“Mira, la niña que sonríe sentada en la banca y a la que se le empieza a derretir el helado bajo la tarde de sol soy yo”. Así, con Mariana señalándose en una fotografía como quien revive un viejo recuerdo, inicia la última ficción de Jorge Eduardo Benavides. Esta novela es la radiografía de una madre y una hija, de sus miedos y anhelos; el incómodo recordatorio de esos secretos familiares que se esconden en los márgenes de fotografías olvidadas. Gustavo Rodríguez y Patricia del Río la presentaron en la Feria Internacional del Libro de Lima.
En un inicio esta novela era un archivo que llevaba años inacabado, ¿qué lo hizo retomar esta historia?
Yo solía guardar en el ordenador algunos proyectos y volvía a ellos por nostalgia. Como casi nunca ocurre, lo que tenía de la novela era el inicio y este no ha cambiado, mantiene el mismo tempo. Lo que me hacía falta para escribir esta historia era experiencia vital. Hace veinte años, que es cuando inicié el primer borrador, no hubiera podido escribir Volver a Shangri-La.
¿Por qué decidió que la fotografía fuera uno de los ejes principales sobre los que se desarrolla la novela?
Creo que no lo decidí, más bien salió de manera natural. Hace 20 años la tecnología no tenía la potencia que tiene hoy, y esta brecha de tiempo ha provocado que la fotografía mute y se transforme. Las fotos que solíamos conservar eran de alguna ocasión especial, un cumpleaños o una reunión familiar. Todo ello tenía cierto carácter ritualístico, desde la ropa que se vestía hasta la simple acción de llevar un rollo para ser revelado. Ahora tenemos la posibilidad de tomar todas las fotos que un celular sea capaz de guardar, de alguna manera estas han perdido su cualidad de consignar determinados momentos como significativos. Esta misma brecha generacional es la que separa a la protagonista del libro, que es una fotógrafa cuya cuna es la técnica analógica, de su hija. Finalmente, es la fotografía el leitmotiv que entrelaza ambas historias.
Sus novelas nos suelen transportar a momentos clave de la historia moderna del Perú, ya sea el final del gobierno aprista, los años de terrorismo o el golpe de Estado de Velasco, ¿considera que esta es su novela más intimista?
Es una de las más intimistas, sí, junto a La paz de los vencidos. Sin embargo, esta estaba narrada a modo de diario y en Volver a Shangri-La no tengo una línea de tiempo porque las fotos que Mariana muestra son sacadas un poco al azar, como lo hacemos normalmente. Uno no revisita sus fotografías de manera cronológica, más bien hay una suerte de descubrimiento según el orden en el que se vayan inventariando los recuerdos. Quería que uno de los centros de la novela fuese el miedo de repetir la historia de nuestros antecesores, uno de los temores que atormentan a la protagonista es no poder evitar convertirse nada más que un remedo de su madre.
Esta novela explora los vínculos y tensiones entre madres e hijas, ¿fue un desafío introducirse en este universo femenino?
La experiencia humana es universal, los hombres y mujeres somos nuestras experiencias, nuestros dolores, nuestros conflictos. Yo partí de la base de lo que he escuchado de las mujeres de mi vida y de una verdad innegable: la relación entre una madre y una hija tiene una mística muy singular. Siento que los padres se encargan más de los rituales del paso de la vida, mientras que las mujeres se han encargado de los saberes menos grandilocuentes, que son los que finalmente mantienen ligada a la sociedad. No es una verdad absoluta, por supuesto, pero es lo que he visto. La educación sentimental tiene un vínculo muy fuerte con la maternidad.
¿Reconoce al Perú actual? ¿Podría escribir sobre él o cree que es necesaria cierta distancia para hacerlo?
Las novelas que he escrito en las que la historia política del Perú era prácticamente un personaje se trataban de aproximaciones muy testimoniales, muy epidérmicas. No podría escribir una ficción del Perú actual, es un país que reconozco a duras penas y que ha cambiado mucho desde que me fui, hace más de 30 años. Lo que sí reconozco es que, políticamente, da para muchas novelas, todas decepcionantes claro está. Son tiempos complicados, vivimos en una zozobra política y social que nos recuerda día a día que Perú es un país sin instituciones. Soy firme en mi antifujimorismo y en jamás votar por ese partido, pero lo que tenemos es absolutamente deplorable, un gobierno que no sabe gobernar.
¿Cuál cree que es el rol de los concursos literarios en el ecosistema del libro?
Son muy pocos los premios literarios que otorgan sumas extraordinarias a sus ganadores. Lo que entrega la mayoría supone un apoyo que, si se divide entre los meses de trabajo que tomó el desarrollo de la novela, da una cifra incluso menor a un sueldo. Al margen de la parte económica, lo importante de estos concursos es la proyección que da para alcanzar otros públicos. Lo que queremos los escritores es tener lectores, que nuestro mensaje llegue a su destino como esas botellas que lanzamos al mar con un secreto dentro. Y uno no desea que llegue a todos los lectores, sino a los nuestros, a aquellos que siempre buscarán nuestra literatura.
¿Ha considerado volver a publicar bajo una casa editorial que tenga sede en Perú?
Estoy muy contento con Alianza Editorial y con Silvia Bastos, mi agente literaria. Es una editorial con presencia en todo Latinoamérica, pero sobre todo en el acervo cultural de mis lectores. Tiene un prestigio que trasciende lo exclusivamente literario: todos hemos crecido con un libro de Alianza. En estos tiempos volubles en los que las editoriales son absorbidas por otros grupos, con dinámicas muy similares a las de una franquicia, valoro mucho la relación laboral que tengo con Alianza.
Shangri-La es este paraíso exótico de una novela de James Hilton, ¿cuál sería el Shangri-la de Jorge Eduardo Benavides?
Sonará muy cliché, pero creo que sería la Biblioteca Nacional. Desde que vivo en Madrid, hace más de 20 años, voy a escribir y a leer a esa biblioteca. Queda a media hora de caminata desde mi casa, así que mi rutina suponía ir para allá como quien se dirige a su oficina. No tengo distracciones, es un lugar maravilloso, tengo el museo abajo y el Paseo de Recoletos está a un paso. Es una biblioteca preciosa, no puedo pedir más.
EN CORTO
Sinopsis. A partir de una caja de fotos familiares, Mariana le cuenta la historia de su vida a su hija, quizás para justificar la manera en que repetimos ciertas conductas, muchas veces a nuestro pesar. Al detallar cada una de esas imágenes, se detiene para recuperar un pasado elusivo, esa infancia limeña que existe simplemente como algo destinado a añorarse, un paisaje que vibra de fugacidad antes de desaparecer por completo, igual que un espejismo en el calor del desierto.