Europa luce estancada. El shock energético inducido por la invasión de Rusia a Ucrania la dejó extenuada: el PBI de la Unión Europea (UE) solo se ha expandido 4% esta década, frente al 8% de Estados Unidos. Desde fines del 2022, ni el bloque ni Reino Unido han crecido. Encima, el continente enfrenta un aumento de importaciones baratas desde China, que si bien conviene a los consumidores, podría dañar a la industria e intensificar el descontento social. Y en el 2025, Donald Trump podría volver a la Casa Blanca y aplicar enormes aranceles a exportaciones europeas.
El continente necesita un fuerte crecimiento para financiar un mayor gasto en defensa, en especial porque la ayuda de Estados Unidos a Ucrania se está secando, y para alcanzar sus metas de energía verde. Sus electores están cada vez más desilusionados y propensos a votar por partidos de extrema derecha. Además, figuran sus duraderos lastres al crecimiento: envejecimiento poblacional, sobrerregulación e inadecuada integración de mercados.
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Los Gobiernos intentan responder, pero deben tener cuidado. Aunque los shocks se han originado fuera de Europa, los errores de sus autoridades podrían agravar el daño. La buena noticia es que el shock energético ya superó su momento álgido –los precios del gas han caído muy por debajo de su pico–. Pero los otros recién está iniciándose.
El Gobierno chino, en lugar de estimular el magro consumo de las familias a fin de reemplazar la inversión inmobiliaria como fuente de demanda, está subsidiando su manufactura, pues confía en los consumidores foráneos para superar el enfriamiento de su economía. El enfoque chino está en “productos verdes”, principalmente vehículos eléctricos, cuya participación de mercado se duplicaría (hasta la tercera parte del total) para el 2030. Eso terminaría con el dominio de marcas europeas como Volkswagen y Stellantis.
Por otro lado, cuando Trump fue presidente de Estados Unidos, impuso aranceles a las importaciones de acero y aluminio, lo que provocó represalias de la UE hasta que se acordó una incómoda tregua con el presidente Joe Biden, el 2021. Trump amenaza con un arancel general de 10% y sus asesores hablan de ir aún más lejos. Esa posible guerra comercial es un peligro para exportadores europeos, que vendieron por € 500,000 millones (US$ 540,000 millones) en ese país en el 2023.
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Trump está obsesionado con los equilibrios comerciales bilaterales, así que 20 de los 27 miembros de la UE que tienen superávit comercial con Estados Unidos estarían en la mira. A su equipo tampoco le gustan los impuestos digitales, al carbón y al valor agregado que grava Europa.
¿Qué puede hacerse? El camino está lleno de trampas. Un error sería mantener una política económica demasiado estricta en un momento de vulnerabilidad –error que el Banco Central Europeo cometió antes–. En años recientes, la entidad combatió acertadamente la inflación con alzas de las tasas de interés. Además, los baratos productos chinos disminuirán la inflación directamente.
Ello otorga margen a los bancos centrales del continente para recortar las tasas de interés a fin de respaldar el crecimiento. Asimismo, facilitará hacerle frente a las alteraciones externas si es que dichas entidades logran evitar una recesión que impida a los trabajadores desplazados encontrar nuevo empleo.
Otra trampa sería copiar el proteccionismo de China y Estados Unidos con subsidios a determinados sectores. Las guerras de subsidios son de suma cero y malgastan recursos escasos. Las tribulaciones chinas exponen los defectos de un excesivo planeamiento gubernamental. En cambio, el comercio enriquece las economías, incluso, cuando sus socios comerciales son proteccionistas.
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Un boom industrial en Estados Unidos es una chance para los productores europeos de insumos y las importaciones desde China facilitarán la transición verde. Represalias selectivas y proporcionales estarían justificadas como un intento para disuadir a dichos países a no perturbar demasiado los flujos comerciales globales, pero tendrían un costo para la economía europea.
Más bien, Europa debe hacer que su política económica encaje con el momento. Por ejemplo, gastar en infraestructura, educación e investigación y desarrollo. En lugar de emular el intervencionismo chino, debiera tomar nota de las ventajas para las empresas de contar con un vasto mercado interno e integrado, sobre todo en servicios.
La UE debe reformar su onerosa y fragmentada regulación, que también es un obstáculo para los sectores de servicios. Unificar los mercados de capitales tendría el mismo efecto –incluidos los de Londres–. Hay que seguir suscribiendo acuerdos comerciales y no dejar que los agricultores los bloqueen. Y enlazar las redes eléctricas haría que la economía sea más resiliente a shocks energéticos y allanaría la transición verde.
Tal agenda en una era proteccionista parece naíf; pero en un mundo cambiante, son los mercados abiertos y profundos los que tienen el potencial de impulsar el crecimiento económico de Europa.
Traducido por Antonio Yonz Martínez
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