Por Frank Wilkinson
Las elecciones del 2020 en EE.UU. son sobre el COVID-19. Y la economía. El clima y la energía. La política exterior y, por supuesto, la amenaza actual a la democracia, el estado de derecho, etc. Pero todos estos son, en última instancia, accesorios de un tema primordial.
La semana pasada, el senador David Perdue, puso el dedo en la llaga de la política estadounidense, planteando la pregunta en torno a la cual estas elecciones, así como las anteriores, realmente giran: ¿tiene un hombre blanco en el siglo XXI en Estados Unidos la obligación de decir el nombre de Kamala Harris correctamente? En definitiva, de eso se trata toda la agenda de Make America Great Again (MAGA).
La pregunta surgió cuando Perdue titubeó deliberadamente el nombre de Harris, en un momento la llamó “Kamala-mala-mala”, ante una multitud de MAGA que apreciaba debidamente sus payasadas. Las consecuencias de la rutina de comedia de Perdue han sido mecánicamente predecibles, y conmovedoras improvisaciones.
Kamala-mala-mala es un nombre que lanzó un nuevo meme junto con 1,000 tuits. La campaña del oponente demócrata de Perdue en la carrera por el Senado de Georgia, Jon Ossoff, dice que recaudó US$2 millones después de la mala pronunciación de Perdue, aunque en vista del ritmo al que se están llenando los cofres de los demócratas, es posible que solo haya sido un impulso flojo de fin de semana.
El “Kamala-mala-mala-gate” parece el tipo de escombros políticos que flota en un mar de temas mucho más pesados durante el ciclo noticioso. Sin embargo, tanto liberales como conservadores saben que es más que eso. El incidente resume una guerra librada a través de los siglos en EE.UU. Tiene un linaje largo y duro. Cuando Roger Taney, presidente del Tribunal Supremo de la Corte Suprema de Justicia, emitió su corrosivo fallo en Dred Scott, resumió la historia estadounidense hasta el año 1857 al señalar que los estadounidenses negros nunca habían poseído “derechos que el hombre blanco debiera respetar”. MAGA es el heredero de Taney; Harris es la descendiente política de Dred Scott.
Gran parte de la historia estadounidense consiste en que los negros y otros estadounidenses sometidos se esfuerzan, contra una resistencia feroz, por adquirir derechos que los hombres blancos estén obligados a respetar. Ese esfuerzo alcanzó un máximo simbólico y político en la presidencia de Barack Hussein Obama. La negativa de Donald Trump a reconocer cualquier regla, ley o persona fuera del dominio exclusivo de MAGA es una reafirmación de prerrogativas históricas y de corrupción personal. Pronunciar mal el nombre de Harris en un mitin de MAGA no es un error: es un rito. El propio Trump se ha divertido con el nombre de Harris, sin embargo, a diferencia de Perdue, nadie espera más de él.
El director de comunicaciones de Perdue, John Burke, tuiteó que Perdue “simplemente pronunció mal” el nombre de Harris y “no quiso decir nada”. La mentirilla era tanto necesaria como transparente. Perdue ha servido con Harris en el Senado desde enero del 2017. Kamala ni siquiera es un nombre difícil de pronunciar, ya que consta de tres sílabas que fluyen fácilmente de una lengua de habla inglesa. La carnicería del nombre de Harris es simplemente una variación más insidiosa en el grito nativista de “solo inglés”. Apunta no solo a la cultura inmigrante, sino a la persona.
Internet respondió a Perdue con #MyNameIs. Prominentes estadounidenses, entre ellos el exfiscal federal Preet Bharara y los representantes Ilhan Omar y Ro Khanna, hablaron sobre el origen o el significado de sus nombres. Periodistas de renombre como Li Zhou y Clarissa-Jan Lim escribieron historias sobre la tendencia. Y ahí radica la reacción cultural a la reacción cultural de Trump y Perdue: ninguna cantidad de MAGA puede revertir la tendencia.
Las estupideces de campaña son parte de la política. El ataque adolescente de Perdue contra Harris fue vergonzoso y, bueno, estúpido. Pero también fue un disparo en una guerra muy larga y muy consecuente.