PhD. Profesor emérito del PAD
Tal es el título de una obra escrita en 1845 por D. F. Sarmiento (Facundo: Civilización y barbarie), que muestra la dicotomía entre ambos conceptos. Hoy parece que volvemos a ver, como una triste realidad, ese dualismo campeando en nuestras ciudades, carreteras, discursos, en muy variadas ágoras. No se puede permitir que, so argumento de exponer ideas (si es que las hay), se desate una horda destruyendo la propiedad pública y privada, saqueando, incendiando y matando. Es hora de defender lo nuestro; no con palos y piedras, sino con ideas y razones válidas. “Las ideas se exponen, no se imponen”, dijo con claridad el Gral. Marín Arista. Los empresarios, directivos, pueden actuar en diversos foros y palestras difundiendo la verdad, llamando a las cosas por su nombre, y no ser amplificadores de calumnias o falsedades.
Es sorprendente el afán por recuperar al golpista: ¿habrá hecho mucho por los revoltosos? Se ha llenado la boca de la palabra pueblo, pero por el pueblo nada ha hecho, nada de lo que prometió; aunque no sorprende, puesto que sus promesas tenían más de divagaciones que de proyectos realizables. Sin embargo, hay que reconocer lo que sí hizo por sus amigos y parientes, quienes han huido para evitar rendir cuentas. ¿Qué valor tiene el juramento que han hecho? Que Dios y la patria lo demanden: eso es precisamente lo que hay que hacer ahora. ¿Cómo es posible tanto cinismo e impudicia?
Si los que quieren una nueva Constitución pudieran enumerar y argumentar lo que añadirían o quitarían, darían pie a un diálogo alturado, pero esto parece una utopía. Es más fácil repetir eslóganes financiados y expuestos a pedradas y bombas molotov…
Me parece oportuno citar al cardenal Ratzinger. Sus conceptos expresados en un libro del año 1995 son, sin duda, claros y precisos, como también de una innegable vigencia:
“Un hombre de conciencia es el que no compra tolerancia, bienestar, éxito, reputación y aprobación públicas renunciando a la verdad… La finalidad del Estado es garantizar el bien común, esto es la dignidad de la convivencia… ¿Qué es, pues, el Estado? ¿Para qué sirve? Podemos decir sencillamente que la tarea del Estado es «mantener la convivencia humana en orden», es decir, crear un equilibrio entre libertad y bien, que permita a cada hombre llevar una vida humana digna… La historia de nuestro siglo ha demostrado dramáticamente que la mayoría es manipulable y fácil de seducir, y que la libertad puede ser destruida en nombre de la libertad… El relativismo encierra su propio dogmatismo: está tan seguro de sí mismo que debe ser impuesto a los que no lo comparten. Con una actitud así, al final resulta inevitable el cinismo.”
Es tiempo de poner un poco de luz en esta oscuridad. Cuando los esfuerzos de muchos por unir al país, por apostar por la educación y el desarrollo son lanzados al vacío por quienes prefieren aniquilar a la nación, a sus instituciones y habitantes. Es momento de preguntarse qué nos conviene a todos defender: ¿la civilización o la barbarie?
Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor.