Director general de Centrum PUCP
No todos están de acuerdo con que el crecimiento económico de los últimos años se sienta en los bolsillos del Perú, pero muchos estarán de acuerdo con afirmar que hacer las compras en el mercado es cada vez más caro. Esto es normal, pues las personas exhiben un sesgo sistemático a percibir la inflación directamente en relación a los productos que compran de manera regular. Bajo este esquema, los incrementos en la inflación de alimentos tienen un mayor impacto que una caída en los precios.
Pero el hecho de que existe este sesgo en la percepción de la inflación de alimentos no cambia el hecho de que el índice de precios al consumidor haya ido incrementando en los últimos años, principalmente liderado por el componente de alimentos y bebidas desde inicios de la pandemia. Un segundo componente que ha alimentado esta inflación ha sido el de combustibles y electricidad. En ese sentido, Perú es el país cuya tasa de inflación ha disminuido a una menor tasa con respecto a los demás países de la región (ver Figura 1).
¿Es esto culpa del gobierno? Es cierto que la inestabilidad política desde el inicio de la pandemia ha contribuido a crear inestabilidad económica y a un clima de inversión menos propenso. O ¿acaso es la avaricia de las empresas que buscan rentabilizar del incremento de precios? No tenemos evidencia de que esto haya sucedido, pero tampoco podríamos descartarlo. Sin embargo, la respuesta responde a ninguna de las anteriores, pues la inflación de alimentos es un problema a nivel mundial que escapa al control de cualquier gobierno, excepto al ruso, quien no tiene mucha intención de cambiar de parecer respecto a finalizar la guerra con Ucrania.
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Pensemos en los inicios de la pandemia, cuando los hábitos de consumo cambiaron drásticamente. En Perú las restricciones sanitarias fueron más duras que en otros países, lo que llevó a un desfase importante en la producción de bienes. Las personas permanecieron más tiempo en casa, el temor por salir a restaurantes inclusive cuando las restricciones se flexibilizaron evitó que el consumo se reactivara de inmediato, y varias empresas debieron cambiar o ampliar sus rubros para sobrevivir. Por un tiempo, las empresas se encontraron con un stock importante de bienes destinados a un tipo de consumo que las personas no deseaban o no podían consumir. Todo este proceso contribuyó a un impacto en los precios al consumidor.
Pero este no es el fin de la historia. Nos falta la cereza en la torta: la crisis generada por la invasión de Rusia en Ucrania. Este evento ha generado diversos problemas como el aumento en los precios de fertilizantes, ya que Rusia no solo es uno de los mayores exportadores de fertilizantes a nivel mundial, sino que también es uno de los mayores productores de petróleo.
Nos falta agregar los problemas climáticos como el fenómeno El Niño que ha paralizado recientemente nuestra logística a nivel nacional.
Aunque quisiéramos señalar a un principal culpable, difícilmente podremos hacerlo. La situación se debe a una serie de eventos desafortunados. Por el momento, aquello en lo que podemos concentrarnos es en recrear un espacio seguro de inversión extranjera y estabilidad política para no exacerbar el problema.
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