Raúl Castro, un militar pragmático, trató en la última década de encarrilar Cuba hacia el anhelado socialismo próspero mediante reformas económicas y la reconciliación con Estados Unidos, un objetivo que aún se ve lejano luego de su retirada definitiva de la política en la víspera (lunes).
Con el traspaso del liderazgo del Partido Comunista (PCC, único legal) a su pupilo Miguel Díaz-Canel, el menor de los Castro, de 89 años, concluyó 15 años al frente de la isla: dos como gobernante interino por la enfermedad de su hermano mayor, Fidel Castro, diez como presidente (2008-2018) y otros tantos como primer secretario del PCC (2011-2021).
El general de Ejército ha vivido buena parte de su existencia a la sombra de su carismático hermano, pero una vez en el poder dio la sorpresa impulsando cambios económicos y políticos impensables durante décadas, con un estilo de gobierno menos personalista y más colegiado.
Cañones y frijoles
Apodado “Raúl el terrible” por el exanalista de la CIA Brian Latell -quien durante décadas estudió las personalidades de los hermanos Castro-, una vez nombrado presidente interino solo tardó 18 días en lanzar el primer mensaje de reconciliación a Estados Unidos y un mes después de su designación oficial acometió las primeras reformas.
Ponía así en práctica un pragmatismo que no era en absoluto nuevo. Muchos recuerdan cómo en pleno “periodo especial”, ante una población hambrienta, espetó: “no me canso de predicar que los frijoles son tan importantes como los cañones”.
Lo que no ha dado sorpresas es su hoja de ruta en el poder, con límites que él mismo ha anunciado y cumplido, y que terminó el lunese, con la “continuidad” ideológica como principal consigna pero sin dejar afianzadas ni las reformas económicas ni el acercamiento con Washington, dinamitado por Donald Trump a su paso por la Casa Blanca.
Las andanadas de sanciones impuestas por el republicano en los últimos 4 años, sumadas a casi 60 de embargo, el titubeo en aplicar las reformas y la pandemia del coronavirus han sumido a Cuba en su peor crisis en tres décadas y la penuria se extiende entre la población.
Reducir prohibiciones y prejuicios
Pero en su despedida, Castro lo dejó claro: que nadie espere más concesiones de las estrictamente necesarias al capitalismo y mucho menos virajes políticos respecto al sistema de partido único.
Sin embargo, algunas de sus decisiones supusieron un radical giro de timón y contribuyeron a cambiar el panorama en la isla y a facilitar la vida de su población.
La eliminación del permiso de salida al extranjero y la ampliación del trabajo autónomo llevaron su firma; también levantó absurdas prohibiciones de décadas, como las de comprar un auto, una vivienda, poseer un teléfono celular o un microondas.
Además, desterró los prejuicios hacia la inversión extranjera y reconoció que Cuba no podía culpar de todos sus males al embargo estadounidense.
Aunque el deshielo con Estados Unidos se frustró, quedan para la historia su empeño en llevar a buen puerto el acercamiento, y su papel como anfitrión de Barack Obama en la histórica visita del entonces presidente estadounidense a La Habana en el 2016.
Tras los pasos de Fidel
Nacido en Birán (oriente de Cuba) el 3 de junio de 1931, Raúl Modesto Castro es el menor de los tres hijos varones del gallego Ángel Castro y la cubana Lina Ruz, también padres de otras cuatro mujeres.
Pese a los cinco años de diferencia con Fidel, siguió sus pasos desde la universidad al unirse a la oposición a Fulgencio Batista y cuentan que su padre, además de un disgusto, se llevó una sorpresa al saber de las actividades clandestinas de su hijo menor.
Exiliado en México tras el frustrado asalto (1953) a los cuarteles orientales Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, preparó junto a su hermano y a Ernesto “Che” Guevara el desembarco del yate “Granma”.
En la Sierra Maestra comandó el II Frente Oriental “Frank País”, la forja como militar del hombre que después organizó y por décadas dirigió, como ministro, a las todopoderosas Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) de Cuba.
Raúl asumió, tras triunfar la Revolución, la primera vicepresidencia de los consejos de Estado y de Ministros, lo que le convirtió en el número dos del país.
Armas, contrainteligencia y empresas
El resolutivo general construyó metódicamente un ejército que convirtió en la institución más respetada del país, compuesto por “soldados-empresarios” del que surgió una élite militar-gerencial que dirige las principales empresas estatales y que ha ido aumentando su poder e influencia en lo que algunos analistas han llamado “la etapa castrense del castrismo”.
Poco se ha escrito sobre la personalidad de Raúl, poco dado a discursos, confidencias, y menos a entrevistas: su aversión por la prensa es notoria.
Abrazó la institucionalidad y ha limitado su presencia pública, aunque se le atribuye un humor socarrón.
También encarnó, bajo incontables acusaciones de represión, la mano dura de la revolución, de la que ha sido “el puño”, como en 1960 lo definió la revista Time en un reportaje en el que añadía que el “Ché” era “el cerebro” y Fidel, “el corazón”.
Raúl Castro blandió por décadas la batuta de las omnipresentes inteligencia y contrainteligencia cubanas, cuando estas se tuteaban con la CIA estadounidense en los años de la Guerra Fría.
Hombre de familia, sus horas más amargas las vivió cuando enterró en el 2007 a su esposa, Vilma Espín, madre de sus cuatro hijos y único amor conocido, y en el 2016 a su hermano Fidel, cuya muerte anunció él al pueblo cubano.
En los últimos años, como ocurrió con su hermano Fidel, los rumores sobre el deterioro de su salud han sido constantes, pero lo cierto es que el pasado viernes leyó de un tirón, en pie y sin señales de flaquear su largo discurso de despedida en el VIII Congreso del PCC.
Ahora, se espera que el último dirigente cubano apellidado Castro regrese a las montañas de oriente, pues se cree que trasladará su residencia a Santiago de Cuba, el lugar donde realmente se siente en casa.