Escribe: Rodrigo Isasi, socio y director ejecutivo en Empathy.
“Lo ambiental es importante, pero ahora hay problemas sociales más urgentes.” Esta afirmación no es poco común entre líderes políticos y empresariales; de hecho, para algunos podría ser un ejemplo claro de la famosa matriz de urgencia-importancia de Franklin Covey. Si esta idea te resuena, lo primero que quiero hacer es reconocer la sensibilidad social que demuestras. Las cifras de desnutrición, la falta de acceso a la salud o al desagüe, por ejemplo, son indignantes. Frente a ellas, hablar de reciclaje o descarbonización puede parecer, si no accesorio, quizá una prioridad del primer mundo y no de un país emergente.
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Sin embargo, quisiera plantear una manera distinta de ver la problemática ambiental. Sin ánimo de convencer, pero sí de contribuir al debate, me gustaría dejar una reflexión que permita generar esa conciencia de la “enfermedad”, sin la cual es imposible que un “paciente” pueda empezar a sanar.
¿Qué pasaría si, en vez de hablar del problema del cambio climático, habláramos de la exposición o vulnerabilidad ante el cambio climático?
Este análisis nos lleva a considerar el impacto que la contaminación ambiental ya está teniendo en la salud de las personas, la reducción de tierras cultivables que pone en riesgo la seguridad alimentaria, la migración forzada debido a la degradación del territorio, y el impacto en la disponibilidad de recursos de subsistencia debido a la pérdida de biodiversidad en los ecosistemas, entre otros.
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Dimensionar esta vulnerabilidad ambiental conecta, de manera inevitable, la problemática ambiental con la problemática social, hasta el punto de definir el problema ambiental como un problema social.
Si analizamos desde esta perspectiva de vulnerabilidad, además, se rompe el paradigma de que se trata de un problema “del primer mundo”. Por el contrario, queda claro que afecta las condiciones de vida, especialmente en países emergentes, y dentro de estos, a las poblaciones con menos recursos, quienes sufrirán de manera desproporcionada estos cambios.
¿Qué hacer? ¿Cómo priorizar? Propongo tres acciones:
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1. Medir los objetivos de progreso social y ambiental con un enfoque interdependiente, como lo plantea Kate Raworth en su propuesta de la economía del donut. Esto nos permitirá entender la interconexión y trabajar en ambas áreas de manera integrada.
2. Elevar la voz como países más afectados para exigir que se acelere la transición energética a nivel global. Los países emergentes no deben cargar con el costo de los daños provocados mayormente por los países más industrializados.
3. Identificar y actuar sobre los casos más críticos de vulnerabilidad, especialmente aquellos donde ya no haya marcha atrás, desarrollando programas específicos de ayuda y mitigación del impacto.
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El reto no es elegir entre problemas sociales o ambientales; el reto es reconocer que, al resolver uno, estamos impactando el otro. Sólo con un enfoque integral lograremos construir un futuro más justo, sostenible y resiliente para todos.
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