¿Quiere que las cosas cambien? ¿Entonces qué hace leyendo este post?
Construí este post a lo largo de la última semana, luego de leer esta genial entrevista a Mario Vargas Llosa con la que se relanzó “El Dominical” de El Comercio. En ella, el Nobel, al ser consultado por la influencia de las redes sociales, hace referencia a la formación de “una cantidad gigantesca de opiniones que pueden perturbar la objetividad e, incluso, desaparecerla”.
Ciertamente, la democratización en el acceso a la banda ancha, la velocidad de las redes sociales y la facilidad de publicación que otorgan las plataformas colaborativas como los blogs, generan un incontrolable y, casi siempre, irracional mar de opiniones críticas frente a prácticamente cualquier tema que es considerado “censurable” por el gran tribunal de la Santa Inquisición de Internet.
Hagamos un breve inventario: feministas y machistas, animalistas y veganos, antitaurinos y antitoreros, pulpines y ciclistas quejándose de los conductores irresponsables, cientos de fotos diarias de placas de camionetas con la última burrada de tránsito y la ficha de SUNARP lista para el apanado público, politólogos, economistas y psicólogos; todos indignados, acusándose mutuamente, todos golpeándose el pecho en un diálogo de sordos; todos esperando soltar el tweet que los lance a la fama del retwitteo, todos pontificando y juzgando y nadie asumiendo sus propias culpas.
Siempre serán el sistema, la educación, el Gobierno, la TV, la escuela, Fujimori, Velasco o García, siempre el otro, pero ninguno toma una acción real para empezar a cambiar las cosas.
Dándole vuelta a estas ideas, a mitad de semana ocurrió lo impensado: por fin uno de nosotros abandonó su púlpito moralizador y pasó a la acción.
El ciudadano César Alfredo Vignolo comprendió que nada lograba desde la pantalla de su computadora y, con la ley en mano y mucha perseverancia, logró que se multará al programa El Último Pasajero (sí, el que hacía comer cucarachas a los escolares) con S/. 38,500.
Y no necesitó convocar a una marcha contra la televisión basura para ello.
¡Por fin! Alguien se ha dado cuenta de que de nada vale indignarse digitalmente, crear hashtags, memes y subir cientos de fotos.
Compréndalo de una vez: todo aquello que ocurre en Internet no es nada más que un montón de interacción digital vacía; lenguaje de programación que, si no traduce en acciones en el mundo real es, simplemente, un montón de nada.
(Con las elecciones presidenciales cerca habría que recordar eso a los candidatos que se vanaglorian de su popularidad digital).
¿Quiere que las cosas cambien?
La próxima vez que vea un auto mal estacionado u ocupando el lugar de un discapacitado, llame a un policía y no se detenga hasta que el infractor sea multado. Quéjese en su municipalidad por su mal servicio, use el libro de reclamaciones en los establecimientos que abusan de sus derechos. ¿Cree que el Gobierno debe cambiar? Forme parte de un partido y súmese a la vida política.
¿Mucha flojera? Entonces empiece por informarse y a votar bien.
Deje su cómodo sillón y empiece a educarse en el objetivo de que tener una sociedad sana pasa por comprender que nuestros derechos no se reclaman detrás de una pantalla, sino a través de los canales formales. El resto es solamente la monserga de “indignados” de salón, que generan un montón de ceros y unos flotando en la nada.