PAD Universidad de Piura
Toda organización, empresa, gobierno, está compuesta por personas y depende de las mismas para marchar correctamente; cumpliendo sus objetivos y propósito. Una empresa vale lo que valen quienes allí trabajan y, de manera particular, lo que valgan sus directivos.
Por lo tanto, contar con un grupo humano de primer nivel ha de ser una de las más importantes ocupaciones de la alta dirección. Tenerlo y que se desempeñe bien es todo un reto, ya que no basta con que sean muy buenos profesionales, competentes, sino que hay que saber formarlos, motivarlos, dirigirlos. Como decía el filósofo Leonardo Polo, “Si dirigir es cambiar la conducta del otro, entonces (quien lidere) tiene que entender al otro. Para hacerlo, primero tiene que entenderse a sí mismo. No lo logrará si no logra ver en su empleado a un ser humano distinto de él, con capacidad e inteligencia particular”.
En primer lugar, hay que seleccionar el equipo, tarea que demanda tiempo y dedicación, definiendo los perfiles requeridos; un error de contratación puede convertirse en un gran problema. Pero hay que ser conscientes de que la persona adecuada debe reunir un conjunto de cualidades, donde la competencia profesional es una parte necesaria, pero no la más sustancial; esto es, elegir personas íntegras, con valores humanos, que se sumen a la cultura de la organización, interesadas en aportar y no en beneficiarse sin más. Se debe conocer el desempeño anterior del candidato, sus referencias, por qué salió de anteriores trabajos, vida familiar, aficiones. Contratar un ejecutivo es como añadir alguien a la familia: la diversidad es buena, pero siempre que no sea un estorbo, que no “calza”, que está como gallo en corral ajeno o, como se suele decir, “una bala perdida”. Así como se exige del candidato que sea veraz en su información, también el reclutador tiene su parte: no pintar falsos paraísos ni ofrecer promesas que no se sabe si existirán.
Si la selección es importante, no lo es menos la necesaria formación y el adecuado acompañamiento para que las personas se integren armónicamente, como en una buena orquesta, y den lo mejor de sí, sin estridencias, desafiamientos o desatinos.
Asimismo, los empleados han de encontrar en sus jefes la motivación para trabajar y, esencialmente, para mejorar como personas. Se debe confiar en las capacidades de los demás. Dar confianza, libertad, pero exigir responsabilidad; equivocarse es humano, repetir el error es de necios. La tarea de coaching requiere especiales disposiciones: de ayuda desinteresada, servicio, tiempo, de humanizar la relación profesional, conocer qué tiene para ofrecer un colaborador y darle la posibilidad de hacerlo.
Hay una circunstancia donde se prueba a las personas: en las crisis. En las dificultades, algunos se paralizan, otros parecen echarse atrás, otros se inhiben, esconden o enmudecen. Otros, en cambio, se enrecian y agrupan a los demás en actitud colaborativa… crecen.
Sería impensable pretender un gobierno corporativo sin un grupo humano adecuado, con afán de servicio, honesto, generoso. Y si esto es relevante en la empresa privada, lo es mucho más si se maneja la cosa pública.
Hablándoles a los alcaldes italianos, el papa Francisco dijo hace pocos días que “el servicio al bien común es una forma de caridad comparable con la de los padres de familia”. Lamentablemente, a diario escuchamos, vemos y padecemos las consecuencias del mal desempeño de funcionarios que no podrían estar más lejos de esa caridad que menciona el papa. Ojalá en un futuro cercano podamos ver que en todos los niveles de gobierno –privado o público– se trabaja con dignidad, con sensatez y seleccionando buenos colaboradores y no balas perdidas.