Este mes y luego de más de un año, pequeños grupos de niños han retornado a algunos colegios de Ciudad de México. La reapertura es una decisión que depende de los centros educativos y solo una minoría ha optado por hacerlo. Lo mismo rige para 18 de los otros 31 estados mexicanos; en los demás, los colegios permanecen cerrados. Dado que la pandemia está lejos de terminar, la cautela es entendible. La niñez continúa entre sus principales víctimas, en toda América Latina.
La región ha sido golpeada muy fuerte por el covid-19 de tres formas. Con el 8% de la población mundial, ha sufrido alrededor de un tercio de las muertes registradas oficialmente -y muchas más no registradas-. Sus economías se contrajeron 7% en promedio el año pasado, más que el promedio mundial. Mucho menos discutido es el hecho de que sus colegios han estado cerrados más tiempo que en otras regiones y sus efectos se sentirán por más tiempo después de que la pandemia haya pasado y las economías se hayan recuperado.
Los colegios cerraron casi en todas partes de la región en marzo del 2020 y muchos han permanecido así. Solo están completamente abiertos en seis países pequeños. Algunos países como Argentina y Colombia comenzaron a reabrirlos a inicios de año pero volvieron a cerrarlos ante la segunda ola de contagios. La prolongada pérdida de aprendizaje empeorará los pésimos estándares educativos. El 2018, la prueba PISA a escolares de 15 años halló que en lectura, matemática y ciencia, los participantes latinoamericanos estaban rezagados tres años respecto de sus pares de la OCDE.
El Banco Mundial (BM) estima que, en la actualidad, alrededor del 77% de estudiantes de la región estaría por debajo del desempeño mínimo para su correspondiente edad, un deterioro frente al 55% del 2018. Esto tiene efectos de largo plazo, pues si bien solo se han perdido diez meses de clases, el organismo estima que el escolar promedio podría perder el equivalente de US$ 24,000 en ingresos durante su vida. Los más pobres, los habitantes de áreas rurales, así como las niñas, son los más afectados, lo cual agrava las profundas desigualdades ya existentes en la región.
Muchos países latinoamericanos han realizado grandes esfuerzos para organizar educación a distancia en la pandemia. Pero una considerable minoría de colegios carece de acceso a Internet para fines pedagógicos. El 98% de escolares que pertenecen al quintil más rico tiene Internet en casa, pero solo el 45% del quintil más pobre. En Brasil, los teléfonos móviles ofrecen acceso solo al 60% de escolares afrodescendientes e indígenas. Muchos gobiernos están usando canales tradicionales como televisión, radio y material impreso. México ofrece educación a distancia por estos medios a 25 millones de alumnos.
No hay sustituto para el aprendizaje presencial. “No todos los escolares aprenden al mismo ritmo”, señala Marco Fernández, especialista educativo de la Universidad Tecnológica de Monterrey (México). “No pueden hacer preguntas ni recibir respuestas (online) como lo harían en el aula”. Más allá de la pérdida de aprendizaje, los cierres de colegios han generado costos emocionales y un fuerte incremento de las deserciones.
En muchos países de otras regiones, los colegios reabrieron hace meses, aplicando distanciamiento social, pruebas de descarte del covid-19 y limpieza minuciosa de las instalaciones. Aparte de la severidad de la pandemia, existen otros motivos para que eso no haya ocurrido en América Latina. En general, los progenitores no han estado dispuestos a enviar a sus retoños de regreso a las aulas.
En México, hasta que la mayoría esté vacunada, “pensamos que, lamentablemente, las condiciones no están dadas para un retorno masivo al colegio”, argumenta Luis Solís, vicepresidente de la Unión Nacional de Padres de Familia de ese país. Los sindicatos de profesores también han sido reacios. En Argentina, el alcalde de Buenos Aires intentó reabrir colegios en marzo pero no pudo por la oposición del sindicato y de su aliado, el Gobierno federal. “No hay presión” sobre los gobiernos para reabrir, se lamenta Fernández.
Pero los gobiernos podrían hacer mucho más para promover una reapertura segura, a través de la información y el diálogo. “A estas alturas, todos los gobiernos debieron haber realizado un esfuerzo sustancial para reabrir colegios”, sostiene Emanuela di Gropello, experta en Educación del BM. “No estamos donde deberíamos estar”, añade.
Ponerse al día será un desafío formidable. Los colegios tendrán que evaluar deprisa el nivel en que se encuentra cada escolar, organizar la enseñanza correctiva y recuperar el tiempo perdido con clases sabatinas y ciclos lectivos más prolongados. Para ejecutar esto hará falta dinero y esfuerzo. Durante la pandemia, muchos gobiernos han gastado más en cuidado de la salud y ayuda de emergencia a familias y empresas. Si América Latina no quiere fallarle a toda una generación, la educación debe tener la misma prioridad.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021