El San José se dirigía a Cartagena, desde la costa caribeña de Colombia, cuando en 1708 una escuadra de buques de guerra británicos atacó el galeón y lo hundió. Llevaba a España las riquezas recogidas en el Nuevo Mundo para financiar su guerra de sucesión: esmeraldas, porcelana de la dinastía Qing, monedas de oro y plata de Potosí, la actual Bolivia. Con un valor actual estimado en muchos miles de millones de dólares, el San José es el naufragio más valioso del mundo.
La Armada colombiana lo encontró en 2015 con la ayuda de una empresa llamada Maritime Archaeology Consultants. El descubrimiento provocó una agria disputa sobre la propiedad del naufragio. Colombia afirma que el barco está protegido como “bien de interés cultural inalienable” porque se encuentra en sus aguas territoriales.
España argumenta que es propietaria del buque porque el derecho internacional reconoce que un naufragio como el del San José es propiedad del Estado cuya bandera enarbolaba. Los qhara, un grupo indígena boliviano, afirman que los metales preciosos a bordo proceden de sus tierras, un reclamo que el presidente de Colombia, Gustavo Petro, reconoció el año pasado.
Hace poco, Colombia dio un paso más hacia la revelación de los secretos del barco. Sus investigadores enviaron un vehículo teledirigido (ROV) para fotografiar, escanear y estudiar el San José, que se encuentra en su mayor parte enterrado en el lecho marino a 600 metros bajo la superficie. El 5 de junio, Juan David Correa, ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes de Colombia, declaró que habían encontrado varias anclas y confirmó que el barco no había sido saqueado.
Es la primera fase, “muy exitosa”, de una misión gubernamental que podría durar años. Pero Petro tiene prisa. Quiere obtener grandes resultados durante su presidencia, que termina en 2026. Al igual que otros líderes de izquierda de América Latina, quiere “descolonizar la cultura”.
A la maraña jurídica se añade una demanda de arbitraje contra Colombia por valor de US$ 10,000 millones, presentada en 2022 por Sea Search Armada, una empresa radicada en Estados Unidos. Esta empresa afirma haber encontrado el naufragio en 1982 y reclama la mitad de su valor.
Peter Campbell, arqueólogo marino, califica la cantidad de “descabellada”, pues señala que los equipos de recuperación de naufragios tienen un historial muy negativo en los tribunales. Colombia podría cerrar el caso al revelar la ubicación del barco, lo que demostraría que Sea Search Armada estaba equivocada, pero se mantiene firme en que las coordenadas permanezcan clasificadas.
Correa intenta calmar los ánimos. Insiste en que su país no va tras el oro. “Esta no es una excavación, es una exploración”, declaró. Los discursos de los funcionarios sobre el pecio están plagados de la frase “investigación no intrusiva”.
Los científicos solo intervendrán cuando tengan una idea más clara de lo que hay allí abajo, afirmó Alhena Caicedo, directora del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH). Después de estudiar las imágenes del ROV, sacarán muestras a la superficie y las enviarán a los laboratorios de Cartagena, equipados por las autoridades marítimas colombianas.
La conservación es una tarea delicada. Tres siglos sumergidos en agua salada significan que parte de los restos del naufragio podrían desmoronarse al contacto con el oxígeno de la superficie. El oro es más duro. Los arqueólogos esperan que los restos del San José se expongan en un gran museo y que las comunidades indígenas y afrocolombianas reciban una parte de los beneficios de la exposición.
Los expertos dudan que Colombia pueda llevar a cabo semejante hazaña sin apoyo y tecnología internacionales. Ninguno de los dignos arqueólogos participantes tiene experiencia en yacimientos de aguas profundas, afirmó Rodrigo Pacheco-Ruiz, quien ha explorado pecios en el mar Negro. A Juan Guillermo Martín Rincón, arqueólogo colombiano, le preocupa que el orgullo nacional esté por encima de la ciencia. El gobierno quiere demostrar “autosuficiencia utilizando frases como ‘arqueología descolonial’ o ‘cooperación sur-sur’”, aseveró. “Eso no es bueno para la ciencia”, agregó.
La arqueología en aguas profundas es cara. Colombia ya invirtió US$ 4.5 millones en la exploración del San José, la mayor cantidad que el gobierno ha destinado a la arqueología. Sin embargo, esta cantidad es insuficiente para el tipo de proyecto que las autoridades colombianas tienen previsto llevar a cabo.
En comparación, el Proyecto de Arqueología Marítima del Mar Negro, en el que trabajó Pacheco-Ruiz, costó US$ 63 millones en cuatro años. Los científicos tardaron una década en sacar del mar Báltico el buque de guerra Vasa, del siglo XVII.
También están los rompecabezas políticos
Es poco probable que la política colombiana tolere semejante extravagancia durante mucho tiempo. Los siguientes gobiernos bien podrían desechar un proyecto arqueológico cuyo costo empieza a ascender a las decenas de millones de dólares. Algunos colombianos ya abogan por la venta de algunos de los tesoros del barco para sufragar las exploraciones, solución que rechazan la UNESCO y otros organismos.
El gobierno de Petro parece haber sacrificado cualquier plan sensato a largo plazo para la recuperación del San José en favor de frases que suenan bien en este momento. Pacheco-Ruiz cree que el gobierno se ha equivocado al no presentar un plan para una revisión independiente que muestre cómo y cuándo puede llevarse a cabo la excavación, o cuánto dinero está destinado a ese fin.
A algunos les preocupa que vuelvan los cazatesoros si los arqueólogos no pueden entregar los restos del naufragio. Los arqueólogos suelen considerar a las empresas de salvamento como piratas modernos que arrastran todo lo que brilla y destruyen la historia en el proceso. A veces se les acusa incluso de destruir las perspectivas económicas locales al llevarse tesoros que habrían generado ingresos a través del turismo si se hubieran expuesto. El San José es su El Dorado.
España y Colombia podrían llegar a un acuerdo para compartir lo que salga del San José, siempre que no se venda nada. Pierre Losson, estudioso de la cultura latinoamericana, sugirió que este tipo de estrategia podría ayudar a Colombia a convencer a España de que devuelva objetos como las estatuas de oro de los quimbayas. Pero para que el San José facilite esta distensión se necesitará dinero en efectivo, tal vez proveniente de las arcas del gobierno colombiano, mientras que el tesoro que se hundió con el barco se ignora por obligación.
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