La crisis climática se ha instalado en Brasil, donde los fenómenos atmosféricos extremos son cada vez más frecuentes, desde profundas sequías en el Pantanal a grandes tempestades de arena en Sao Paulo, todos ellos alimentados por la creciente destrucción de la Amazonía.
La imagen impacta. Un grupo de capibaras y nutrias caminan desesperadas hacia una poza recién abastecida por un camión cisterna en el Pantanal, el mayor humedal del planeta, que Brasil comparte con Bolivia y Paraguay.
Varias instituciones han contratado este servicio para surtir algunos puntos del bioma que en esta época del año tenían que tener un mínimo de agua, pero hoy lucen secos.
“La sed es tanta que mientras el camión descarga el agua, los animales ya van llegando”, describió el veterinario Jorge Salomao, responsable técnico de la ONG Ampara Silvestre, una de las impulsoras de la iniciativa.
Este año la sequía no sólo ha golpeado con fuerza el Pantanal, sino toda la mitad sur del país.
Sequía y deforestación en la Amazonía, conectadas
Según estimaciones oficiales, Brasil sufre la peor crisis hídrica de los últimos 91 años. La falta de precipitaciones ha afectado a la mayor economía latinoamericana en diferentes aspectos, desde el abastecimiento de agua a la población, a la generación de electricidad pasando por el volumen de las cosechas.
También han aparecido tempestades de arena que han cubierto ciudades enteras en los estados de Sao Paulo y Minas Gerais, fruto, entre otros motivos, de la menor humedad que llega desde la Amazonía.
“Ya sentimos los efectos de los cambios climáticos de una manera profunda en Brasil”, aseguró Paulo Nobre, investigador del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE) y una eminencia en el campo de la climatología.
El principal síntoma es la alteración de ciclo hidrológico brasileño, con periodos secos más prolongados y frecuentes.
El problema no es de ahora. Brasil ha perdido un 15.7% de sus reservas de agua dulce entre 1985 y el 2020, según imágenes satelitales analizadas por MapBiomas, una organización que reúne a ONG, universidades y empresas de tecnología.
Entre los factores que han contribuido a ello está la deforestación de la Amazonía, que se ha acelerado bajo el mandato del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, una tendencia de consecuencias dramáticas.
Según Nobre, existen indicadores de que la Amazonía “ya está en un proceso de ‘sabanización’ mucho más avanzado” de lo que los satélites consiguen captar desde el espacio.
“Se ha detectado al lobo-guará, un animal típico del Cerrado -bioma conocido como la sabana brasileña- andando por la Amazonía y no es que esté perdido, es que las condiciones de esa región están volviéndose familiares para él”, explicó.
La expansión del sector agropecuario también preocupa. En los últimos 35 años, Brasil triplicó el área destinada a cultivar soja, cuya producción ocupa 36 millones de hectáreas, una superficie mayor que Italia o Vietnam, según MapBiomas.
Un problema también para la salud
La deforestación a gran escala asociada al cambio climático representa además un grave problema sanitario, según un estudio de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), el INPE y la Universidad de Sao Paulo (USP).
Los investigadores, entre ellos Nobre, señalaron que unos 12 millones de personas en la Amazonía brasileña estarán expuestas a un “riesgo extremo de estrés térmico” por altas temperaturas hasta el año 2,100 si la región se transforma en una sabana.
Bajo esas condiciones, el cuerpo humano será incapaz de autoregular su temperatura, con riesgo de deshidratación y, en casos más graves, crisis de tensión y colapso de las funciones vitales.
“Será imposible realizar actividades de esfuerzo, de carga pesada, como construcción civil o agricultura”, advierte Beatriz Oliveira, investigadora de salud pública de Fiocruz Piauí.
Un gobierno negacionista
Ante el cúmulo de evidencias, la presión internacional para que el Gobierno de Bolsonaro, negacionista sobre el cambio climático, tome cartas en el asunto aumenta.
Esta semana presentó un programa de “crecimiento verde” que llevará a la COP26 de Glasgow, en un intento por lavar su imagen.
Sin embargo, ese plan choca con las medidas tomadas para impulsar el agronegocio y la minería en las reservas indígenas, recortar el presupuesto de los órganos fiscalizadores ambientales y apostar por la producción de petróleo con la intención de convertirse en el quinto mayor exportador de crudo en el 2030.