La presentación del presidente Castillo en foros multilaterales no ha sido un gran éxito en términos de acogida internacional. Pero sí alcanzó un logro minimalista: la concreción de una cierta legitimidad externa cuya virtud contrasta con su parcial y contencioso reconocimiento interno.
Con ello, el Sr. Castillo, ha logrado, por lo menos en el exterior, deshacerse de la dimensión dualista que muchos atribuyen al carácter de su función: es el Sr. Castillo o el Sr. Cerrón, o ambos, quienes está(n) a cargo de la jefatura del Estado?
En efecto, el más evidente resultado de la gira por la CELAC, la OEA y la ONU ha sido el reconocimiento general de que el Sr. Castillo es el presidente del Perú. Gran cosa.
A ello ha contribuido la formalidad propia del cargo con la que se ha presentado en cada foro. Pero también ha ayudado su disposición a mostrarse como un gobernante dispuesto a trabajar con el sistema y no en contra él.
Complementariamente, su particular personalidad, revestida de formas y reclamos vernaculares, ha impactado a ciertas autoridades al margen de sus defectos. Éste ha sido el caso del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, quien –en un ceremonia organizada con el propósito especial de recibirlo- ha elogiado sus cualidades personales y convenido con el Sr. Castillo en la naturaleza “constitucional” que deben tener los derechos que él exalta.
El resultado general que contrapone su más extendida legitimidad externa con su aún discutida legitimidad interna ha sido especialmente visible en la CELAC. Allí el llamado a la unidad regional como principal mensaje de su discurso contrastó notablemente con el divisionismo y la polarización que él y su partido procuran en el Perú.
Por lo demás, el relativo fracaso de la reunión convocada por México, marcado por la ausencia de un gran número de Jefes de Estado invitados y la imposibilidad de concretar un posicionamiento regional (una especie de Unión Europea, versión López Obrador) opuesto a Estados Unidos, ha impedido que el llamado unitario del Sr. Castillo adquiriese alguna concreción en el área.
Es más, el principio del pluralismo ideológico con el que los asistentes diplomáticos del Sr. Castillo quisieron iluminar a la reunión mexicana, se deshizo cuando los presidentes de Uruguay, Paraguay y Ecuador establecieron claras diferencias con los representantes de Venezuela, Cuba y Nicaragua en una contienda que, felizmente, siguió trazando la división real entre democracias y dictaduras en la región.
De esa confrontación, lamentablemente el Sr. Castillo no tomó parte. Tal inclinación antidemocrática fue confirmada por el encuentro del presidente con dos dictadores de izquierda: Maduro (no anunciado con anterioridad y cuyos resultados sólo han sido informados por el autócrata venezolano) y Díaz-Canel (Cuba). A ello siguió la reunión sostenida con el presidente de la autoritaria “democracia” boliviana (Luis Arce), el anfitrión mexicano… y con nadie más. La predilección castillista por los países del ALBA (a lo que seguirá, probablemente, un alineamiento más formal) quedó oficialmente confirmada mientras que las invocaciones por la integración no encontraban audiencia verosímil.
Este lamentable disfraz latinoamericanista fue, sin embargo, abandonado en la sede de la OEA cuando, tras repetir sus reclamos sociales y plurinacionales, el Sr. Castillo concluyó su discurso con sorpresivas vivas a la OEA y a América.
Lo primero puede entenderse como una retribución al reconocimiento, extrañamente tempranero, brindado al triunfo electoral de Perú Libre por la misión observadora de ese organismo (que, sin embargo fue tan minuciosamente crítica en el caso boliviano mientras que en el Perú no atendió siquiera elementales protestas de la oposición).
Pero lo segundo parece surgido de la ignorancia presidencial, de alguna transacción desconocida con la primera potencia, del simple elogio personal que hizo el Secretario General del presidente o del reconocimiento de sus propuestas de reforma o cambio constitucionales. Si el Sr. Castillo entiende que el futuro del Perú está vinculado a un panamericanismo resurrecto y replanteado nos alegramos de que así sea. Pero dudamos que ése sea el caso.
Finalmente, en la ONU el Sr. Castillo pudo pasar desapercibido de no ser por su profuso sombrero que terminó por remarcar, artesanalmente, su condición de primer presidente que es, a la vez, profesor y andino como prefirió autodefinirse. Pero, tras el autoflagelo de rigor a propósito de las condiciones sociales del Perú, Castillo tuvo dos propuestas más astutas que originales.
La primera fue sumarse a la iniciativa de un nuevo “pacto social” reclamado por el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, debido a las condiciones de extremo peligro que acechan a la humanidad. Pero Castillo le agregó el toque nacional aprovechando la oportunidad para cobijar, bajo la sensata propuesta del Guterres, la suya sobre un “nuevo pacto social” en el Perú que no es otra cosa que la Asamblea Constituyente o la reforma constitucional.
Al respecto nos gustaría saber qué miembro de la delegación peruana tomó parte en la redacción o corrección de ese discurso y también de la propuesta de un acuerdo multilateral entre urgidos países consumidores de vacunas anti-Covid y productores de la misma.
La propuesta de ese acuerdo propuesto sería original si no fuera porque parece muy similar al que ya negocian los organismos multilaterales comprometidos (la OMS, el Banco Mundial y el FMI) con esos mismos productores con el propósito de mejorar sustancialmente el acceso universal a las vacunas. Tal coincidencia no parece dejar al Sr. Castillo ni al Perú en una posición de fuerte consistencia ética.
Es posible que la confianza internacional de la que carecía el gobierno de Castillo haya mejorado políticamente. Pero no al punto de disolver la falta de confianza interna que lo caracteriza.
Como tampoco deben haber cuajado las seguridades que, económicamente, quiso brindar a un pequeño número de inversionistas extranjeros en Nueva York. Para esos agentes económicos las políticas concretas de promoción y recepción amigable de inversión extranjera son más convincentes que las generales proclamas de un presidente anticapitalista que, sin mayor conocimiento ni poder, asegura que su gobierno no pretende expropiar a nadie y que dará la bienvenida a los que deseen tomar el riesgo de invertir en el Perú. Este extremo de la gira, sin proyectos ni políticas a la mano, tampoco fue todo lo consistente que quisiéramos.