Por Stephen L. Carter
¿Cómo se pasó de una supuesta victoria arrolladora del exvicepresidente Joe Biden a unas elecciones sombrías y estresantes? Deberíamos aprender una lección de las ciencias sociales y considerar cómo el problema del riesgo moral puede haber afectado los esfuerzos del Partido Demócrata.
El término riesgo moral se refiere a la forma en que las personas tienden hacia una menor aversión al riesgo cuando saben que están protegidas de las consecuencias de sus locuras. El ejemplo por excelencia es la tendencia bien documentada de los conductores asegurados a tener menos cuidado en la vía, ya que no asumirán el costo total de ningún accidente. Un profesor mío una vez comparó el problema con el niño rico malcriado que se sienta cuando quiere, seguro de que alguien le acercará una silla antes de que llegue a tocar el piso.
El problema análogo en la política surge cuando un partido tiene certeza de su victoria y esto lo lleva a cometer imprudencias durante la campaña —en particular, una serie de ideas que, en una carrera más ajustada, podrían mantenerse en silencio. Uno se pregunta, por ejemplo, si Ronald Reagan se habría postulado en 1980 en una plataforma que incluía una reducción de impuestos tan agresiva en los rangos superiores si no hubiera enfrentado a un titular tan impopular como Jimmy Carter.
Este año, los demócratas asumieron que los detalles no importaban mucho porque podían lograr una mayoría principalmente al apelar a aquellos que estaban tan hartos del presidente Donald Trump que nada les impediría votar en contra de él.
Esta percepción del electorado se tradujo en imprudencia: muchos en el partido se adhirieron a la idea evidente de que había poco riesgo al adoptar posturas públicas que en otro año los votantes considerarían problemáticas, porque el “fastidio hacia Trump” les daría la victoria.
La opinión de que la animosidad aseguraría el éxito no estaba del todo equivocada. Según Morning Consult, cerca de 44% de los votantes de Biden dijeron que votaban más en contra del otro candidato que por el suyo, en comparación con solo 22% de los votantes de Trump*. Pero el hecho mismo de que la estrategia haya tenido un éxito parcial recuerda los riesgos que implica traducir una victoria limitada en un programa de gobierno.
Cuando una gran parte de su coalición odia al tipo del otro bando, se carece de una base confiable para asumir que hay apoyo en los temas. Tratarlos como partidarios sólidos y proceder con una agenda que podría terminar alienándolos es un ejemplo claro de riesgo moral.
Iniciemos con un breve análisis del proceso electoral, donde la ola azul demócrata se hizo añicos por la complejidad humana. Al escribir estas líneas, es poco probable que los demócratas logren su objetivo de ganar el Senado y han perdido al menos seis escaños en la Cámara de Representantes. Cook Political Report lamentó que “las encuestas a nivel de distrito rara vez nos han desviado tanto”. Pero estos resultados “impactantes” no son para nada difíciles de explicar. Son producto de la imprudencia.
Politico informa que para centristas enojados del partido la culpa está en la presunción del liderazgo al imaginar que un mensaje anti-Trump sería suficiente para salir airosos. También, culpan la incapacidad de los candidatos en las difíciles carreras para escapar de la mancha de la izquierda: “Los moderados en los distritos inclinados hacia Trump no pudieron escapar de su sombra ‘socialista’”. Stephanie Murphy, directora del grupo Blue Dog del partido, fue franca sobre la causa de las dificultades del partido: “Esa agenda de extrema izquierda no es lo que gana distritos y obtiene mayorías”.
Las voces de la izquierda del partido tendieron a ahogar los llamamientos centristas de Biden, y eso tuvo un costo. Consideremos, por ejemplo, la forma en que los condados fuertemente hispanos en el Valle del Río Grande de Texas —un bastión demócrata en los últimos años presidenciales—, fueron decisivos para Trump.
¿Cómo pudo haber sucedido esto? En una entrevista de NPR, Domingo García, jefe de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos, señaló que una gran cantidad de agentes de la patrulla fronteriza son hispanos: “Entonces, cuando se habla de desfinanciar a la Policía, y uno hace frente a esos tipos de retórica, entonces se deja una oportunidad para que los republicanos lleguen y se aprovechen de eso”.
En este sentido, el auge de la política de identidad creó un riesgo moral propio, dejando al partido con una falsa sensación de que los grupos étnicos tienen intereses comunes que llevan a sus miembros a votar en bloque. Hay una verdad limitada en esta afirmación, y este año los límites se hicieron evidentes. Los demócratas parecían asumir que su representación de Trump como irremediablemente racista sería suficiente para captar el apoyo que necesitan entre los no blancos.
Pero aparentemente no todos los votantes de ese grupo estaban persuadidos; al menos, muchos encontraron otros problemas más destacados. Y el tema del “blanco” fue menos importante esta vez. Las encuestas preliminares de salida nos dicen que Trump realmente perdió un terreno considerable entre los hombres blancos. Al mismo tiempo, logró avances significativos entre las personas de color, tanto las que tenían títulos universitarios como las que no.**
Del mismo modo, a pesar de la bien documentada historia de comentarios misóginos de Trump, él y Biden empataron esencialmente entre las mujeres blancas con títulos universitarios, en comparación con una ventaja de siete puntos porcentuales a favor de Hillary Clinton en el 2016. Al mismo tiempo, Trump perdió entre los hombres blancos con títulos universitarios, un grupo donde derrotó a Clinton hace cuatro años.
Todo lo cual nos lleva a la lección más importante de las encuestas de salida: si bien los demócratas ganaron fácilmente entre los votantes que consideraron las “cualidades personales” del candidato como el factor más importante, los votantes que priorizaron la posición del candidato en los temas sobre el carácter se inclinaron por los republicanos. Una fracción significativa de los votantes se preocupa por las políticas, e incluso estaba dispuesta a apoyar a un titular que probablemente no les gusta mucho porque les gustaban sus políticas; mientras que sus políticas difícilmente se podían escuchar en medio de la tormenta del sentimiento anti-Trump.
Así, vemos los costos del riesgo moral. Sí, la apuesta de los demócratas por la animosidad tuvo éxito, pero solo por el margen más estrecho posible. En términos electorales, esta apuesta implicó problemas. Este año, el partido se comportó como un conductor demasiado confiado cuya indiferencia lo impulsa directamente hacia un accidente, del cual, por la gracia de Dios, emerge con solo unos pocos rasguños.
Lo que se espera es que la próxima vez, el conductor preste más atención a la vía por la que va.
* Si bien los organismos de encuestas insisten en que han hecho esfuerzos extraordinarios por obtener datos precisos en este año de pandemia y votación anticipada, solo debemos confiar tentativamente en la proyección de los resultados.
** Por ejemplo, entre votantes de color sin título universitario, la ventaja del Partido Demócrata bajó de 56% en 2016 a 46% en 2020, lo que significa que la brecha fue casi 1/5 menor.