Escribe: Pedro Pablo Kuczynski, expresidente de la República
En los últimos días ha ocurrido un fenómeno inusitado e increíble en la metrópolis de Los Angeles, California. La sequía que azota la ciudad californiana de veinte millones de habitantes desde hace varios meses se transformó en un infierno de incendios naturales en varios de los barrios de esta inmensa urbe. Hace meses que no llueve y súbitamente con la llegada tardía de los vientos cálidos de Santa Ana la sequía se transformó en varios incendios gigantescos y fuera de control. Han sido destruidas más de 12 mil estructuras, sin dejar rastro de lo que existía ahí. Ciento cincuenta mil habitantes se han quedado sin casa.
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Los bomberos no pudieron luchar contra este gigantesco incendio, precisamente porque la prolongada sequía había dejado los diversos reservorios alrededor de la ciudad sin agua. Lo único que se pudo hacer era forzar la evacuación de poblaciones que han tratado de ver lo que quedaba de sus casas, y no quedaba nada. Todo esto va a crear una crisis financiera para miles de familias y va a poner a las aseguradoras en una posición insostenible. Y sin duda tendrá efectos políticos importantes.
Lo de Los Angeles es una tragedia que no se previó a tiempo. Es un ejemplo de lo que puede pasar si no se asegura bien la viabilidad de los barrios y viviendas antes de construirlos.
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Lima es muy distinta a Los Angeles, pero la tragedia en la urbe norteamericana nos da varias lecciones. Lima no tiene las praderas secas que están en las colinas de Los Angeles y han alimentado los incendios ahí. Pero Lima sí tiene grandes defectos en sus construcciones, muchas de las cuales son “auto construidas”, sin adecuada supervisión. La primera lección de Los Angeles es que debe haber un organismo planificador que vea las cosas a largo plazo, eliminando prácticas que pueden ser peligrosas, como en Lima los cables envueltos al aire libre, los postes que se pueden caer en un terremoto, además de la inseguridad en muchos barrios de nuestra capital.
En Los Angeles se previó que podía ocurrir algo, pues es una zona que sufre de sequías y tiene un territorio lleno de viviendas construidas de madera y así susceptibles a incendios.
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En el Perú tenemos al Indeci, pero no es un organismo ejecutor y la informalidad no le hace caso.
Los Angeles tiene un departamento de agua y energía y todo el mundo debe hacerle caso, pero en sus proyecciones esa oficina nunca imaginó que iba a haber una sequía de seis meses que desembocaría en este gigantesco incendio.
Aunque aquí el peligro de un incendio como en Los Angeles es menor por el tipo de construcción que tenemos, sí estamos expuestos a terremotos y tsunamis. Ya tenemos organismos dedicados a combatir los efectos de los terremotos y tsunamis, pero el reto práctico sigue y probablemente aumente con el pasar del tiempo. Un nuevo organismo estatal rimbombante no es realmente la solución: tenemos que trabajar con lo que ya tenemos y mejorarlo, pero es una tarea urgente.
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Otra lección es que debemos tener los fondos disponibles en reserva en caso de una tragedia urbana. Hoy lo que pasa como resultado del déficit fiscal creciente que enfrenta el Gobierno, es que los fondos de reservas contingentes se han consumido en financiar sueldos y tareas no realmente presupuestarias. Cuando llegue, y lamentablemente sí llegará, una tragedia, estaremos huérfanos. Por eso hay que tomar en serio la reserva real de contingencia.
La tercera lección es que tenemos que desarrollar más viviendas o lugares aptos para gente refugiada que ya no tiene casa donde vivir. Eso vemos que pasa en Los Angeles. Pero es muy probable una gran inmigración de gente hastiada por los incendios de las últimas semanas y, vale decirlo, los extraordinariamente altos impuestos a la renta del estado de California.
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No digo que no estamos haciendo nada. Sí se han tomado acciones, pero debemos actualizar nuestras organizaciones y reservas para que puedan aguantar tragedias que nadie quiere contemplar. Para planificar bien y para estar listos para unas contingencias inesperadas, es fundamental que apoyemos y mejoremos lo que ya tenemos. Si hay una lamentable tragedia, tenemos que estar preparados: no es posible cubrir todos los riesgos, pero si es posible preparar los fondos y las instituciones que se necesitan.
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