Los observadores de aves se ponen nerviosos cuando ven paisajes llenos de turbinas eólicas. Cuando el viento se pone en marcha, sus aspas pueden girar a más de 200 kilómetros por hora. Es fácil imaginar que las aves descuidadas acaben despedazadas. Los activistas suelen señalar esta posibilidad cuando se oponen a la construcción de nuevos parques eólicos.