En un campamento en las montañas del sur de Haití, donde cientos de aldeanos buscaron refugio después de que un poderoso terremoto arrasó sus casas este mes, una sola mazorca de maíz carbonizada era el único alimento a la vista.
“Tengo hambre y mi bebé tiene hambre”, dijo Sofonie Samedy, quien está embarazada, mientras señalaba su vientre.
Samedy había comido solo de forma intermitente desde que el terremoto de magnitud 7.2 del 14 de agosto destruyó gran parte de Nan Konsey, una remota aldea agrícola no lejos del epicentro. En todo Haití, el terremoto causó la muerte de más de 2,000 personas y dejó a decenas de miles sin hogar.
En Nan Konsey, las convulsiones de la tierra abrieron las cisternas de cemento de la aldea que se usaban para almacenar agua potable y provocaron deslizamientos de tierra que enterraron las modestas granjas de subsistencia de los residentes.
Desde entonces, Samedy y el resto de la comunidad han acampado junto a la carretera principal, a unos 40 minutos a pie de su aldea, con la esperanza de detener el raro camión que pasa para pedir comida y agua.
“Rezo para poder dar a luz a un bebé sano, pero, por supuesto, tengo un poco de miedo”, dijo.
Haití, el país más pobre de América, ha tenido durante mucho tiempo uno de los niveles más altos de inseguridad alimentaria del mundo. El año pasado, Haití ocupó el puesto 104 de los 107 países del Índice Global del Hambre. En septiembre, las Naciones Unidas dijeron que 4 millones de haitianos, el 42% de la población, enfrentaba una inseguridad alimentaria aguda.
El terremoto de este mes ha exacerbado la crisis: destruyó cultivos y ganado, arrasó mercados, contaminó las vías fluviales usadas como fuentes de agua potable y dañó puentes y carreteras cruciales para llegar a pueblos como Nan Konsey.
El número de personas que necesitan urgentemente ayuda en alimentos en los tres departamentos más afectados por el terremoto, Sud, Grand’Anse y Nippes, ha aumentado en un tercio desde el terremoto, de 138,000 a 215,000, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
“El terremoto sacudió a las personas que ya estaban luchando por alimentar a sus familias”, dijo en un comunicado Lola Castro, directora regional del PMA para América Latina y el Caribe.
“Los efectos compuestos de múltiples crisis están devastando a las comunidades del sur que enfrentan algunos de los niveles más altos de inseguridad alimentaria en el país”.
“En manos de Dios”
Justo al lado de la carretera que conduce a Nan Konsey, unas pocas decenas de hombres se reunieron en un mercado de cabras, donde vendieron el ganado que les quedaba para obtener dinero en efectivo para alimentar a sus hijos o para pagar los funerales de los miembros de la familia.
Antes del terremoto, el granjero Michel Pierre cuidaba 15 cabras y cultivaba ñame, papas, maíz y bananos. Llegó al mercado con los únicos dos animales que sobrevivieron al terremoto.
Con sus cultivos también enterrados bajo deslizamientos de tierra, esperaba ganar alrededor de US$ 100 de la venta para alimentar a su esposa y a sus hijos.
Cuando el dinero se agote, dijo, no está seguro de lo que hará. Todavía está endeudado desde que el huracán Matthew devastó Haití en 2016.
“Día a día, se hace más difícil ser agricultor”, dijo. “Estoy en manos de Dios”.
Haití fue en gran parte autosuficiente en alimentos hasta la década de 1980, cuando, con el estímulo de Estados Unidos, comenzó a flexibilizar las restricciones a la importación de cultivos y a reducir los aranceles.
Una posterior inundación de excedentes de cultivos estadounidenses dejó sin actividad a muchos agricultores haitianos y contribuyó a que las inversiones en el sector se redujeran.