El Gobierno de Argentina le está pidiendo a su ciudadanía, que se encuentra entre los consumidores de carne vacuna más voraces del planeta, que reduzca la ingesta para colaborar con el medioambiente.
La Administración del país ganadero, que tradicionalmente compite con el vecino Uruguay como la capital mundial de la carne roja, quiere que la gente se abstenga de consumir carne vacuna un día a la semana para ayudarle a alcanzar sus objetivos climáticos.
El Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible lanzó esta semana la campaña “lunes verdes” para reducir la cantidad de gases de efecto invernadero que produce la ganadería, que es el mayor contribuyente a las emisiones argentinas, aportando con 22% del total. El programa alienta a las personas a sustituir todo tipo de carne por proteínas de origen vegetal.
Por supuesto, los lunes sin carne no son nuevos –la primera iniciativa global comenzó en el 2003–, pero su llegada a Argentina muestra cuán lejos ha llegado el impulso climático: en otra era, la idea habría sido un anatema en un país donde las costillas asadas se consideran un derecho natural.
Los ganaderos están furiosos. La carne de res “es emblema de nuestra identidad nacional y un producto que nos representa en el mundo como ningún otro”, señaló la Sociedad Rural Argentina en un comunicado en el que manifiesta su oposición a la iniciativa.
De hecho, los argentinos de hoy ya no consumen la enorme cantidad de carne por la que han sido tan famosos en el pasado.
Una recesión económica prolongada se ha traducido en una disminución del consumo anual de carne vacuna per cápita a 49 kilos; se trata de la primera vez que el nivel es inferior a 50 kilos en datos que se remontan a casi dos décadas, y está muy por debajo del máximo del 2009, de 70 kilos, según la Cámara de la Industria y el Comercio de Carnes y Derivados (Ciccra).
El consumo en Estados Unidos aún es mucho menor en comparación. En el 2018, el estadounidense promedio consumió 25 kilos de carne vacuna.