En las últimas dos décadas, las maneras en que la gente paga, recibe y transfiere dinero han cambiado al grado de ser casi irreconocibles.
La revolución comenzó en 2007 cuando M-Pesa les permitió a los kenianos hacer pagos con un mensaje de texto. En 2011, Alipay lanzó en China una plataforma de pagos por medio de códigos QR, un sistema que prácticamente ha remplazado el efectivo en las ciudades.
Desde entonces, Unified Payments Interface (UPI), la interfaz de pago dirigido por el Estado indio, y Pix en Brasil han ampliado enormemente el acceso al sistema financiero entre las poblaciones pobres. A nivel mundial, se ha reducido un tercio del uso de billetes y monedas, el comercio electrónico se ha disparado y la vida sin los pagos digitales se ha vuelto inimaginable.
Ya que se transformó la forma en que las personas usan el dinero en casa, la carrera para transformar los métodos de pago ahora es internacional. El consumo minorista transfronterizo (incluido el turismo) y las remesas alcanzarán los US$ 5 billones este año; los pagos entre empresas valen ocho veces esa suma.
Tres actores importantes se están disputando la labor de procesar estos inmensos flujos de fondos. El sistema tradicional de Occidente, que incluye al duopolio de Visa-Mastercard y a SWIFT, un sistema de mensajería para pagos bancarios, es el líder dominante. China es el contrincante más avanzado, con sus aplicaciones de pago, su red de tarjetas, UnionPay, y CIPS, su alternativa de más amplia gama para SWIFT. En tercer lugar, está la India, cuya ambición de desplegar UPI a nivel mundial es cada vez mayor.
La competencia entre los tres bloques se acalora rápidamente. Alipay ahora se acepta en 2.5 millones de comercios en el extranjero. UnionPay, que ya es la red de tarjetas más grande del mundo por su volumen de transacciones, se acepta en 65 millones de comercios a nivel internacional, en comparación con los 100 millones que aceptan Visa.
La mayoría están fuera de China. UPI de India se vinculó con el sistema de pagos rápidos de Singapur, lo que les permite a los consumidores de ambos países pagar en el otro por medio de su plataforma nacional. La India está en negociaciones con más de 30 países más para exportar su kit de pagos, que también se vincularía a sus sistemas. En noviembre, cuatro bancos centrales, incluido el de China, probaron con éxito un sistema transfronterizo para realizar transacciones con monedas digitales de bancos centrales.
Los gigantes asiáticos tienen varios motivos para querer extender sus alas. El más importante es depender menos de Occidente. Mir, la red de tarjetas de Rusia que se lanzó tras la anexión ilegal de Crimea por parte de Vladimir Putin en 2014, ha limitado el daño causado por la retirada de Visa y Mastercard del territorio ruso tras su invasión a gran escala en Ucrania.
Los volúmenes de operaciones en CIPS se han incrementado desde 2020, como resultado de la expulsión casi total de Rusia del sistema SWIFT. Pero desarrollar una solución temporal para las sanciones no es el único objetivo. Los países también anhelan poseer la influencia que conlleva tener el control sobre la infraestructura financiera mundial, así como una mayor comodidad para sus ciudadanos al momento de realizar transacciones internacionales.
Es posible que Occidente tema que una fragmentación de la infraestructura financiera global permita que los malhechores eludan sanciones a la larga. Sin embargo, un panorama más abierto para los pagos internacionales beneficiará a sus consumidores y negocios. La presión de la competencia ya ha llevado a SWIFT a modernizar su sistema, otrora engorroso, y a reducir casi a la mitad el costo de su función de mensajería.
En la última década, se ha rebajado una tercera parte del costo promedio de una remesa gracias a las nuevas tecnologías financieras. Ya va siendo hora de que las redes de tarjetas occidentales se renueven. La comisión típica del uno por ciento que cobran por los pagos transfronterizos (además de una leva del uno o el tres por ciento para los comercios) es lo que sustenta los beneficios netos de más o menos un 50 por ciento para toda la empresa, que es de los márgenes más altos en el mundo para firmas que cotizan en bolsa.
La propagación de Alipay, UPI e incluso otras plataformas nuevas como GrabPay en el sureste de Asia o WhatsApp Pay, que acaba de lanzarse en Singapur y en Brasil, les dará a los consumidores otras opciones.
Los mercados de pagos nacionales se han decantado por el principio de “el ganador se lo lleva casi todo” porque a la gente le gusta usar una gran red con muchos usuarios. Para los pagos internacionales, los consumidores y las empresas tienden a favorecer el sistema de pagos que usan en sus respectivos países de origen.
Como cada vez es más sencillo para los comerciantes aceptar muchos métodos de pago distintos, parece probable que pronto se produzca un cambio. Un sistema en el que las personas puedan usar sus redes nacionales para hacer pagos en el extranjero promete ser más práctico, y también más barato.
Diverso, no dividido
Los países más beneficiados serán los que estén abiertos a todas las plataformas y permitan que estas se traslapen, en lugar de obligar a las personas a usar sus métodos nacionales establecidos. Y aunque Occidente perderá algo de poder como consecuencia de la proliferación de las alternativas a sus sistemas de pago, mantendrá la capacidad de gravar los tipos más efectivos de sanciones: aquellas que afectan los flujos de comercio y tecnología. La digitalización de las finanzas ya ha mejorado miles de millones de vidas. La nueva carrera global promete potenciar esos avances.