En la eurozona, la inflación aumentó al 8.1% en el año hasta mayo, una vez más por encima de lo esperado. Hasta ahora, pese a señales de que la inflación se estaba afianzando, el Banco Central Europeo había optado por mantenerse firme en su posición. Tenía sus razones, pero ya no son convincentes.
La tarea del BCE está difícil —por ponerlo en palabras suaves— y lo es cada vez más. Líderes de la Unión Europea dijeron esta semana que avanzan hacia una prohibición parcial de las importaciones de petróleo ruso, un paso esencial para obligar al régimen de Vladímir Putin a poner fin a su guerra contra Ucrania.
Pero hay un inconveniente. Las nuevas restricciones a las importaciones de energía generarán otro choque del lado del suministro, manteniendo altos los precios de Europa y aumentando el riesgo de estanflación.
El dilema del BCE es muy parecido al de la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco de Inglaterra y muchos otros bancos centrales: la política monetaria no puede con todo, el daño causado por la pandemia no ha disminuido y no hay una forma “indolora” de responder efectivamente a la agresión de Rusia.
Sin embargo, en la medida de sus posibilidades, los bancos centrales deben lograr un equilibrio entre respaldar la demanda y contener la inflación. El BCE no está entendiendo esto. Su enfoque se ha vuelto atípico y necesita sentarse a reconsiderar.
Tanto la Reserva Federal como el Banco de Inglaterra han aumentado las tasas de interés y han señalado a los mercados financieros que se avecinan más alzas. Dejaron de hablar de inflación “transitoria” hace meses y reconocieron que deberían haber cambiado de rumbo antes. El BCE sigue rezagado.
Todavía no ha elevado su tasa de política, que es de -0.5%. Su más reciente señal sugiere que el primer aumento será de solo un cuarto de punto —no en la reunión de formuladores de política monetaria de la próxima semana, sino en la reunión posterior, a fines de julio—.
Con una inflación superior al 8%, una tasa de política inferior a cero en términos nominales mantiene un nivel extraordinario y cada vez más imprudente de demanda adicional. Demasiado estímulo aplicado durante demasiado tiempo aumenta el peligro de una corrección violenta más adelante. El costo de evitar una desaceleración moderada ahora podría ser una profunda recesión en algún momento.
Sin duda, el BCE tiene que lidiar con problemas más grandes que la Fed o el Banco de Inglaterra. La UE depende en mayor medida de la energía rusa, por lo que el componente del lado de la oferta de su aumento de la inflación es mayor.
Sus niveles de referencia de crecimiento y empleo son más bajos, lo que da menos margen de error a la baja. Las condiciones económicas también varían mucho en la eurozona, al igual que los grados de tolerancia a la inflación (los precios están aumentando un 5.8% anual estimado en Francia, un 8,7% en Alemania y un 20.1% en Estonia).
La política monetaria correcta para un país no funcionará para otro.
Asimismo, el BCE tiene que tener en cuenta el hecho de que coordinar la política fiscal entre los 19 miembros de la eurozona es difícil. Algunos tienen problemas crónicos de deuda pública, ahora agravados por el gasto relacionado con la pandemia. Esto hace que las tasas de interés más altas sean más peligrosas y sus efectos más difíciles de evaluar.
La renuencia del BCE a eliminar el estímulo es comprensible. Pero el equilibrio del riesgo ha cambiado. La sorprendente cifra de la inflación justifica un reinicio total —y la situación general lo exige.
Sin más demora, el BCE debería iniciar un esfuerzo deliberado para normalizar la política monetaria, comenzando con un aumento de 50 puntos básicos la próxima semana, no el próximo mes.