Es la expectativa o seguridad firme de que las cosas van a suceder, o que una persona va a actuar, como deseamos; aunque no tengamos control sobre las circunstancias o las personas.
La confianza es, también, una emoción positiva que nos permite pensar en un futuro mejor, basado en la colaboración.
Como todo juicio, la confianza se basa en información y creencias sobre esas personas y sus circunstancias: la coherencia de su comportamiento, sus competencias, su entusiasmo, su responsabilidad, su honestidad, su respeto, empatía y benevolencia, entre otros. Todas estas variables nos indican si se podrán conseguir los resultados esperados a tiempo.
La confianza es un juicio totalmente necesario para la supervivencia de cualquier especie. El propio Darwin, en su teoría de la selección natural, no solo se refirió a la capacidad de improvisar para competir por los recursos escasos, sino que señaló que, en toda la historia de la humanidad y del reino animal, aquellos que aprendieron a colaborar más efectivamente fueron los que prevalecieron. Es decir, competencia y confianza son parte intrínseca de la convivencia humana y de la supervivencia.
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La humanidad vive, en estos tiempos, una aguda crisis de confianza, expresada en la extrema polarización y fragmentación de la sociedad. En el Barómetro de Confianza de Edelman 2023, encuesta aplicada a más de 32 mil personas en 28 países, el 53% de los encuestados afirman que sus países están más divididos que en el pasado.
Entre las razones señalan a la falta de fe en las instituciones sociales activada por la ansiedad económica, la desinformación, la división de clases sociales y el fracaso de los liderazgos. Los gobiernos son lo peor evaluados, seguidos por los medios de comunicación y, en menor medida, por las ONG. El sector empresarial es visto con mejores ojos, con más competencia y ética, lo que lleva a pensar que el liderazgo empresarial en los temas éticos, de mejora económica y de freno a las fuerzas que polarizan, se vuelve crucial.
Si bien la muestra no incluye al Perú, es evidente que la desconfianza está entre nosotros. Esto nos obliga a pensar en cómo, desde nuestra posición de ciudadanos, restablecemos la confianza entre los peruanos, a pesar de nuestras diferencias. Sería el primer paso para, siquiera, sentarnos a pensar juntos cómo salir de este peligroso trance de división que está generando tanto dolor en las familias peruanas; lo que nos lleva a un deterioro material y emocional.
En la reciente encuesta de DATUM, se señala la baja popularidad de nuestras autoridades, Ejecutivo y Legislativo, una profunda crisis de representación. Lo que está detrás de este drama es la ausencia de liderazgos políticos que nos señalen una ruta con bienestar compartido, más o menos inmediato.
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La misma encuesta señala que el principal motivo del enfrentamiento entre peruanos son las diferencias económicas y de clase social y, solo en menor medida, las diferencias ideológicas.
Si dejáramos nuestras posturas ideológicas de lado, dialogáramos y planteáramos propuestas conjuntas para reducir esas diferencias, sería un primer gran paso. Un logro de todos los peruanos.
No es imposible, pero implica resolver primero la crisis de representación que atravesamos. Por ejemplo, empecemos con generar reglas para que haya partidos políticos consolidados, que perduren en el tiempo, con doctrina y disciplina partidaria, con una propuesta de modelo de desarrollo.
Que atraigan a los ciudadanos a participar en ellos, que pueda haber carrera política y que la militancia y el servicio público no sean mal vistos. En democracia, no hay forma de conseguir acuerdos mínimos sin partidos que representen adecuadamente a la población.
Así como el libre mercado no funciona sin reglas de juego, las transacciones económicas se hacen sobre la base de la confianza y de las instituciones que la protegen, lo mismo pasa con la política que, si bien es la búsqueda del poder, no lo es a cualquier costo.
El poder en democracia se comparte y se negocia a través de mecanismos institucionales que generan confianza entre las partes. Por ello, si alguna reforma constitucional se requiere, está en los capítulos que rigen las reglas de juego institucionales de nuestro país, que permitirían a los ciudadanos confiar en sus autoridades.
Lo importante es trazar una ruta factible, avizorar una la luz al final del túnel, establecer los compromisos y plazos que debemos cumplir para llegar a esa situación. Tener la capacidad de renegociar si algún compromiso no se puede cumplir o no nos lleva al desarrollo colectivo deseado. Los rivales políticos no son enemigos, pueden tener aproximaciones diferentes, todas válidas.
Si nos escuchamos con respeto y tolerancia podemos tener puntos de encuentro o de mayor creación de valor. Es la hora de los liderazgos políticos, empresariales, académicos y sociales, desinteresados; las candidaturas serán para después. Concertemos y construyamos un camino viable de desarrollo para nuestra nación.
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