Por el calor extremo, algunos se desmayan o se quitan la ropa, abren desesperadamente huecos en las cabinas, además de que no reciben comida y evitan tomar agua para no tener que orinar. (Imagen referencial).
Por el calor extremo, algunos se desmayan o se quitan la ropa, abren desesperadamente huecos en las cabinas, además de que no reciben comida y evitan tomar agua para no tener que orinar. (Imagen referencial).

José Mario y su familia pasaron 18 horas en la caja helada de un tráiler rumbo a Estados Unidos. Aunque fue tormentoso, agradece no haber corrido la suerte de 53 que aparecieron muertos en un contenedor asfixiados por el calor en .

Hasta último momento este hondureño, que permanece en México con su esposa y tres hijos, intentó eludir la opción del remolque porque sabía que muchos migrantes han fallecido en esos vehículos, por lo general atestados y sin ventilación.

Pero los “coyotes” (traficantes de personas), a quienes parientes habían pagado US$ 13,000 por llevarlo a Texas junto con su familia, no le dieron alternativa.

“Uno cuando hace el trato lo primero que les pide es que no lo vayan a montar al contenedor, pero ya en el camino hacen lo que quieren”, dice José Mario Licona, de 48 años, en un albergue de Ciudad Juárez (Chihuahua, norte).

Allí llegó hace dos semanas con su esposa e hijos de ocho, seis y dos años, tras ser expulsados por autoridades estadounidenses.

Habían cruzado la frontera desde Reynosa (Tamaulipas, noreste), adonde llegaron en tráiler desde Ciudad de México, un medio que aterroriza a José Mario

Tenía en la memoria el accidente de un remolque que dejó 56 migrantes muertos en una carretera de Chiapas (sur) el 9 de diciembre del 2021; ahora se suma la tragedia de San Antonio (Texas), donde otros 53 murieron asfixiados el pasado lunes.

“Muchas veces dejan abandonados los contenedores” con la gente encerrada, señala.

Arrepentidos

José Mario cuenta que en el camión viajaban un centenar de personas y “no fue revisado nunca por ninguna autoridad” en los más de mil kilómetros de recorrido.

El de la desgracia de San Antonio, cuyo punto de partida se investiga, pasó por dos puntos de revisión migratoria en Texas, según el gobierno mexicano. Sus placas, licencia y logotipos fueron clonados.

En un hecho similar en San Antonio, en el 2017, murieron ocho migrantes; otros 19 perecieron en un contenedor en el 2003.

Comerciante, José Mario emigró de su natal Colón el pasado 20 de mayo tras sufrir un asalto en el que recibió un disparo en el brazo, que aún le produce fuertes dolores.

El viaje en tráiler fue tan “terrible” que hoy se arrepiente.

“Estaba muy frío, ese sí traía aire helado. A mis niños les puse dos pantalones, tres camisas y una colcha para arroparlos. Durmieron, no sintieron el camino, traíamos suero para darles pero al final no los quise despertar. Gracias a Dios, aquí estamos”, relata.

La baja temperatura también le intensificó el dolor del brazo, pero su mayor preocupación era alcanzar Texas, donde finalmente la familia se entregó a la patrulla fronteriza con la esperanza de obtener refugio.

Hoy esperan una “excepción humanitaria” para ser admitidos.

Su esposa confiesa que tampoco volvería a subir a un contenedor. “No, porque viene uno arriesgando su vida y la de sus hijos”.

De los 53 fallecidos en San Antonio, 27 de México,14 eran de Honduras, siete de Guatemala y dos de El Salvador. Se desconoce la nacionalidad de tres.

“Ángel” salvador

Migrantes entrevistados por la AFP en otros refugios fronterizos cuentan que los viajes en remolque duran hasta dos días y que van amontonados como “animales”, pues en un vehículo pueden meter a 400 personas.

Por el calor extremo, algunos se desmayan o se quitan la ropa, abren desesperadamente huecos en las cabinas, además de que no reciben comida y evitan tomar agua para no tener que orinar.

Cuando los contenedores son refrigerados es como estar en un “congelador”, describió una joven luego de la tragedia de Chiapas.

Por eso Jenny, quien emigró de Honduras con sus hijas de 8 y 14 años, rechazó subir a un tráiler en Villahermosa (México) y continuó su travesía sin “coyotes”.

“Esa noche que iba a salir como que un ángel me salvó”, asegura la mujer de 32 años, que huye de las pandillas en su país y teme que sus hijas puedan ser abusadas por traficantes.

Desde el 2014, unos 6,430 migrantes fallecieron o desaparecieron en el trayecto hacia Estados Unidos, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), y 850 perecieron en accidentes o por viajar en condiciones infrahumanas.

Pese a ser denigrantes, los viajes en tráiler son costosos y a menudo financiados por familiares en Estados Unidos. A Jenny le cobraban US$ 7,500 por persona.

Son manejados por “redes cada vez más complejas. No viajan con un solo coyote, estamos hablando de empresas criminales”, declaró Dolores París, especialista en migración del Colegio de la Frontera Norte.

París se muestra sorprendida de “lo poco que se aborda el tema de la corrupción” de autoridades presuntamente ligadas a traficantes.

Tranquila por no haber recurrido a esos mercaderes, Jenny espera también en el albergue de Ciudad Juárez una “excepción humanitaria” con un mensaje al gobierno de Estados Unidos: “Toda persona tiene derecho a una oportunidad”.