Es parte metáfora, parte mito y parte historia. El concepto “estado de naturaleza” —cómo vivían los humanos antes de que la política se organizara en gobiernos— ha captado la atención de filósofos durante siglos. Thomas Hobbes pensaba que la vida era desagradable, brutal y corta. John Locke discrepó, afirmando que las personas aprendieron a poseer objetos. Robert Nozick creía que la gente estaba tan desesperada por escapar que el resultado fue inevitable: la creación de un Estado.
Fue imposible descubrir si el estado de naturaleza funcionaba como era imaginado, pero pensar qué harían los humanos sin un Gobierno permitió responder preguntas profundas. ¿Cuáles son los límites del poder político? ¿El Estado moderno es algo que los ciudadanos escogerían libremente? Tras toda esta teorización, tres economistas creen tener algunas respuestas empíricas: Robert Allen de la Universidad de Nueva York, Leander Heldring, de la Universidad Northwestern, y Mattia Bertazzani, de la Universidad de Nottingham.
Según su estudio, publicado en la revista académica American Economic Review, la clave para entender la aparición de la política moderna no es una metáfora sino el constante cambio de cauce de los antiguos ríos de Irak. Los primeros Estados no surgieron como refugios frente a la violencia, como planteaba Hobbes, sino por factores económicos.
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Las riberas del Tigris y del Éufrates albergaron algunos de los asentamientos más antiguos del mundo. Esa región (Mesopotamia), que hace 5,000 años refinó el primer sistema conocido de escritura, se ganó la reputación de “cuna de la civilización”. Con los cambios de cauce de esos ríos, hubo agricultores que se quedaron sin agua para sus cultivos. Los autores investigaron si las épocas de esos cambios tuvieron algo que ver con el crecimiento del número y del tamaño de los asentamientos.
Lo que hicieron fue analizar el efecto del primer cambio de cauce registrado, el 2850 a.C. Los agricultores afectados pudieron retomar el nomadismo o juntarse para construir canales que transportaran agua de ríos distantes. Los resultados del experimento muestran que un cuadrángulo de 5x5 km en la cuenca abandonada por un río tenía 14% mayor probabilidad de albergar un asentamiento —marcado por un edificio público como un templo o un mercado—, 150 años después del cambio de cauce que 50 años antes.
Asimismo, cada cuadrángulo tenía 12% mayor probabilidad de contar con un canal construido. Se crearon cinco ciudades y solo tres fueron abandonadas. Los autores sostienen que esto es evidencia de que los primeros Estados fueron formados por agricultores que cooperaron por motivos económicos. Una red de canales habría sido demasiado onerosa individualmente, pero al compartir el costo, su construcción valía la pena para todos. Tales decisiones fueron trascendentales pues son un ejemplo temprano de gobiernos que brindan infraestructura a cambio de impuestos y, por ende, la génesis de los Estados primigenios.
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Seguidamente, los autores dividieron siglos de pensamiento sobre los orígenes de los Estados en dos grupos. El primero, que abarca desde el economista Daron Acemoglu, hasta Karl Marx, supone que los Estados emergen de un proceso de negociación social. Los ricos y los de alto estatus capturan poder para beneficio personal, y proveen servicios como carreteras, colegios o fuerza policial, a fin de mantener tranquila a la población. Pero si este hubiese sido el caso en Mesopotamia, los asentamientos se hubiesen formado en áreas por donde discurrían los nuevos cauces.
El hecho de que los agricultores mesopotámicos optaron por unirse respalda al segundo grupo, que incluye a Locke y Rousseau, y que sostiene que los gobiernos emergieron cuando la gente decidió coordinar, canjeando su libertad de acción por un Estado que arbitre disputas y brinde algún grado de protección. Los autores solo analizan Mesopotamia, pero argumentan que sus resultados pueden aplicarse a otros Estados primigenios. En otras palabras, los gobiernos son escogidos como una opción y no impuestos a sus ciudadanos.
Estos economistas están usurpando terreno comúnmente ocupado por teóricos políticos. El estudio tiene ciertos vacíos. Quizás una conquista explique la propagación de asentamientos en el periodo analizado, o el patrón observado por los autores no se cumpla para otros casos. Ya había seis ciudades y muchos más asentamientos en Mesopotamia antes de que comiencen los cambios de los cauces, y algunos habían existido durante unos mil años.
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No obstante, el estudio es audaz y valioso. Durante siglos, los filósofos han buscado explicar por qué surgen los Estados, pero se ha prestado muy poca atención a la posibilidad de la existencia de factores económicos. Aunque transformar el estado de naturaleza en un tiempo y un lugar específicos significa perder algo de su complejidad, hacerlo abre las puertas al tipo de experimentos que los filósofos del pasado solamente habrían podido imaginar pero no aplicar. Hobbes o Locke lo hubiesen intentado.