La de Steve Jobs y Japón es una historia de amor mutuo. El país asiático es uno de los principales mercados de Apple, y su cofundador sentía una devoción por la sencilla estética japonesa que desarrolló en múltiples viajes y pudo influir en sus ideas y diseños.
Cuando se cumplen diez años de la muerte del empresario estadounidense, quienes lo conocieron le recuerdan como una persona calmada, curiosa pero muy exigente en sus visitas, y ofrecen pistas sobre cómo pudieron inspirarle para los icónicos productos que ideó.
“Era una persona muy tranquila. Lo que le diferenciaba de los demás era que cuando le interesaba algo, se movía y tomaba una decisión rápidamente”, recuerda Haruo Matsuoka, quien atendió en su galería a un joven de 27 años vestido de camisa sin planchar y vaqueros que vino a buscar en 1983 obras de “Shin-hanga”, el estilo nuevo de grabados japoneses.
Jobs sorprendió a este galerista japonés porque compró sin pensarlo dos grabados difíciles de encontrar por “un precio 10, 20 o incluso 30 veces más alto que una obra ordinaria”, y con una tarjeta de presentación en la que ponía “Steve Jobs, presidente de Apple Computer”, donde el logo aparecía impreso en color, algo inusual en la época.
El emprendedor estadounidense conoció el arte japonés durante su adolescencia en casa de su amigo Bill Fernandez en California, cuya madre era amante de la estética nipona y decoraba su salón con la colección familiar del paisajista nipón Hasui Kawase (1883-1957).
Shin-hanga es un movimiento de principios del siglo XX que revitalizó el arte del grabado japonés después de la decadencia del estilo más antiguo del ukiyo-e, con nuevas técnicas como rascar la madera para expresar las cualidades de la nieve o la lluvia.
Jobs tenía su gusto particular y llegó a encargar casi setenta grabados, de ellos 25 de Hasui Kawase.
El galerista, que nunca ha comprado un producto de Apple, imagina que la sencillez bien trabajada y pulida del Shin-hanga pudo influir a los conceptos de belleza de Jobs, y que la pantalla enmarcada de un teléfono móvil puede tener que ver con la composición de las obras de su favorito artista.
Actualmente se pueden ver estas obras en una exposición de Kawase en el Museo Sompo de Tokio hasta el 26 de diciembre, donde se exhiben 270 piezas, incluyendo varias compradas por Jobs como “Calle Okane, Shiobara” (1918).
También está “Mujer peinando su pelo” (1920), de otro artista, Goyo Hashiguchi, que aparece en la pantalla del Macintosh 128K en el anuncio publicitario del primer modelo de esa serie de ordenadores de Apple lanzado en 1984.
Matsuoka recuerda que fue en 1999 cuando vio a Jobs por última vez en su habitación de un hotel de Tokio, donde le entregó las obras compradas. En el 2003 Jobs, ya diagnosticado de cáncer, telefoneó al galerista, pero no pudo hablar con él.
Parecía un buen padre de una familia típica estadounidense a ojos de Hiroshi Oshima, el chófer que le acompañó cuatro veces en su estancia en Kioto, a lo largo de unos 25 años hasta el 2010.
“Hiro”, así le llamaba Jobs, recuerda que al emprendedor le atraía lo auténtico de la antigua capital japonesa, por su belleza basada en cuidadosos detalles y también presente en objetos cotidianos sin gran valor aparente.
“Le gustaba ir al templo Ryoanji entre otros templos en Kioto”; conocido por su jardín hecho de piedras, donde el estadounidense no se cansaba de pasar horas con perfil pensativo.
Sin embargo, su salud no le permitió cumplir su deseo de ir al templo Eiheiji en la prefectura Fukui a unas cuatra horas al norte de Kioto, la sede del budismo Sotozen que Jobs practicaba desde su adolescencia.
Oshima recuerda que las preferencias de Jobs eran muy claras. Le gustaba ir al barrio de las galerías o a una ciudad vecina famosa por las cerámicas, y no se cansaba de su hábito de ir al mismo sitio y repetir comidas.
Jobs acabó con buen sabor de boca en su última visita a Kioto en el 2010 y un año antes de su muerte, al disfrutar del “mejor sushi de su vida”, según dijo a “Hiro”.
El aprecio de Jobs hacia lo nipón es correspondido por los consumidores de este país, donde Apple goza de una de sus posiciones de ventas más privilegiadas en todo el mundo.
La firma con sede en California domina de largo el mercado de móviles en la tercera economía mundial desde el 2012, y en el 2020 colocó en Japón 15.6 millones de dispositivos iPhone, o el 46.5% del total de aparatos vendidos, muy lejos del 13.3% de Sharp o del 8.1% de Samsung, según datos de la consultora IDC.