Desde su consultorio, que ahora es virtual, el sicólogo Roberto Lerner se toma un momento para conversar sobre lo que pasa en el país. Sostiene que las consultas han aumentado, pues hay una preocupación real por “los efectos de algo que se sostiene en el tiempo más allá de lo que se esperaba”. El aislamiento, el trabajo y educación a distancia y el hecho de que los peruanos vivimos realidades distintas son temas recurrentes.
¿Qué ha podido percibir en este tiempo?
Hay una alta dosis de sufrimiento y sobre todo un sentimiento de desorientación. Eso hace que la gente trate de encontrar algunas respuestas. Aunque en este caso nuestras vivencias, las de los profesionales de la salud, están en el mismo menú que las de nuestros pacientes.
En medio de todo, 13 muertos más producto de ir una discoteca…
Es una tragedia, pero ese asunto de tratar de buscar culpables y no entender el proceso me parece malsano. Por supuesto que hay responsables y los seres humanos siempre tratamos de encontrar relaciones causales, pero muchas de estas cosas están ocurriendo en todo el mundo.
¿Cuál es la particularidad aquí?
En nuestro caso ocurre de manera informal, en lugares con pocas garantías de seguridad que hubieran sido peligrosos con o sin pandemia.
¿Cuáles son las consecuencias de no socializar o, mejor dicho, de hacerlo de una forma sin contacto?
Muchas de las cosas importantes en todos los niveles ocurren a nivel de los encuentros fortuitos, en las conversaciones no tan trascendentes. Grandes negocios han empezado porque dos personas se encontraron de forma fortuita. Hoy es más difícil porque las plataformas de comunicación virtuales no se prestan a la complicidad cercana. Hemos perdido la frescura del encuentro y la socialización.
Usted también trabaja con niños, ¿cuál es la consecuencia de todo esto?
Escucho a chicos que dicen sí, estoy aprendiendo, aquellos que tienen la posibilidad de tener educación a distancia, pero el colegio no es solo para aprender, es un lugar de socialización, de aprendizaje para la vida. Ellos están perdiendo y eso va a pasar una factura.
Hablaba al inicio de desconcierto. ¿En qué otros planos se evidencia esto?
Hay una profunda desconfianza de la gente frente a los líderes. No he visto a ningún político dar un discurso dramático, ‘churchilliano’. No se trata solo de hablar de números y bonos. Falta que se organicen de manera que ese sufrimiento colectivo sea menor en todos los aspectos.
No hay una voz que nos una, incluso estando cerca al Bicentenario…
Probablemente van a surgir figuras que van a encandilar, pero no hay nadie que encarne una lucha, una movilización. Va a ser un Bicentenario donde nos vamos a mirar al espejo y vamos a decir: “Tenemos 200 años, pero con casi todo por hacer”. No creo que sea un Bicentenario feliz, aunque eventualmente haya una mejora en la parte sanitaria.
¿Qué es lo peor de esa situación?
Lo que me llama la atención es la dificultad para sumar esfuerzos, que quienes puedan hacer cosas, converjan en una misma dirección. No siento que se junten los líderes políticos, religiosos y que hagan lo que mejor saben en lugar de estar haciendo cosas cada uno por su lado.
¿Cómo debería ser esa figura política?
Tiene que ser una voz que encarne el drama que estamos viviendo, no solamente que diga cómo se resuelven las cosas.
¿Cómo nos pasará factura esta crisis?
Todos vamos a quedar con un estrés postraumático. Va a ser un antes o después radical o tal vez no vamos a cambiar cosas y regresemos a lo mismo.
¿Qué cree usted?
Pienso que se va a pasar de un modo de vida ofensivo como el que hemos vivido hasta hace poco a un modo de vida defensivo, donde nos vamos a preocupar por hacer murallas que nos defiendan de todo tipo de males que puedan ocurrir.