La histórica decisión que tomó la Unión Europea la semana pasada de aprobar los insectos para el consumo humano fue una victoria para las larvas y los gusanos —y para las personas— de todo el mundo. La aprobación confiere una especie de dignidad a las pequeñas microbestias ricas en proteínas que tontamente descartamos como plagas, y ofrece una clara señal de que la industria de las proteínas de insectos está preparada para un crecimiento significativo. Sobre todo, allana el camino para una fuente alternativa de proteína que debería desempeñar un papel fundamental en la alimentación de un mundo más caluroso y poblado.
Antes de que esto desencadene su reflejo nauseoso, seamos claros: para la mayoría de los consumidores, la decisión de la UE no se traducirá en bichos en sus hamburguesas y gusanos de la harina en sus macarrones. Sí, los insectos jugarán un papel mucho más integral en los sistemas alimentarios humanos en el futuro, pero probablemente no serán una forma directa de proteína. En cambio, se están convirtiendo en una fuente de alimentación indirecta cada vez más valiosa: una materia prima para aves de corral, peces de cría, cerdos y vacunos que actualmente se engordan con alimentos de soja y maíz que son costosos en términos medioambientales.
Los seres humanos han consumido insectos comestibles, desde grillos y saltamontes hasta hormigas rojas y termitas, desde antes de los albores de la civilización, y el 80% de la población mundial, en toda Asia, África y América Latina, en la actualidad sigue comiendo insectos. Pero a los consumidores estadounidenses les ha costado adoptarlos, a pesar de que Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó los insectos para el consumo humano hace años. Surgió un nicho de mercado con bocadillos como Chirp Chips y las barras de proteína Exo. Y cuando la FDA los aprobó para alimentos para mascotas a principios de este año, marcas como Purina comenzaron a abastecerse de insectos para sus productos.
Pero la mayor oportunidad se encuentra más abajo en la cadena alimentaria, como un ingrediente que cambiará las reglas del juego en la alimentación para ganado. La FDA del presidente Joe Biden debería realizar los cambios regulatorios necesarios para despejar el camino hacia un mayor suministro de insectos a los mercados de alimentos para animales.
En 2020, las inversiones mundiales en proteína de insectos casi se duplicaron hasta alcanzar unos US$475 millones y los analistas esperan que el mercado supere los US$4,100 millones en los próximos cinco años. Un informe reciente de Rabobank proyecta que las 10,000 toneladas métricas de insectos que se cultivan actualmente cada año aumenten a 500,000 toneladas métricas anuales en 2030.
La industria de la alimentación animal, por su parte, es mucho más grande: se espera que alcance los US$460,000 millones en 2026, frente a los US$345,000 millones de 2020. Este sector depende en gran medida del cultivo de cereales, que requiere un uso intensivo de agua y carbono, en un momento en que el costo de los insumos agroquímicos está aumentando y los recursos de agua dulce son cada vez menos fiables. A nivel mundial, las granjas de animales consumen más de un tercio de la producción total de cereales. En EE.UU., la proporción se acerca a la mitad. Los alimentos para animales a base de insectos podrían ser la mejor opción de esta industria para aumentar la resistencia al clima, al tiempo que ayudan a manejar la crisis de los residuos alimentarios.
Los beneficios ambientales de las proteínas de insectos, tanto para el consumo humano como animal, son asombrosos. Las larvas de mosca soldado negra, en particular, son prometedoras: conocidas en la industria por el acrónimo BSFL, estos bichos infantiles sirven como alimento de alta calidad para pollos y peces y requieren 1,000 veces menos tierra por unidad de proteína producida en comparación con la producción de soja, entre 50 y 100 veces menos agua y cero insumos agroquímicos.
Las BSFL tienen la ventaja notable de que se alimentan de nuestros residuos alimenticios, que producimos de manera desenfrenada, especialmente en EE.UU. Cada kilo de larvas puede masticar 3.5 kilos de restos de comida que emiten metano, desempeñando un papel importante para mantener los desechos orgánicos fuera de los vertederos y recuperar esos nutrientes para que puedan volver a entrar en la cadena alimentaria. Además, las larvas producen un subproducto valioso: sus excrementos son un fertilizante rico en nitrógeno y microorganismos, capaz de restaurar la calidad del suelo y mejorar su capacidad de almacenamiento de carbono.
Sin embargo, las proteínas de insectos siguen siendo una pequeña fracción del mercado total de alimentos para animales, en gran parte debido al costo: mientras que una unidad de alimento para aves cuesta varios cientos de dólares y el alimento para peces unos US$1,000, los alimentos para insectos pueden costar más de US$2,000. A medida que la industria crezca, estos costos disminuirán rápidamente, pero la FDA debe introducir cambios normativos clave dentro del Asociación Estadounidense de Funcionarios de Control de Pienso (AAFCO, por sus siglas en inglés) para ayudar a que la industria se expanda.
La AAFCO, que en la actualidad es administrada por funcionarios de distintos estados, debería organizarse de manera más centralizada bajo la FDA y enfocarse en reformas en tres áreas clave: aumentar las variedades de insectos que se pueden cultivar (en la actualidad solo se permite un pequeño puñado de especies); ampliar los usos de estas proteínas de insectos (ahora solo se permiten en ciertos alimentos para mascotas y algunas aplicaciones avícolas y acuícolas); y, sobre todo, ampliar las materias primas permitidas para criar estos insectos, que en la actualidad solo pueden alimentarse con residuos alimenticios preconsumo. Permitir que los agricultores de insectos utilicen residuos alimentarios posconsumo, de los que los estadounidenses producen alrededor de 60,000 millones de kilos al año, representaría un gran impulso al crecimiento.
No hay duda de que las proteínas de los insectos pueden cambiar el paradigma de nuestro sistema alimentario hacia la sostenibilidad y que esta incipiente industria tiene un enorme potencial económico y ambiental. La UE dio un poderoso voto de confianza; ahora los inversionistas y los reguladores deben ayudar a introducir este futuro inteligente desde el punto de vista climático.