Miles de refugiados latinos llegan cada año a la mexicana Tijuana soñando con cruzar el muro que los separa de Estados Unidos. Ahora, muchos que esperan en refugios el fin de las restricciones lloran al pedir ser tratados igual que los ucranianos que están masivamente atravesando la misma frontera.
“¿Por qué nosotros siendo vecinos de Estados Unidos no se nos da esa oportunidad de buscar asilo? Nosotros vinimos huyendo casi de lo mismo”, cuestiona L., un mexicano de 44 años refiriéndose al permiso humanitario concedido a los refugiados ucranianos para ingresar en territorio estadounidense.
Debido a la guerra en su país, los ucranianos tienen un permiso humanitario especial para entrar a Estados Unidos. Washington dijo que planea recibir hasta 100,000 refugiados.
Desde entonces miles de ucranianos han llegado por tren u avión a Tijuana para cruzar la frontera terrestre hacia Estados Unidos, país al cual no vuelan directamente por necesitar una visa.
La masiva red de voluntarios ucranianos que se instaló en Tijuana y en su vecina estadounidense San Ysidro afirma que, en promedio, los recién llegados esperan entre dos y tres días antes de atravesar la entrada oeste, disponible sólo para ellos.
“Creo que todos merecemos una oportunidad”, dice la esposa de L. mientras los ojos se le llenan de lágrimas.
La pareja dejó su natal Irapuato con sus tres hijos, cargando apenas una muda de ropa, luego de que presuntos miembros de un cártel les quemaran sus pertenencias y la panadería con la que se ganaban la vida.
Mirando hacia el piso, y removiendo un papel en sus manos como un impulso nervioso, la mujer habla a cuenta gotas, negándose a dar su nombre por miedo a que algo le pase a ella o a su familia.
“Si venimos hasta acá no es por gusto, es por necesidad. Ya hemos vivido mucha violencia”, dice soltándose a llorar. “Queremos darles una vida mejor”, sigue, señalando a sus hijos que están en una de las varias carpas instaladas en el refugio de la asociación civil Movimiento Juventud 2000.
La familia está a tan sólo tres cuadras de la Unidad Deportiva Benito Juárez, convertida en albergue para miles de ucranianos. “¿Por qué no nos dan una oportunidad?”, insiste.
“Casi una guerra”
La diferencia entre ambos refugios es evidente. En el Movimiento Juventud 2000, se respira tristeza y frustración, mientras que en el Benito Juárez, se siente alivio y esperanza.
Allí la rotación es tan alta que los voluntarios decidieron la semana pasada implementar una lista virtual para llevar un control. Un letrero rojo avisaba el sábado en la tarde que más de 2,600 ucranianos estaban anotados.
En el Movimiento Juventud 2000, algunas familias llevan hasta seis meses esperando un cambio en las restricciones fronterizas que les permita solicitar asilo.
R. es hondureña y tiene cinco hijos, de entre uno y nueve años. Dice que tuvieron que irse de su ciudad luego de que su esposo, periodista, fue víctima de un atentado en el 2014. Huyeron a Guatemala, donde su esposo recibió atención médica. Pero entendieron que no podían quedarse cuando una de las doctoras que lo atendió fue asesinada.
Intentaron rehacer su vida en México pero una inundación destruyó su casa, así que decidieron ir a la frontera estadounidense animados por la llegada del presidente demócrata Joe Biden.
“Estamos pidiendo asilo desde que estábamos en Guatemala, pero pasó el tiempo y seguimos esperando”, dice, sentada en un balde plástico al lado de su carpa en la cual la familia ha dormido durante meses. El menor de sus bebés aprendió a caminar entre carpa y carpa.
Al igual que los ucranianos “nosotros también venimos huyendo. Es diferente pero casi es una guerra con las pandillas. No podemos regresar”, manifiesta.
“Me necesitan”
Los voluntarios ucranianos instalaron gracias a donaciones un área infantil en el refugio. Los niños aprovechan juguetes, creyones y libros, y este sábado reciben unos patitos amarillos para jugar a hacer burbujas.
A tres cuadras de distancia los pequeños haitianos, mexicanos y centroamericanos no tienen un espacio especial ni tantos materiales, pero son entretenidos un par de veces por semana gracias a iniciativas de la Unicef o de particulares.
La pedagoga Nelly Cantú, que es parte de ese esfuerzo, afirma que la invitaron a ayudar en el operativo ucraniano, pero se recusó. “Además de la barrera del lenguaje, preferí quedarme aquí porque estos niños me necesitan, ellos han sufrido mucho y tienen menos apoyo. Esto también es una guerra”, dice.
Unas 125 personas, principalmente de Haití y Centroamérica viven en el refugio atendido por seis personas, explica su director José María García.
“Tratamos de explicar que hay que tener paciencia”, reacciona García ante los cuestionamientos de los migrantes. Pero a su juicio hay una falta de voluntad política que va más allá de la celeridad en los trámites de ingreso.
“Estados Unidos podría más enfocarse” en los problemas de México y Centroamérica “para evitar que la gente siga saliendo” de sus países, dice, sin dejar de exhortar a los gobiernos vecinos: “vean por su gente, esta gente llega aquí huyendo de mucho sufrimiento”.