Congresista electo
El dinero es cobarde. Al menor ruido, responde con los pies. Durante los últimos meses, diversos indicadores nos dicen que el “capital”–para resumir de alguna forma el factor que impulsa la rueda de la economía– anda muy asustado por la inestabilidad política y la posibilidad de que tal inestabilidad se convierta en caos político. Anda buscando, por ello, diversos caminos de fuga. Fuga de capitales que–sin ser masiva– se refleja desde hace meses en la tendencia al alza del tipo de cambio y en la importante disminución de las reservas internacionales en lo que va del año (de un máximo de US$ 81,299 millones al 15 de marzo, a US$ 72,704 millones al 22 de junio, último dato disponible).
Revertir esta tendencia alcista en materia cambiaria y, a la baja, en relación a la acumulación de reservas es, en estos momentos, básicamente, “una cuestión de confianza”. Y es que, si pudiéramos hacer una abstracción del factor político, lo más probable es que el tipo de cambio en el Perú estaría como mínimo en niveles alrededor de los 3.5 soles por dólar, y hasta menos. Las razones se caen de maduras: i) el inicio de un nuevo superciclo de los metales, con el cobre, el zinc, el oro, la plata y el litio destinados a brillar aún más en el firmamento de los commodities; ii) el menor nivel de importaciones a consecuencia de la débil recuperación de la actividad económica nacional (no dejarse engañar por el espejismo de la recuperación estadística, producto del abismo en el que cayó el PBI en 2020); y, finalmente: iii) la expectativa de una fuerte recuperación de la economía mundial.
En conjunto, estos factores del “análisis fundamental” apuntalan o deberían apuntalar la entrada masiva de dólares al país y en consecuencia una tendencia del tipo de cambio más bien a la baja (fortalecimiento del sol). Pero no es así. Desafortunadamente, no podemos simplemente cerrar los ojos y hacer desaparecer la extrema polarización política en la que nos encontramos hoy, con medio Perú jalando a la izquierda y el otro medio Perú haciendo lo mismo en dirección contraria. Hace falta recuperar la confianza y, para ello, necesitamos tender puentes, pero sobre todo, necesitamos afrontar con una fuerte dosis de realismo los retos que enfrentamos en el año del bicentenario.
El más grande reto: poner fin a la tragicomedia de la segunda vuelta, aceptando los resultados de la ONPE, de ser refrendados por el Jurado Nacional de Elecciones (JNE), y de inmediato dando pasos concretos en búsqueda de la unidad nacional, anunciando en el más corto plazo posible, un gabinete de consenso y un equipo sólido al frente de las instituciones claves para el buen manejo de la economía. Esto ayudará a despejar el horizonte, pero no será suficiente.
La retórica incendiaria del candidato Pedro Castillo en primera y segunda vuelta y los mensajes explícitos del jefe del Partido Perú Libre, Vladimir Cerrón, han despertado muchas sospechas y algunas certezas acerca de una insana vocación de poder y un deseo suicida de impulsar una Asamblea Constituyente sin necesariamente pasar por el Congreso de la República. Para avanzar, un presidente Castillo tendrá que dar un paso atrás y mostrar –como también lo dice de vez en cuando–: “un estricto apego al orden constitucional”.
Pero, de igual manera, es necesario que quienes no votamos por el Sr. Castillo, reconozcamos que “usos son de la guerra el vencer y ser vencidos”, como dicen que dijo el Inca Atahualpa. Ello implica dejar de hacer llamados abiertos o velados a la insurrección, aquí y en el extranjero, y “dejar de llorar como hombres lo que no pudimos o supimos defender como mujeres” (pequeña licencia que me tomo para invertir, por una vez, el estereotipo). Solo así volverá la confianza, y con ella, la posibilidad de aprovechar los buenos vientos de la economía internacional.