Por Mac Margolis
Tras el ir y venir esta semana de otra fecha límite de la deuda, Argentina estuvo en una posición ya conocida: inmersa en una recesión, comprometida con el Fondo Monetario Internacional y en medio de propósitos cruzados con prestamistas privados.
Si la pandemia de coronavirus ha permitido a Argentina un poco de indulgencia internacional, como lo dejó claro el FMI en una declaración el 1 de junio, no ha aliviado la carga del país ni despejado la incertidumbre.
Argentina seguramente merece un alivio de la deuda, pero también un camino creíble hacia adelante. Tanto el prestatario como los acreedores estiman que surgirá un acuerdo; se han estado acercando cada vez más durante semanas. Sin embargo, el país aún necesita una vía hacia el crecimiento, nuevas inversiones y la perspectiva de una racionalidad fiscal más allá de la pandemia. Y ahí es donde termina la hoja de ruta.
Lo novedoso y alentador es el caballeroso tono de las negociaciones. Bajo el mando del presidente Alberto Fernández, respetado como pragmático y operador político de bajos decibelios, no ha habido ninguno de los nacionalismos que marcaron muchos de los problemas de deuda del pasado argentino, especialmente bajo la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner (2007 al 2015), quien denigraba a acreedores calificándolos de buitres y oportunistas.
Ahora funge como vicepresidenta de Fernández y, afortunadamente, ha estado mayormente marginada dado que el presidente ha orquestado la respuesta nacional a la pandemia. Ha actuado con decisión; Fernández impuso estrictas medidas de distanciamiento social a mediados de marzo y contempló dinero de emergencia para 9 millones de personas pobres en peligro.
Aunque muchos argentinos se quejan de las restricciones, y hasta 3 millones de las familias más vulnerables podrían haber sido pasadas por alto, la rápida respuesta ha elevado los índices de aprobación de Fernández.
El inesperado repunte político le ha ayudado a presionar a la clase política de oposición y mantener a la fraccionada coalición peronista gobernante. “En cierto modo, la pandemia ha sido un regalo para Fernández, dándole un propósito y un tipo de liderazgo que nunca tuvo”, dijo el analista político argentino Bruno Binetti, miembro no residente de Diálogo Interamericano.
Ese prestigio, a la par del tono más agradable del Gobierno, le han ganado a Argentina el respaldo internacional, desde la academia hasta el Vaticano, y han alentado al Gobierno a resistir a los acreedores. De ahí la insistencia del ministro de Economía, Martín Guzmán, en esperar un acuerdo “sostenible”, no tan oneroso como para descomponer a la segunda mayor economía de Sudamérica ni tan descarado como para convertir a Argentina en un paria financiero.
Con ese fin, Guzmán ha advertido que seguiría los pasos falsos de sus predecesores, quienes sugiere han optado por la solución rápida en lugar de la solución duradera. El académico de 37 años construyó su carrera académica documentando tales riesgos.
“En las últimas cuatro décadas, más de la mitad de las reestructuraciones con acreedores privados fueron seguidas por otra reestructuración (también con acreedores privados) o un default poco después”, escribió en el 2018, mientras estaba en Columbia University.
Dos años después, Guzmán se esfuerza por incluir esa tesis en el rescate de Argentina. Sin embargo, el problema no es académico.
“Se ha escrito que con demasiada frecuencia los acuerdos de deuda se desmoronan y prestatarios y acreedores vuelven a negociaciones. Pero el problema real podría no ser el acuerdo de deuda en sí. También depende del desempeño y cumplimiento”, dijo el director gerente senior de Guggenheim Securities LLC, Mark Walker, quien asesora a partes de negociaciones de deuda. “A menos que formulen y sigan políticas sólidas, el mejor acuerdo de deuda no funcionará”.
Argentina ha fallado reiteradamente en ese departamento. Si bien una reestructuración cuidadosamente diseñada y presentada de manera cordial podría evitar un enfrentamiento desagradable y litigios, eso no es suficiente para proteger al país de sus disfunciones crónicas.
Las rígidas relaciones laborales, la lenta productividad, los excesivos impuestos a los sectores más productivos y una burocracia que vive más allá de sus medios pesan en el balance nacional.
El Foro Económico Mundial clasificó a Argentina en el puesto 83 de 141 países en competitividad global el año pasado. La empresa se ve obstaculizada por incertidumbres legales, incluida la baja percepción de justicia judicial (el poder judicial de Argentina ocupa el puesto 112 en el mundo) y de estabilidad de las políticas (lugar 118).
Una economía insular no favorece al país. Con exportaciones e importaciones combinadas que representan solo 30% de la riqueza nacional, Argentina languidece, junto con Brasil, como el principal mercado menos abierto de América Latina, la región comercial menos abierta del mundo, informa el Banco de España.
La pandemia ha camuflado estas debilidades. Por el momento, el gran gasto al estilo argentino y un Estado hinchado para mitigar la crisis sanitaria y económica son apenas la nueva normalidad mundial. Con el déficit fiscal en aumento y el recorte del crédito internacional, Argentina recurrió al banco central, que imprime alrededor de 300,000 millones de pesos (US$ 4,380 millones) al mes para ventilar la economía postrada, o aproximadamente la mitad del gasto del Gobierno, estimó el exministro de Economía Alfonso Prat-Gay en un reciente webinar.
No está claro cómo el país absorberá el exceso de pesos una vez que hayan pasado las emergencias de salud y deuda. “La incertidumbre es lo que evitará que la economía se recupere. La incertidumbre ha sido el nombre del juego durante los últimos 50 años”, dijo Prat-Gay.
No apueste por un giro hacia la sobriedad fiscal. “Desde la pandemia, el mundo ha migrado hacia la visión populista peronista que otorga al Gobierno licencia temporal para imprimir dinero”, dijo Adriana Dupita de Bloomberg Economics. ¿Va a aprovechar Fernández su reciente influencia política para reducir el gasto y abrir la economía una vez que lo peor haya pasado? “Eso no forma parte de la ideología peronista”, comentó Dupita.
El problema es que un default sin pelea sigue siendo un default. Aunque Argentina y sus prestamistas eviten otra disputa legal, un acuerdo de deuda no conducirá automáticamente al país hacia la gracia financiera. “El verdadero problema no es el litigio, son las consecuencias del default en sí y el impacto sobre el tipo de cambio, los flujos de capital y la confianza del mercado”, dijo Walker.
Nadie necesita decirle a Argentina que nueve veces no es para nada encantador.