Una noticia en materia laboral que vino desde Chile la semana pasada fue la promulgación de la ley que reduce su jornada laboral de 45 a 40 horas semanales, luego de seis años de trámite legislativo. Se plantea el reajuste de manera gradual en un plazo máximo de cinco años, por lo que los trabajadores pasarán de una jornada máxima de 45 a 44 horas al primer año de publicada la norma, a 42 horas el tercer año y a 40 horas el quinto.
Se permite al empleador implementar jornadas de cuatro días de trabajo de 10 horas y con ello alcanzar las 40 horas semanales, concediendo 3 días de descanso, o laborar más días a la semana sin que el promedio de horas trabajadas exceda las 40.
Otro país de América Latina con jornada de 40 horas semanales es Ecuador, el cual ajustó su jornada de 44 a 40 horas en 1980. Venezuela también cuenta con una jornada de 40 horas semanales, a partir de una reforma ocurrida el año 2013. Colombia va por un camino similar, pretendiendo reducir la jornada semanal de trabajo a 42 horas de forma gradual.
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Según cifras de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), América Latina es una de las regiones con jornadas laborales más extensas: Brasil, El Salvador y Guatemala trabajan entre 42 a 45 horas semanales, mientras que Argentina, Bolivia, Costa Rica, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Uruguay, México y Colombia, 48 horas. En los países desarrollados de Europa, la tendencia se orienta a la reducción de días trabajo a la semana, fijando una semana de 4 días con jornadas inferiores a las 40 horas inclusive.
La OIT en un reciente informe denominado “Working Time and Work-Life Balance Around the World”, de enero de este año, constata que más de una tercera parte de todos los trabajadores en el mundo labora más de 48 horas por semana, mientras que una quinta parte de la fuerza de trabajo mundial tiene un horario de trabajo reducido (a tiempo parcial) o trabaja menos de 35 horas semanales.
Los trabajadores de la economía informal tienen mayores probabilidades de tener jornadas laborales más largas o cortas. Una de las conclusiones del mencionado informe aboga por la necesidad de promover la reducción de las horas de trabajo en los países, a efectos de promover un equilibrio saludable entre el trabajo y la vida privada y así mejorar la productividad.
Pero ¿es posible importar tal iniciativa al Perú? No suena nada mal la idea, pues la tendencia, absolutamente válida, consiste en que el trabajador equilibre su tiempo de trabajo con el necesario tiempo libre para dedicarse a asuntos personales.
¿A quién no le gustaría trabajar menos horas y ganar la misma remuneración? ¿O tener más días de vacaciones al año? ¿O que se incremente la remuneración mínima? Sin embargo, cualquier propuesta que se plantee debe partir de una premisa fundamental: su impacto en nuestra realidad. No resulta adecuado simplemente copiar regulaciones que se aplican en otros países, pues la situación en el nuestro es distinta.
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En el Perú, la regulación vigente contempla una jornada máxima semanal de 48 horas o que, en promedio, no exceda la señalada en un determinado periodo tratándose de regímenes atípicos de trabajo, aunque, según cifras de la OIT actualizadas a enero de 2023, el trabajador peruano promedio labora 37.3 horas efectivas a la semana.
Si bien esta cifra que presenta la OIT podría hacernos pensar que estamos “mejor” que otros países de Latinoamérica, no debemos perder de vista a una de las facetas del subempleo, denominada subempleo por horas o subempleo invisible, la cual se presenta cuando, con una jornada de trabajo efectiva reducida (35 horas semanales, según el INEI), el trabajador no logra percibir un ingreso que le permita cubrir sus necesidades básicas.
El subempleo supone que el trabajador labora pocas horas no porque quiera hacerlo, sino porque no accede a un número mayor que le permita generar ingresos adicionales. El trabajador quiere trabajar más, pero no resulta viable.
Tampoco dejemos de lado que en nuestro país un trabajador formal del régimen general privado goza de treinta días de vacaciones, siendo uno de los países que más días otorga en la región, además de los catorce feriados al año; es decir, 44 días de descanso pagados, y de los días no laborables que suelen fijarse anualmente por el Gobierno de turno para incentivar el turismo interno.
Este dato es importante, pues una variable que se considera al plantear la reducción de la jornada de trabajo es el necesario descanso físico que toda persona requiere.
Pero no solo debe evaluarse lo señalado, sino también el hecho de que la reducción de la jornada de trabajo es viable cuando el trabajador es productivo.
La productividad del trabajador peruano, de acuerdo con cifras de la OIT, se sitúa por debajo del trabajador ecuatoriano y chileno, siendo una de las más bajas de la región. Esta cifra evidencia que no correspondería reducir la jornada, pues primero debe elevarse la productividad, siendo uno de los mecanismos para ello la mejora educativa. Y en ese aspecto estamos rezagados.
Y ni qué decir de la informalidad laboral, cuyos índices se elevan de manera galopante, excediendo el 70% de la PEA. La mayoría de los trabajadores en el Perú, que laboran de manera informal, no forman parte de la discusión de la reducción de jornada pues, al carecer de protección laboral, deben laborar en más de un lugar excediendo largamente las 48 horas semanales con la finalidad de procurarse ingresos.
Advirtamos que en Chile, país que como señalamos, ha reducido recientemente su jornada, las cifras son inversas, es decir, su informalidad es del 30%. Chile tiene mayor productividad laboral que Perú y es menos informal, largamente menos.
Considerando lo expuesto, no sorprendería que si se aprobara la reducción de la jornada de trabajo, lo más probable es que los empleadores tengan que reducir remuneraciones, y que el trabajador dedique su tiempo libre a otra actividad laboral, con el impacto que ello supone en su productividad en la primera, desnaturalizando totalmente el objetivo de la medida.
Entonces, la realidad peruana, sumamente distinta a la de los países que han reducido o vienen reduciendo su jornada de trabajo, exige que este tipo de medidas se estudien con detenimiento antes de colgarse de manera populista de lo que ocurre en otras latitudes. La iniciativa de la reducción no es mala como indicamos, al contrario, suena saludable, pero en nuestra opinión, aun no estamos listos para implementarla.
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