Redacción Gestión

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Difícilmente fue un shock el que Luis Suárez, un dotado delantero uruguayo pero sicológicamente perturbado, tuvo al expresar su frustración (de no poder anotar contra Italia en un partido de la Copa Mundial) mordiendo a un rival. Después de todo, lo había hecho dos veces antes.

Más sorprendente fue la reacción de las autoridades uruguayas, tanto futbolísticas como políticas. Primero fue la negación y la teoría de la conspiración: las marcas de la mordedura se editaron en photoshop, o una vieja herida.

Luego vino la indignación por la rígida prohibición impuesta a Suárez, quien tuvo una bienvenida en , y fue recibido como un héroe agraviado. Su acción no era más que una travesura infantil, afirmó José Mujica, presidente de Uruguay.

En colusión con la violación de Suárez a las leyes del fútbol, la frecuente sensatez de Mujica se entregaba a una práctica que es mucho más común en todo el Río de la Plata en Argentina, que la respetuosa de la ley, Uruguay: el ejercicio de una especie de narcisismo adolescente en el que está muy bien romper las reglas que no te gustan, con la creencia de que te vas a salir con la tuya. Y si no lo haces, bueno, no es justo, porque el mundo está en tu contra. Hay un término argentino que captura al menos parte de esta forma de pensar: "native cunning" o viveza criolla.

La viveza criolla ha sido un sello distintivo de la política económica argentina durante los gobiernos de la presidenta y el de su difunto esposo y antecesor, Néstor Kirchner.

La idea de que podría jugar con sus propias reglas, y no con las de la economía o las del resto del mundo, fue simbolizado en la negación del impacto inflacionario de sus políticas expansivas mediante la manipulación del índice de precios al consumidor del gobierno. Mientras tanto, los Kirchner culpaban al de todos los problemas del país.

Un cierto solipsismo se aplica, también, para el manejo del gobierno con la fila de sus tenedores de bonos "excluidos", que ahora han llevado al país al borde del default por segunda vez en una docena de años.

Ciertamente, Argentina tuvo pocas opciones y reestructuró su deuda a los tenedores de bonos, muchos de los cuales habían sido generosamente recompensados por el riesgo de default, después que la economía se desplomó en el 2001-02.

Sin embargo, nueve años después de un primer acuerdo de reestructuración, que implicó una gran rebaja para los tenedores de bonos, Argentina se encuentra en una situación difícil.

La negativa del mes pasado de la Corte Suprema de a escuchar su apelación contra una sentencia de primera instancia en Nueva York, que le obliga a pagar en su totalidad al 8% de los tenedores de bonos que rechazaron tanto el canje de bonos del 2005 y una segunda en el 2010, significa que Argentina no tiene ninguna otra alternativa práctica que negociar con esa porción de acreedores excluidos (holdouts).

El tribunal de primera instancia el 27 de junio dictaminó que, en ausencia de un acuerdo con los holdouts, el depósito de la Argentina, de US$ 539 millones en la cuenta de un administrador con el fin de hacer un pago programado de sus bonos reestructurados, era "ilegal".

Muchos analistas imparciales podrían están de acuerdo con Fernández en que los fondos "buitre"- como se conoce a los especialistas en deuda con problemas- no son socialmente útiles. También podrían concluir que la interpretación del juez Thomas Griesa de la regla "pari passu"- jerga legal sobre igualdad de trato- en la documentación original de los bonos no socava simplemente el sentido común, sino también el sistema financiero mundial y el lugar de Nueva York en ella, al hacer más difícil las reestructuraciones de bonos soberanos.

Eso pasa bajo nuestra opinión. Pero esto ignora la insistencia exclusiva de Argentina de vivir según sus propias reglas. Varios países-entre ellos Uruguay en el 2003- han logrado reestructurar sus deudas sin caer en falta en tribunales y con los acreedores. Al tomarse tanto tiempo en reestructurar su deuda, y pasarse dos veces una la ley que prohíbe explícitamente cualquier reapertura del canje de deuda o hacer cualquier tipo de acuerdo con los holdouts, Argentina ha hecho todo lo posible para que la definición del juez Griesa de "pari passu" parezca intelectualmente coherente.

¿Cómo se explica este rasgo cultural, que es más marcado en Argentina, pero está presente en menor medida en muchos países de América Latina? Algunos podrían atribuirlo a la condición "post-colonial" de la región. Si es así, después de 200 años de la independencia, es el momento de crecer.

El punto es trabajar para cambiar las reglas injustas, en lugar de ignorarlas. Otros podrían decir que es simplemente parte de la debilidad del Estado de Derecho en América Latina.

Argentina ahora tiene menos de un mes para llegar a un acuerdo con los holdouts o caer en default o impago de sus bonos reestructurados. Pero hay motivos de esperanza.

En el 2001 el default inicial fue recibido en el Congreso de Argentina con vítores, como si fuera un gol en una . Esta vez nadie se está animando a celebrarlo.

Incluso la presidenta Fernández parece que quiere que el país se reúna con el mundo. Las reservas de divisas de Argentina están cerca de un mínimo nivel en siete años. Y ella tiene la intención de llegar sin crisis al final de su mandato, el próximo año. Tal como Suárez fue descubierto, usted rompe las reglas bajo su propio riesgo. Pero tarde o temprano, la realidad va tener una manera de morderlo de nuevo.

Tomado de la Revista The Economist