Los argentinos emitirán su voto el próximo domingo en unas elecciones de mitad de período donde la coalición gobernante podría perder el poder en el Congreso ante una revitalizada oposición, y en medio de una alta inflación y crecientes problemas económicos.
Los votantes elegirán la mitad de los escaños de la Cámara Baja y un tercio del Senado, en una elección que actuará como una prueba crucial para la frágil unidad del Gobierno. Actualmente, Argentina enfrenta una compleja negociación con el Fondo Monetario Internacional por más de US$ 40,000 millones en préstamos, con una economía propensa a crisis que atraviesa una inflación de 50%, un índice de pobreza de 40% y sin acceso a los mercados internacionales de deuda.
“Te van cerrando puertas y los problemas tienden a ser cada vez mayores, los costos para resolver esos problemas tienen a ser cada vez mayores y como siempre, nadie quiere pagar estos costos”, dijo Marina Dal Poggetto, directora de la consultora EcoGo, con sede en Buenos Aires. “La destrucción de ingresos empeora, la pobreza aumenta, es una bomba de tiempo social”.
La coalición peronista gobernante, heredera del movimiento político que fundó el presidente Juan Perón en la década de 1940, perdió la mayoría de las contiendas en las elecciones primarias de setiembre, dejando al descubierto la profunda división política entre el presidente, Alberto Fernández, y la poderosa vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, quien gobernó la nación de 2007 a 2015 con políticas antiempresariales.
De repetirse nuevamente los resultados de las primarias el domingo, la coalición perdería su mayoría en el Senado y la primera minoría en la Cámara Baja, donde actualmente controla el 47% de los legisladores frente a 45% de la principal coalición rival. La votación comienza a las 8 a.m. hora local y los resultados se esperan el domingo por la noche.
Para los partidos de la oposición, esta elección representa una oportunidad para señalar que una coalición promercado más unificada podría regresar al Gobierno en 2023 después de que el expresidente Mauricio Macri perdiera una candidatura a la reelección hace dos años. Los escaños legislativos adicionales también significan la probabilidad de que se impulsen las demandas de un cambio hacia políticas más favorables a las empresas.
Carta explosiva
En los días posteriores a la votación de setiembre, Kirchner escribió una explosiva carta en la que criticaba a Fernández, lo que llevó al presidente a verse obligado a reemplazar a algunos de sus aliados dentro del gabinete, además de adoptar una mayor retórica anti-FMI, una concesión a los grupos de extrema izquierda de la coalición. La elección del gobernador Juan Manzur como jefe de gabinete generó expectativas de que los jefes regionales peronistas, agentes clave del poder en la política argentina, apoyarían al Gobierno y proporcionarían estabilidad política.
Sin embargo, en los últimos dos meses no ha surgido un cambio importante en la estrategia, mientras que una inflación más acelerada y una serie de disturbios sociales han obstaculizado la posición de la coalición. Fernández ya estaba bajo presión por un escándalo por celebrar una fiesta de cumpleaños a pesar de haber ordenado un confinamiento estricto durante la pandemia, lo que provocó que la confianza de los argentinos en el Gobierno cayera a su nivel más bajo desde 2014.
Esos cambios de gabinete “fueron más cosméticos que cualquier otra cosa”, dijo Camila Perochena, profesora de la Universidad Torcuato di Tella en Buenos Aires. “Manzur no pudo lograr el orden que esperaba, por lo cual es muy probable que se derive en más cambios”.
Inversores preocupados
A los inversores también les preocupa que en caso de perder por un margen más amplio, el Gobierno pueda endurecer sus políticas poco ortodoxas, incluso potencialmente incumpliendo pagos al FMI. En octubre, tras no lograr un acuerdo con las empresas, los funcionarios decidieron congelar los precios de más de 1,400 artículos para el hogar. Eso se suma a las restricciones monetarias bizantinas, los controles de capital, la prohibición de despedir trabajadores y una de las tasas de inflación más altas del mundo.
“Los inversores quieren que los peronistas pierdan, pero no por demasiado”, dijo Edwin Gutiérrez, administrador de cartera de Aberdeen Asset Management en Londres. “Si sufren una derrota, existe el peligro de que se vuelvan impredecibles. Nadie sabe qué hará Cristina Fernández si se siente acorralada”.
Durante la campaña, Fernández y su ministro de Economía, Martín Guzmán, endurecieron su retórica sobre el FMI, con el presidente diciendo que Argentina “no se arrodillará” ante la institución con sede en Washington. Incluso a pesar de que Argentina necesita un nuevo acuerdo con el FMI para encarrilar nuevamente la economía después de que el rescate récord otorgado al Gobierno de Macri en el 2018 no lograra estabilizarla, Fernández no está dispuesto a comprometerse con el esfuerzo fiscal multianual que suelen implicar tales acuerdos.
Por lo tanto, aumentan los temores, en el Gobierno, en Washington y en Wall Street, de que no se llegue a un acuerdo entre las partes antes de que venzan los grandes pagos en marzo, después de más de un año de conversaciones lentas. No pagarle al FMI aislaría a Argentina de casi todas las formas de financiamiento internacional, mientras que representaría un daño para la reputación de la institución.
En cualquier caso, es la voz de la vicepresidenta la que todos quieren escuchar después de la mitad del período, incluyendo saber si todavía apoya a Guzmán como el principal negociador de Argentina en las conversaciones del FMI.
“La gran pregunta es, ¿qué quiere hacer Cristina Kirchner?”, dijo Alejandro Catterberg, director de la encuestadora Poliarquía. Si la coalición tiene un peor desempeño el domingo que en las primarias, “va a influir la decisión del Kirchnerismo si van a apoyar, o no, un acuerdo con el FMI”.