Urresti, el twittero que hace lo que quiere
En julio del año pasado, cuando Daniel Urresti asumió el cargo de ministro del Interior, me aventuré a hacer un simple análisis de su comunicación, a partir del estilo que imprimió a sus primeras acciones.
Por esos días, un irónico y canchero Urresti apuntaba a ser un personaje más de nuestra curiosa fauna política, quien respaldaba su sólido 61% de aprobación en su ubicuidad para lograr aparecer en la detención del raquetero menos rankeado de la fauna gansteril.
Con el paso de los meses, hemos visto a Urresti trasladar esa “omnipresencia” a Twitter, junto con su particular estilo. Desde ahí ha respondido e insultado a cuanto político, periodista o ciudadano común y corriente ha osado criticarlo. En el camino no solo se ha ganado antipatías, sino que ha optado por una estrategia que muy pocos se atreverían a desplegar: ha bombardeado (“quemado” sería muy amable) puentes con una serie de periodistas líderes de opinión, una actitud suicida que ningún asesor de comunicaciones recomendaría (ejemplos aquí y aquí).
Parece que Urresti no ha entendido , dos factores fundamentales que configuran las relaciones en el entorno digital.
Primero habría que recordar el carácter democratizador y horizontal de las redes sociales donde, por más injusto que le suene al Ministro, el ciudadano tiene la capacidad de expresar directamente sus ideas sin mayores reglas o limitaciones. Desde ministros hasta presidentes, pasando por líderes empresariales o marcas, quien no comprende que al legítimo derecho que tenemos de expresarnos en democracia las redes sociales han sumado un altavoz potente y dinamizador, debería abstenerse de entrar en este juego.
En criollo: el que se pica, pierde. A Urresti o sus asesores bien les haría leer este pequeño decálogo elaborado por Transparencia y darse una idea de cómo debería funcionar la interacción democrática en el entorno digital.
Segundo, el Ministro siempre es ministro. Ya sea en su despacho, en una conferencia de prensa, en su casa o en los 140 caracteres de Twitter. Frente a este argumento, Urresti ha apelado a su derecho ciudadano de expresarse. Habría que recordarle que en la teoría de la comunicación, el líder encarna a toda la organización. Desde su alta posición Urresti no habla o actúa por él mismo, sino que lo hace en nombre del Ministerio del Interior y, en última instancia, del Gobierno en su conjunto.
Para hacerlo fácil: el cargo, no solo viene con liebre, circulina y oficina más grande, sino con una función de representación, donde las formas de comunicación y los mensajes son fundamentales.
Esto, que ya no es un simple tema de imagen, supera el hecho que el señor use su tiempo para andar twitteando (aunque algunos apuntan a que él no es necesariamente el de los dedos rápidos). En pocas palabras, no se circunscribe a puntos de popularidad ganados o perdidos, sino al grave daño que el achoramiento twittero del Ministro le hace a la institucionalidad del país.
A ello debe sumarse el efecto nocivo de su rebeldía, al desconocer la “autoridad” de sus jefes frente a los tibios esfuerzos por llamarlo a la calma.
Sin embargo, más allá de lo circunstancial, la actitud de Urresti —y, por ende, del Gobierno— debe llamar a la reflexión.
En medio de una profunda crisis institucional, hay sectores del Estado que mantienen una actitud pragmática y achorada, donde lo realmente “trascendental” son los personajes y sus circunstancias. Con la desaparición de los partidos políticos como espacios de generación y transmisión de ideas, un Congreso que no representa a nadie y con algunos medios de comunicación, aceptémoslo, venidos a menos, personajes como Urresti conectan a nivel de lenguaje, actitudes y formas con el ciudadano común.
Este éxito basado en la desintermediación de los mensajes (por eliminación del mensajero y ausencia de instituciones) es el que, por ejemplo, llevó a Castañeda a la alcaldía y que, como bien dice Jorge Bruce, conecta muy bien con el tipo de sociedad que somos.
Los problemas del Gobierno no se circunscriben a la falta de una estrategia de comunicación, como algunos quieren hacernos creer, sino a falencias más profundas que son azuzadas por las escaramuzas digitales de un personaje como Urresti. En puridad, las raíces de las grandes crisis, ya sea en el ámbito político o empresarial, no tienen nada que ver con la comunicación.
Eso sí, habría que preguntarse: más allá de las diarias cortinas de humo, ¿quiénes son de cara al 2016 los grandes beneficiados con este constante zarandeo?