia política y económica global. Originalmente promovido por el partido socialista de Estados Unidos en 1909 y, posteriormente, exportado a Austria, Dinamarca, Alemania y Suiza por la Internacional Socialista en 1911, esta conmemoración respondía a reclamos sobre las condiciones sociales y económicas de las mujeres por parte de la izquierda.
Con el pasar del tiempo, la plataforma de demandas se fue ampliando e incluyendo a diversos sectores políticos y sociales durante regímenes democráticos, así como autoritarios.
Por ejemplo, Italia celebró este emblemático día por primera vez en 1922 para luego ser proscrito por el régimen fascista, sumado a otras prohibiciones como dirigir escuelas, llevar cursos de literatura o filosofía y llegar a incrementar el monto de las matrículas de las estudiantes en edad escolar para así desincentivar su inscripción.
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Durante el período posguerra, las reivindicaciones entorno al Día de la Mujer vinieron de la mano de la Unión de Mujeres Italianas (UDI), coalición multipartidaria compuesta por mujeres de la democracia cristiana, el centro y la izquierda. El retorno a la democracia y los derechos de las mujeres encarnados en el antifascismo incluyeron a distintas fuerzas políticas.
Hasta la fecha, el símbolo italiano de esta conmemoración es la flor de mimosa. A diferencia del uso de la violeta, como en gran parte de los países, la Italia en reconstrucción no podía costearlas.
Por ello, mujeres de distintos partidos optan por una flor silvestre de aroma delicado llamada mimosa que florece a principios de marzo y que, a pesar de su aparente fragilidad, crece incluso en los suelos más difíciles.
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Según las Naciones Unidas, la participación de las mujeres en los procesos de paz es clave. Desde la implementación de la resolución 1325, que dispone que los Estados miembros insten a las mujeres a participar del proceso de toma de decisiones en los mecanismos para la prevención, gestión y resolución de conflictos, se observa un cambio en la duración de los acuerdos de paz.
Por ejemplo, la participación de las mujeres en dichos acuerdos aumentó la probabilidad de que duren, al menos, dos años en 20 por ciento y más de 15 años en 35 por ciento.
Este estudio incluye 40 procesos de paz desde el final de la Guerra Fría como Yemén, Afganistán, la República Democrática del Congo, El Salvador, Ruanda, México, Sudáfrica, Kenia, Macedonia del Norte, Burundi, entre otros.
Como indican las autoras O’Reilly, Súilleabháin y Paffenholz, si el objetivo de un proceso de paz es solo poner fin a la violencia, es poco probable que las mujeres, que rara vez son los actores beligerantes, sean consideradas voces legítimas. Sin embargo, si el objetivo es construir la paz, tiene sentido obtener diversos aportes del resto de la sociedad.
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Es cierto que el avance en cerrar la brecha de género no va al mismo ritmo en todas las regiones. Mientras que en América Latina nos tomaría 89 años igualar las oportunidades a nivel de educación, salud, participación política y económica, a Asia del Sur le llevaría casi 200 años (que incluye países como India, Pakistán, Afganistán, Nepal, entre otros) (Foro Económico Mundial, 2022).
Y al desagregar a nivel de liderazgo, una de cada tres posiciones de alta dirección en sectores privados y públicos actualmente es ocupada por una mujer. El sector con la menor participación de mujeres líderes es infraestructura.
A nivel global, por primera este año, más del 10% de las empresas en Fortune500 son lideradas por mujeres. El promedio global es de 23% de mujeres CEO y en el Perú es de 20%. En una serie de reportes desde 2015, McKinsey muestra que las empresas en el cuartil superior en diversidad de género a nivel ejecutivo tenían un 25% más de probabilidades de tener una rentabilidad superior al promedio que las empresas del cuartil inferior.
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Del mismo modo, las empresas con más 30% de mujeres ejecutivas tienen más probabilidades de generar más utilidades a las empresas que tienen porcentajes menores de liderazgo femenino. (Goldman-Sachs, 2020).
Esto va en línea con otra investigación sobre el análisis lingüístico de los cambios en los documentos de empresas con mayor presencia de liderazgo femenino. Por ejemplo, la presencia de palabras como “aventura” y “oportunidad” reflejando una mayor propensión a asumir riesgos, mientras que términos como “crear”, “transformar” indican más apertura al cambio (Harvard Business Review, 2021).
Y esto no debe entender que las mujeres son inherentemente mejores que los hombres, sino que una mayor apertura a la igualdad de género lógicamente incrementa el pool de talento, tanto en el sector privado como el público. Lo que alguna vez fue la demanda de un grupo de obreras impulsadas por partidos de izquierda, ahora es un fenómeno mundial estudiado ampliamente. Al fin y al cabo, se trata de la mitad de la población global.
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