Docente de la carrera de Gestión de Negocios Internacionales de la Universidad Le Cordon Bleu
Y es que la inflación no es un tema menor. Se le conoce también como el impuesto más caro, porque reduce la capacidad de compra de todos, especialmente de los pobres y de todos aquellos que tienen bajos ingresos, disminuyendo el valor de nuestro dinero y remuneraciones, lo que conlleva a su vez a la especulación, pero también a una disminución del consumo y, en consecuencia, a un enfriamiento de la economía, disminuyendo las ventas no especulativas y su rentabilidad, desalentando la inversión y atentando contra el empleo formal.
En términos generales, la inflación se mide en un sentido amplio y se le atribuye que representa la evolución del costo de vida de un país, en base a diversos indicadores, que en nuestro país se agrupan en el denominado Índice de Precios al Consumidor (IPC), conformado a su vez principalmente por el movimiento de los precios de algunos productos y servicios básicos, comprendidos en una “canasta familiar” establecida. Los motivos por los cuales fluctúa son diversos y un cierto índice de aumento de la inflación, generalmente por debajo del 2%, es considerado como parte del comportamiento normal de una economía, ya que suele ser rápidamente absorbido por los consumidores y, además, significa crecimiento.
Los retos comienzan cuando se sobrepasan los límites de la normalidad comúnmente establecida, tornándose en un motivo de preocupación y alarma cuando los índices siguen aumentando y/o se mantienen por un tiempo prolongado, por encima de los límites manejables. Y es que normalmente los estragos de la inflación no son reversibles, y tampoco son fáciles de detener en un corto plazo, más aún cuando en gran parte son generados por factores externos. Lo que nos lleva nuevamente a mirar a la globalización, en el sentido de la gran interdependencia que existe ahora entre los países alrededor de todo el mundo, y por la cual los sucesos, especialmente en las economías más grandes, nos afecta a todos.
Sin embargo, a pesar de tratarse de un fenómeno global, al igual que otras crisis, la gravedad del efecto inflacionario no es la misma para todos. En primer lugar, porque no todos los factores que aumentan la inflación en todos los países son los mismos y, en segundo lugar, porque las circunstancias o escenario en que ésta se presenta en cada país no son iguales.
Por ejemplo, un factor o elemento principal que motiva la inflación en Estados Unidos, donde la inflación se proyecta a alcanzar este año su más alto nivel en 40 años, es la fuerte demanda generada por la reactivación de la economía en la era post-pandemia, a la cual la cadena de suministros local e internacional no ha venido respondiendo adecuadamente debido a los retrasos en la producción y su ejecución logística, y a la ausencia de mano de obra, que ha creado una situación inusitada en la que las aperturas de empleo superan largamente el número de trabajadores que se encuentran en su búsqueda. Motivo por el cual, las medidas de la Reserva Federal se dirigen ahora a contener la demanda, realizando el mayor ajuste al alza de sus tasas de interés de referencia de los últimos 28 años.
Mientras, en Europa la inflación viene siendo impulsada además por la guerra entre Rusia y Ucrania, que ha motivado principalmente una mayor elevación de los combustibles y la energía, arrastrando consigo los costos de operación de prácticamente todos los productos y servicios.
Además, es necesario recordar que los precios de los commodities ya venían subiendo desde inicios del 2021, cuando se comenzaron a reactivar algunas economías tras la aplicación de las vacunas, mientras se iban levantando las más drásticas restricciones impuestas debido a la pandemia el año anterior y así, por ejemplo, el petróleo se recuperaba por la reactivación del comercio y los negocios, aumentando también la demanda del transporte local e internacional, mientras la producción de algunos alimentos se restringía por los malos resultados de las cosechas causados por problemas climatológicos. Por ejemplo, en economías grandes como Brasil y México el aumento de la inflación se comenzó a sentir durante el primer semestre del año pasado, mientras que en el Perú y el resto de los países latinoamericanos comenzó recién en el segundo semestre.
Desde luego, estos hechos repercutieron y siguen repercutiendo en una forma significativa en nuestro país debido al elevado nivel de importaciones de productos y servicios que justamente se encuentran en el centro del vórtice inflacionario, como los combustibles, alimentos, fertilizantes, y con ellos todas las demás materias primas y bienes de consumo que necesitamos, así como los servicios financieros y el transporte internacional que utilizamos, y que en total representan aproximadamente el 25% de nuestro PBI. Pero, en general, las circunstancias y la coyuntura política, económica y social actuales, en las que alcanza la inflación al Perú, son muy distintas; por lo tanto, las medidas para contrarrestarla no pueden ser las mismas.
Así, debido al aumento de los precios de los insumos y productos locales e importados, a los que se suma el alza del tipo de cambio del dólar, por la fortaleza de esta divisa a nivel internacional y nuestra particular coyuntura política que causó el refugio y expatriación de grandes cantidades de esta moneda, así como la reducción del trabajo formal y con todo ello la reducción del ingreso promedio de los peruanos, la demanda no se ha reactivado con fuerza y, en consecuencia, la inflación no se viene desarrollando a niveles mucho mayores que los de otros países de la región. Por ello, el Banco Central de Reserva del Perú aumentó la tasa de interés de referencia local (léase interbancaria), en forma moderada. Porque, además, el BCR entiende que no se debe desacelerar aún más la economía y que todos los organismos y estamentos del Estado deben estar dirigidos ahora más bien a su reactivación.
Por el lado de nuestras exportaciones (de productos y servicios, como el turismo), la desaceleración también será evidente. Los precios de los commodities internacionales y la inflación generalizada se estabilizarán y disminuirán a partir de este año y, en la opinión de muchos expertos, todo apunta a que el péndulo de la economía nos llevaría pronto a una recesión global causada por una drástica caída de la demanda, que quizás notemos más claramente en el 2023.
En todo caso, la respuesta debe ser la misma: procurar la reactivación económica, que como todos sabemos no se logrará sin su elemento o motor principal, la inversión. Y mientras los administradores de nuestro Estado corrijan y apliquen las medidas políticas, monetarias y financieras correctas para sortear o aliviar los peores efectos de la crisis inflacionaria que aún se encuentra en proceso e incluso en crecimiento en varios mercados debido a algunos rezagos productivos y logísticos, y se esfuercen realmente por atraer los grandes capitales que en nuestro país escasean, nos toca a la mayoría de los peruanos de a pie y empresarios actuar con la necesaria prudencia económica, y practicar una vez más la resiliencia a los que nos deberían tener acostumbrados las imprevisibles apariciones y características de los inevitables ciclos de la economía.