Prometieron “excitación y drama nunca vistos en el fútbol” y lo lograron, pero no como esperaban. El 18 de abril, doce grandes clubes de Europa anunciaron planes para crear una “Superliga”. Los inversionistas celebraron, pero los hinchas se sublevaron, las televisoras no se interesaron y varios gobiernos prometieron bloquear el plan. En 48 horas, la mitad de sus fundadores se había retirado y rápidamente fue declarada muerta.
Lo que comenzó como una osada apuesta para tomar el control del fútbol de élite, ahora se ve como un dañino autogol. La Superliga prometió a sus miembros seguridad financiera y prestigio deportivo. En lugar de ello, los clubes rebeldes se han visto forzados a postrarse ante sus hinchas y, en algunos casos, deshacerse de sus jefes. Su poder de negociación frente a otros equipos y organizadores de ligas se ha debilitado, y podrían enfrentar mayor regulación en respuesta a la furia de los fans.
Se trataba de una competencia anual entre 20 clubes, 15 de los cuales tendrían garantizados sus cupos todos los años. Los que lo lanzaron eran seis de Inglaterra (Arsenal, Chelsea, Liverpool, Manchester City, Manchester United y Tottenham), tres de España (Barcelona, Atlético de Madrid y Real Madrid) y tres de Italia (AC Milan, Inter Milan y Juventus, cuya copropietaria, Exor, posee una participación en la empresa matriz de The Economist). JPMorgan Chase pondría a disposición US$ 4,000 millones. También estaba en planes un equivalente femenino.
El objetivo era brindar a los mejores clubes del mundo más chances para enfrentarse entre ellos que en la Champions League. Esos partidos atraerían más televidentes y dinero: los organizadores de la Superliga esperaban que los derechos de transmisión generen € 4,000 millones anuales, casi el doble que los € 2,400 millones obtenidos por la Champions en la temporada 2018-2019.
La clasificación automática se veía aún más atractiva. A diferencia de los equipos estadounidenses, los europeos compiten en ligas abiertas y los que bajan de categoría reciben menos por derechos de transmisión y auspicios. Por ello, los dueños de los clubes gastan para mantenerse, en detrimento de las ganancias. En ligas cerradas como la NFL, los clubes no enfrentan el riesgo de la baja, cooperan más y tienen sistemas de reclutamiento más equitativos con sueldos que suelen tener topes.
La combinación de menor riesgo y menos competencia por talento produce mayores ganancias a los dueños. En Europa, el deporte es un negocio peligroso: entre 1992 y el 2014, hubo 45 insolvencias en el fútbol inglés, 40 en el francés y 30 en el alemán. Sin las abultadas billeteras de sus dueños, la mayoría de clubes no podría operar.
Los dueños estadounidenses de equipos como Manchester United y Liverpool no entienden la “inseguridad” del sistema europeo, señala François Godard, de la investigadora de mercados Enders Analysis. Ello explica que la Superliga haya agradado a los inversionistas. El precio de la acción de Manchester United subió 10% el día posterior al anuncio, y el de Juventus, 19%.
Los hinchas no lo vieron así. Una encuesta de YouGov halló que 79% de fans británicos se oponía al proyecto. Percibiendo ese ánimo, televisoras como Sky y Amazon se apuraron en distanciarse. El primer ministro británico, Boris Johnson, prometió “hacer todo posible para sacarle tarjeta a este absurdo plan”. Los seis equipos ingleses se retiraron el 20 de abril, seguidos de Atlético de Madrid y los dos de Milán. En ese punto, la Superliga fue declarada muerta con sus propios organizadores.
Se cree que algunos de los clubes involucrados vieron la idea, en el peor de los casos, para negociar mejores términos con su respectiva liga. Los equipos top llevan tiempo argumentando que, al ser la atracción principal, merecen una mayor porción de los ingresos y más participación en el manejo de las ligas. La amenaza de salirse suele funcionar. En 1998, la anterior vez en que surgió la idea de una competencia de élite, la UEFA respondió expandiendo la Champions, como querían los equipos grandes.
La implosión de la Superliga muestra que era una amenaza vacía, dice el director de un equipo top de la Premier League. La debacle presenta “una oportunidad para que una comunidad más amplia negocie mejor”, agrega. Los seis clubes ingleses están en una posición debilitada para negociar su parte de derechos de transmisión de la Premier. Otra amenaza es la regulación. El 19 de abril, el Gobierno británico lanzó una extensa revisión sobre cómo el fútbol es manejado.
Los hinchas británicos han señalado que ningún equipo alemán se unió, lo cual atribuyen al modelo de propiedad comunitaria –aunque eso no disuadió al Barcelona ni al Real Madrid–. Las ligas española, francesa e italiana, cuya salud financiera es menos fuerte que la inglesa, verán de cerca dicho proceso. “Los dueños deben recordar que solo son custodios temporales de sus clubes; si olvidan a los hinchas, será bajo su propio riesgo”, declaró el ministro de Deportes británico Oliver Dowden.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021