En la primavera boreal de 1995, Lee Kun-hee se enteró de que un lote de nuevos teléfonos móviles de Samsung, que la empresa había distribuido como obsequios de año nuevo, no funcionaba. Indignado, el presidente del grupo ordenó a los empleados de la fábrica que habían fabricado los cuestionados dispositivos que apilaran decenas de miles de ellos en un patio. Luego, se prendió fuego a los equipos valorados en US$ 45 millones.
El episodio es un ejemplo de la forma en que Lee (en la foto), quien murió el pasado 25 de octubre a los 78 años, convirtió a un fabricante surcoreano de productos electrónicos de imitación en una potencia tecnológica. Estaba obsesionado con la calidad y exigía total dedicación a los ejecutivos.
Aproximadamente cada década hacía apuestas audaces. La última de ellas, en teléfonos inteligentes y semiconductores, dio buenos resultados. Samsung Electronics, la joya de la corona del grupo, tiene un valor de mercado de US$ 311,000 millones, más que JPMorgan Chase, el banco más grande de Estados Unidos.
La muerte del patriarca no fue inesperada: había estado incapacitado desde que sufrió un ataque cardíaco en el 2014. No provocará cambios de liderazgo. Pero destaca dos desafíos que enfrenta el mayor conglomerado de Corea del Sur. El grupo debe encontrar un crecimiento más allá de un mercado de teléfonos inteligentes en plena maduración. Y tiene que lidiar con el otro legado de Lee: una relación demasiado acogedora con la política que ha enredado a su empresa, así como a su hijo y sucesor, Lee Jae-yong, en casos de corrupción.
El ascenso de Samsung refleja el de Corea del Sur. Cuando Lee padre reemplazó a su progenitor en 1987, el país era una economía emergente que aún no había hecho una transición hacia la democracia. Cuando enfermó en el 2014, era rico, próspero y democrático. Bajo su supervisión, Samsung abandonó la estrategia de “copia rápida” adoptada por las empresas surcoreanas desde la década de 1970 y se permitió “imaginar que su empresa podría ser la número uno por derecho propio”, dice Park Ju-gun de CEO Score, un organismo de control corporativo. Esto implicó algunos errores, como una costosa incursión en la fabricación de automóviles. Pero sobre todo trajo éxito.
Aunque el grupo mantiene negocios que van desde la construcción naval y seguros de vida hasta parques de atracciones, el joven Lee, jefe de facto desde el 2014, se ha centrado en la electrónica. Hoy en día, Samsung es el mayor fabricante de teléfonos inteligentes del mundo y el segundo más grande de chips de memoria. Ha defendido su posición en dispositivos móviles frente a la competencia de China.
Lee hijo ha forjado asociaciones globales, incluso con competidores como Apple, a la que Samsung Display, una subsidiaria, suministra con pantallas para iPhone. También ha comenzado a alejar a la empresa de la producción de hardware sólido pero poco atractivo hacia un énfasis en diseño y software, lo que representa las valoraciones de billones de dólares de las grandes empresas tecnológicas estadounidenses.
No todo ha ido como Lee quiso. Ejercer influencia económica para preservar una estructura corporativa que beneficia a la familia fundadora los ha metido en problemas. Lee padre fue condenado dos veces por corrupción, incluido un soborno dirigido a la presidencia del país, y dos veces indultado cuando los políticos consideraron que su participación continua en Samsung era de interés nacional.
Su hijo ya pasó un tiempo en prisión por sobornar a un confidente de la expresidenta Park Geun-hye para obtener la aprobación de una fusión, que según los fiscales lo ayudó a consolidar el control sobre el imperio Samsung. La exmandataria Park fue destituida de su cargo y Lee enfrenta un nuevo juicio por esos cargos, además de uno nuevo por cargos relacionados de manipulación de los precios de las acciones para facilitar la fusión. Lee y Samsung niegan haber actuado mal.
Si cualquiera de estos casos lleva a Lee a la cárcel, su liderazgo puede estar en peligro. Si bien eso no augura un fracaso: el funcionamiento diario de la empresa está en manos de gerentes profesionales; puede dificultar la realización de ocasionales y radicales cambios de dirección del difunto patriarca.
Algunas de las apuestas de su hijo parecen estar funcionando. Samsung Biologics, subsidiaria de biotecnología que cotiza en bolsa, está construyendo una nueva fábrica de US$ 1,500 millones. El precio de sus acciones ha subido un 50% este año. La de Samsung SDI, una filial de baterías, casi se ha duplicado; ha invertido US$ 2,100 millones desde enero y está apuntando al mercado de automóviles eléctricos. Tiene previsto ampliar una fábrica en China y construir una nueva en Hungría. Pero con un valor combinado de US$ 63,000 millones, parecen pequeñas al lado de Samsung Electronics. Y la competencia en ambas áreas es candente.
Los resultados del tercer trimestre de Samsung Electronics el 29 de octubre superaron las previsiones. Planea gastar alrededor de US$ 10,000 millones en su negocio de chips de fabricación por contrato durante los próximos diez años. Las sanciones estadounidenses contra las empresas de tecnología chinas, que ya han perjudicado a sus rivales de teléfonos inteligentes como Huawei, pueden ayudar con eso, y con su incursión en las telecomunicaciones 5G.
Pero la firma advirtió sobre una menor demanda de chips en el corto plazo. Y la participación de mercado de sus “fundiciones” de chips está por detrás de Taiwan Semiconductor Manufacturing Company, líder de la industria. No se vislumbra ninguna nueva mega apuesta al estilo de Lee padre.
Lee hijo se disculpó por los enfrentamientos de su grupo con la ley y prometió romper con la tradición y no pasar el control a su propia progenie. La familia Lee dice que planea pagar el impuesto de sucesiones completo sobre las participaciones de US$ 16,000 millones del patriarca. Honrar su legado positivo puede resultar más difícil.