Economista jefe, FAO
El 2021 terminó empeorando las previsiones económicas de hace tan solo unos meses, mientras los retos mundiales se siguen sumando: la nueva variante del virus, ómicron, vuelve a torcer el brazo a las economías avanzadas que apenas parecían empezar a remontar gracias a las vacunas, mientras muchos países en vías de desarrollo apenas consiguen tener acceso a las mismas.
En verano del 2021, tras un crecimiento marcado del PIB en la primera mitad del año, vimos cómo se producía un punto de inflexión, llegando a una revisión a la baja de las previsiones de crecimiento no solo para el 2021, sino también para el 2022.
Los precios de energía, otras materias primas y del transporte de mercancías amenazan a familias y empresas, trazando el camino hacia una mayor inflación y, por tanto, hacia nuevas tensiones en las condiciones de financiación y deterioro de la solvencia de los agentes más endeudados.
El aumento de los precios de la energía juega un papel fundamental en los precios de los insumos y productos. Los precios de los alimentos se mantendrán altos mientras sea elevado el costo de la energía porque esto se traduce en altos precios de los fertilizantes. El aumento sin precedentes de los precios de los fertilizantes desde noviembre se está volviendo extremadamente problemático y podría tener efectos significativos en la próxima cosecha y en los precios de los alimentos y la seguridad alimentaria y la nutrición.
La principal explicación de esta subida es el exceso de demanda energética como resultado de la recuperación, el aumento de los precios del gas natural en Europa, la reducción del gas natural en la costa del Golfo de México debido al huracán Ida y las restricciones a las exportaciones que se imponen en los países productores clave. China ha suspendido las exportaciones de fertilizantes, cuando representa una cuarta parte de la producción mundial, y Rusia también acaba de anunciar restricciones a la exportación a través de una cuota de fertilizantes nitrogenados y fosfatados durante seis meses desde el pasado diciembre del 2021. Una presión adicional sobre los precios futuros puede llegar, además, del cambio de mix energético resultado de los esfuerzos de los países del G20 y de la COP 26 para luchar contra el cambio climático.
“Los factores que contribuyen al aumento del hambre seguirán amenazando la seguridad alimentaria, a menos que los países tomen medidas concertadas, mediante una mayor cooperación multilateral”.
De este modo, la inflación ha puesto incluso los alimentos más básicos fuera del alcance de muchos hogares. Muchas familias gastan más de la mitad de sus ingresos en alimentos y están ahora obligadas a elegir entre comida, alquiler y medicinas. “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2021″ nos muestra que ya en el 2020 padecieron hambre unos 800 millones de personas, es decir unos 160 millones de personas más que en el 2019, mientras los precios de los alimentos no paran de aumentar: el índice de precios de FAO se situó en noviembre del 2021, tras la cuarta subida consecutiva, nada menos que en su nivel más elevado desde junio del 2011.
Afortunadamente, el mayor temor que teníamos muchos profesionales de Naciones Unidas nunca se materializó el año pasado: a mí, junto con mis colegas de Naciones Unidas, nos preocupaba que la pandemia pudiera provocar la interrupción de las cadenas de suministro de alimentos y aumentar así vertiginosamente las tasas del hambre. En realidad, la producción y el comercio agrario se han mantenido estables, y los generosos paquetes de ayuda de la mayoría de los gobiernos del mundo, especialmente en las economías desarrolladas, amortiguaron el impacto.
Aun así, la pandemia ha evidenciado la profunda desigualdad sistémica en las sociedades, en las que colectivos más vulnerables, como las mujeres, los jóvenes y los trabajadores en situación irregular, sencillamente luchan por sobrevivir, tanto que el esfuerzo internacional de décadas para que 400 millones de personas abandonasen en el mundo las listas de la pobreza se han perdido en apenas unos meses como consecuencia de la pandemia.
Además, los factores que contribuyen al aumento del hambre -los conflictos, el cambio climático, las recesiones económicas- seguirán amenazando la seguridad alimentaria, a menos que los países tomen medidas concertadas, mediante una mayor cooperación multilateral, invirtiendo mayores recursos y adoptando un nuevo enfoque para la economía y en la lucha contra el hambre. Se trata de transformar los sistemas alimentarios para hacerlos más resilientes y equitativos, y evolucionar a nivel mundial hacia dietas saludables y sostenibles.