Cuando asumió la presidencia del Perú el 28 de julio, bicentenario de la independencia del país, Pedro Castillo declaró que no gobernaría desde el palacio presidencial. Construido en el solar de la casa de Francisco Pizarro, el conquistador español, el palacio es un “símbolo colonial”, dijo Castillo, agregando que lo convertiría en museo. Tres meses después, el presidente Castillo vive y trabaja tranquilamente allí, después de todo. Es una señal de que, más allá de lo que le guste al presidente de extrema izquierda del Perú, el país no está en plena revolución.
Más bien, la presidencia de Castillo se ha definido hasta ahora por su indecisión e inexperiencia política, así como el extremismo y luchas internas de sus aliados y su débil mandato. Como maestro de escuela rural, agricultor y activista sindical de un pequeño pueblo de los Andes que nunca antes había ocupado un cargo político, su victoria por solo 44,000 votos de 17.5 millones fue una sorpresa.
Para sus seguidores representa tanto al Perú que no ha compartido plenamente el crecimiento económico del país como a una rebelión provincial contra Lima, la capital. Ganó porque la política se ha fragmentado, porque la pandemia expuso la injusticia y abandono y porque muchos peruanos no se atrevieron a votar por su oponente, Keiko Fujimori, una conservadora cuyo padre gobernó el país como un autócrata corrupto en la década de 1990.
Castillo desperdició sus primeras nueve semanas en el cargo, nombrando un gabinete disfuncional de extrema izquierda que muchos peruanos vieron como una afrenta. Su propia base política es de maestros radicales, muchos cercanos a los ex terroristas maoístas de Sendero Luminoso. Los registros policiales insinuaban que el ministro de Trabajo pudo haber participado en ataques terroristas. Vladimir Cerrón, el jefe de Perú Libre, el partido bajo cuya bandera postuló Castillo, es un médico leninista formado en Cuba.
Cerrón intentó cogobernar a través de Guido Bellido, su candidato como primer premier de Castillo, un agitador que públicamente anuló cualquier señal de moderación por parte del presidente. Tanto Cerrón como Castillo quieren una asamblea constituyente, el dispositivo a través del cual otros presidentes latinoamericanos de izquierda han impuesto regímenes autoritarios.
Con el gobierno desestabilizándose a sí mismo, la moneda se depreció diariamente, lo que elevó la inflación (a 5.2% frente al año pasado). El Congreso controlado por la oposición comenzó a murmurar un juicio político. A principios de octubre, Castillo “decidió tomar algunas decisiones a favor de la gobernabilidad”, según expresó.
Para empezar, reemplazó a Bellido por Mirtha Vásquez, abogada de derechos humanos y ex presidenta del Congreso. Aunque tiene convicciones izquierdistas, se la ve como realista y consensual. Sobre una asamblea constituyente, Vásquez dijo que el gobierno “no va a proponer esto para mañana” y que sus prioridades eran la vacunación, la reapertura de escuelas y la recuperación económica.
Al mismo tiempo, Castillo volvió a nombrar a Julio Velarde, el respetado presidente del banco central, por un cuarto mandato de cinco años. Eso calmó el mercado de divisas. “Somos de izquierda, pero no vamos a hacer locuras”, insiste Pedro Francke, ministro de Economía.
El nuevo gabinete es solo una mejora mínima. El ministro del Interior es un expolicía con una serie de (injustas, dice él) reprimendas disciplinarias. Como abogado ha representado a traficantes de armas y al mismo Cerrón (que fue condenado por corrupción). Solo cuatro o cinco ministros tienen una reputación competente. Pero al menos Castillo ha ganado algo de tiempo.
¿Puede usarlo para lograr un cambio que beneficie a los peruanos? El gobierno quiere ampliar los ingresos fiscales del 15% del PBI al 17%, para gastar más en atención médica, educación y agricultura familiar. Francke ve la posibilidad de aumentar los impuestos a las empresas mineras, que disfrutan de precios elevados, y de acabar con la evasión. Ha pedido al Banco Mundial y al FMI que asesoren sobre la reforma fiscal “para que no sea anticompetitiva”. Mientras que Bellido había amenazado con nacionalizar el campo de gas natural de Camisea, el equipo de Mirtha Vásquez está estudiando formas de construir gasoductos para que más peruanos puedan beneficiarse de él.
Hermanos de armas y gobierno
Castillo se enfrenta a dos grandes problemas. Desconfía de “la tecnocracia, el mercado, los empresarios y Lima”, dice un funcionario que ha lidiado con él. Evita los medios de comunicación, prefiriendo mítines con su base en el interior. Esa desconfianza es recíproca. Muchos en el sector privado están alarmados, especialmente por la amenaza de una asamblea constitucional.
Si bien la producción ya se recuperó de la caída del año pasado (aunque el empleo no lo hizo), la falta de confianza significa que el Perú tendrá suerte si su economía crece un 3% el próximo año. El otrora floreciente mercado inmobiliario de Lima está muerto. Los capitales y empresarios abandonan el país.
El segundo problema es que el diagnóstico del gobierno sobre las dificultades del Perú es erróneo. No es la economía de mercado la que ha fallado, sino un estado ineficiente. La recaudación de impuestos es baja porque el 70% de los peruanos trabaja de manera informal. En muchos ministerios, el equipo de Castillo está colocando simpatizantes en puestos altos para los que no están calificados.
Eso ha sucedido en el Ministerio de Desarrollo Social, que tiene un papel importante que desempeñar para garantizar que los 3 millones de peruanos que cayeron en la pobreza el año pasado salgan de ella. El nuevo ministro de Educación es un exmaestro amigo de Castillo, que quiere derogar una reforma exitosa que requiere que los maestros sean sometidos a evaluación y remunerados de acuerdo con su desempeño.
Castillo y sus seguidores rechazan la idea de terminar como Ollanta Humala, un expresidente que hizo campaña como un izquierdista radical pero que presidió un gobierno moderadamente socialdemócrata. Sin embargo, esa puede ser la única forma de que Castillo sobreviva durante cinco años. “El país es tan complicado, no hay espacio para sus propuestas más radicales”, dice Miguel Castilla, quien fue ministro de Economía de Humala. Parece probable que se vuelva aún más complejo.