Las protestas tienen una curiosa manera de desatarse cuando el mercurio se dispara. El verano de 1967 es mejor conocido como “el verano del amor”. Fue una época en la que los jipis acudieron en masa a la costa oeste de Estados Unidos para protestar contra la guerra, consumir drogas y declarar la paz. Pero también fue una época en la que se produjeron más de 150 disturbios raciales en todas partes, desde Atlanta hasta Boston, en medio de temperaturas brutales, lo que hizo que el periodo recibiera otro nombre: “el largo y caluroso verano”.
A medida que el mundo se calienta, la relación entre el calor y la agitación social cobra cada vez más importancia y, este verano, también se vuelve en particular preocupante. Cada agitación tiene sus propias causas, pero ciertos factores hacen que los disturbios sean más probables en todas partes.
El aumento de las temperaturas, de los precios de los alimentos, así como el recorte del gasto público —tres de los factores que más predicen la agitación— han provocado que las estimaciones del potencial de disturbios hayan alcanzado máximos sin precedentes en los últimos meses. Es probable que estos cálculos aumenten todavía más este verano. Las temperaturas no han alcanzado sus niveles máximos.
La salida de Rusia de la Iniciativa de Cereales del Mar Negro para que Ucrania pueda exportar suministros y la reciente prohibición de exportaciones de arroz de India pueden elevar el precio de los alimentos básicos. El descontento social ya está en ebullición en Kenia, India, Israel y Sudáfrica.
El verano de nuestro descontento
Durante la primera semana de julio, la temperatura promedio mundial superó por primera vez el umbral de los 17 grados Celsius y alcanzó los 17.08 grados Celsius. La temperatura promedio mundial para el mes en su conjunto está a punto de ser más cálida que el promedio registrado para un solo día. Este tipo de clima augura problemas.
En un estudio publicado en la revista Science, Marshall Burke, de la Universidad de Stanford, así como Solomon Hsiang y Edward Miguel, de la Universidad de California, en Berkeley, demuestran que un aumento de la temperatura de tan solo una desviación estándar por encima del promedio a largo plazo (el tipo de desviación que los expertos en estadística esperan observar una vez cada seis días) provoca un aumento de la frecuencia de los disturbios de casi el 15%.
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En las ocho semanas transcurridas desde principios de junio, la temperatura promedio mundial se ha mantenido entre cuatro y seis desviaciones estándar por encima de los niveles registrados entre 1980 y 2000. Nuestros cálculos aproximados, que extrapolan la relación indicada en el estudio de Science, sugieren que las temperaturas más elevadas de junio y julio podrían haber aumentado el riesgo mundial de disturbios sociales violentos alrededor del 50%.
Es probable que los efectos de El Niño, un patrón meteorológico que propicia temperaturas más cálidas en todo el mundo y que acaba de iniciarse, produzcan un final abrasador del verano boreal y un comienzo del verano austral. De hecho, el fenómeno ha coincidido con más de una quinta parte de todos los conflictos civiles que han tenido lugar desde 1950.
Verisk Maplecroft, una empresa de inteligencia de riesgos, mantiene un índice de disturbios civiles que pronostica el potencial de perturbación de la actividad empresarial causada por disturbios sociales, incluida la insurrección violenta, país por país. Según los cálculos de la empresa, el riesgo de disturbios sociales a escala mundial en el tercer trimestre de 2023 es el más alto desde que se creó el índice en 2017. Jimena Blanco, analista principal de la firma, explica que esto se debe tanto al calor como al encarecimiento de la vida. “Las altas tasas de inflación de los precios de los alimentos son un riesgo particular”, advierte.
La inflación mundial parece haber pasado su punto más alto y los precios internacionales de los cereales son inferiores a los máximos del año pasado. Pero eso no significa que los precios que pagan los consumidores hayan dejado de aumentar. En junio, la inflación anual de los precios de los alimentos era del 17% en el Reino Unido, el 14% en la Unión Europea y casi del 10% en Canadá y Japón. La inflación es aún mayor en muchas economías en desarrollo, sobre todo en África. La inflación alimentaria se acerca al 25% en Nigeria, al 30% en Etiopía y al 65% en Egipto (la tasa más alta de la historia del país).
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El pan nuestro de cada día
Con el tiempo, el descenso de los precios al por mayor debería repercutir en los consumidores. Pero la decisión de Rusia de echar por tierra el 17 de julio la Iniciativa de Cereales del Mar Negro, a la que siguieron cuatro noches de ataques a los puertos ucranianos de Chornomorsk y Odesa, en el mar Negro, alteró los mercados alimentarios y provocó un efecto inverso en los precios.
Las condiciones de sequía en otros lugares también pueden agravar las dificultades. Se prevé que las cosechas de cebada y trigo australianos disminuyan un 34% y un 30%, respectivamente. Las existencias de maíz, trigo y sorgo en Estados Unidos bajarán un 6%, 17% y 51%. El año pasado, estos países fueron los dos mayores exportadores mundiales de cereales en valor.
Todavía más preocupante es lo que sucede en India, que produce casi el 40% de las exportaciones mundiales de arroz y ha sufrido una temporada de lluvias abundantes. El 20 de julio, el gobierno respondió con la prohibición de todas las exportaciones de arroz del país, a excepción del Basmati. Esto reducirá las exportaciones mundiales de arroz en un 10%, lo cual tendrá un efecto casi inmediato.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación calcula que, en conjunto, el maíz, el arroz y el trigo proporcionan más de dos quintas partes de la ingesta calórica mundial. Entre las poblaciones más pobres del mundo, la cifra puede ascender a cuatro quintas partes. Si los precios no bajan pronto, habrá más hambre. Y es más probable que la gente con más hambre salga a protestar a la calle.
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La austeridad hacendaria puede contribuir a una mayor desestabilización. Muchos gobiernos se comprometieron a aumentar los impuestos o a recortar el gasto para controlar el endeudamiento generado por la pandemia de COVID-19. Jacopo Ponticelli, de la Universidad Northwestern, y Hans-Joachim Voth, de la Universidad de Zúrich, investigaron casi un siglo de datos de 25 economías europeas. Descubrieron que cada recorte adicional del 5% en el gasto público aumenta la frecuencia de los disturbios sociales en un 28%.
La agitación social también puede tener un efecto devastador en las economías. Metodij Hadzi-Vaskov, Samuel Pienknagura y Luca Ricci, todos ellos del FMI, analizaron hace poco 35 años de datos trimestrales de 130 países. Descubrieron que incluso 18 meses después de un episodio moderado de agitación social, el PBI de un país permanece un 0.2% más bajo. En cambio, 18 meses después de un episodio grave de disturbios, el PBI de un país sigue disminuyendo un 1%.
El panorama es más preocupante para los países que no pertenecen al mundo desarrollado. Según los investigadores del FMI, el daño causado por los disturbios es casi el doble en los mercados emergentes que en las economías avanzadas, ya que disminuye la confianza de las empresas y los consumidores y aumenta la incertidumbre, lo que agrava el riesgo de una fuga repentina de capitales. Todo ello es un mal presagio para un año en el que los precios de los alimentos subirán, al igual que las temperaturas y los recortes del gasto. El pronóstico: un verano largo, caluroso e incómodo.