Todo parece indicar que la inflación se acentuará fuertemente en Japón, impulsada por la explosión de los precios de la energía. Pero para las empresas del país, marcado por una mentalidad deflacionista, subir los precios no es tarea fácil.
El coste de numerosos artículos de la vida cotidiana ha aumentado en los últimos meses, un hecho del que se hicieron eco los medios locales, que publicaron anuncios en este sentido emitidos por el gigante de la agroalimentación Meiji, la cadena de supermercados Lawson o el grupo de cosméticos y de productos de limpieza Kao, entre otros.
La futura subida del precio de los “Umaibo”, unas barritas de maíz inflado muy populares entre los niños japoneses, provocó a finales de enero un cierto revuelo, pues el precio de esa golosina había permanecido estable desde su salida a la venta... en 1979.
Desde los años 1990, la economía japonesa ha estado globalmente estancada y alterna los periodos de bajada de precios (deflación) con, como mucho, algunas fases de tímida inflación.
Esas “décadas perdidas”, como los economistas las apodaron, “forjaron verdaderamente una actitud deflacionista” en la que los consumidores “esperan que ni los salarios ni los precios aumenten”, recuerda Shigeto Nagai, de Oxford Economics.
Además, las empresas han “perdido su poder de fijación de precios: temen perder partes de mercado si se ponen a vender más caro”, agrega el economista.
Recortar beneficios y “reduflación”
Muchas compañías locales prefieren absorber sus costes adicionales en lugar de descargarlos sobre sus precios de venta.
Y cuanto más pequeñas son y más estrechos son sus lazos con los clientes, más les cuesta dar el paso.
“De momento, aguanto el aumento de los costes”, explica Satoshi Okubo, que regenta un restaurante familiar en Tokio especializado en tallarines udon (a base de harina de trigo blando).
“Tenemos este negocio desde hace 70 años, no puedo simplemente hacer que esos costes recaigan sobre nuestros clientes, de los que nos sentimos muy cerca”, argumenta, aunque eso comporte una reducción de sus beneficios.
Para no recortar demasiado su rentabilidad, muchas marcas japonesas de alimentación recurren a la “reduflación”: no tocar el precio de un producto pero reducir levemente su cantidad.
Una práctica que irrita a algunos consumidores, como Masayuki Iwasa, de 45 años, que recopila esos casos desde principios del 2020 en su página web, llamada “Neage” (“aumentos de precio”).
“Hay empresas que dicen honestamente lo que hacen y otras que no. Si fueran transparentes [sus aumentos de precios], pienso que los consumidores lo entenderían”, considera Iwasa.
Círculo vicioso
Otro antídoto clásico de las empresas niponas para evitar subir los precios: contener los sueldos.
En los años 2000, los grandes grupos japoneses “convirtieron muchos de sus contratos indefinidos en contratos temporales que les costaban mucho más barato”. Y, con los “empleados de por vida” que les quedaban, “subirles el sueldo es lo último que los jefes tienen ganas de hacer”, según Nagai.
Ya hace mucho que la “lucha de primavera” (“shunto”), como se conoce a las negociaciones salariales anuales en Japón, no tienen de combativo más que el nombre, pues los sindicatos de trabajadores dan más prioridad a la protección del empleo que a la revalorización de los sueldos.
Sin embargo, esta estrategia -unos sueldos prácticamente estancados desde hace dos décadas- acaba frenando el consumo de los hogares, con lo que el país no acaba de salir de la trampa de la deflación. Un círculo vicioso.
Mientras que un fuerte viento de inflación sopla en Estados Unidos y en Europa desde el año pasado, Japón sigue siendo una excepción: los precios al consumo (sin tasas) recularon un 0.2% de media en el 2021.
No obstante, en los últimos seis meses han estado en leve ala y en febrero registraron su crecimiento más fuerte en dos años (+0.6% interanual), según las estadísticas publicadas este viernes.
La inflación podría alcanzar el 2% en los próximos meses, según los analistas. El Banco de Japón (BoJ), que va detrás de este objetivo desde hace casi diez años, tampoco debería alegrarse de ello.
Y es que esa inflación importada y agravada por la depreciación del yen “no será duradera”, pues el consumo de los hogares sigue siendo bajo, explica Nagai. “Más bien, deberíamos preocuparnos por un nuevo shock deflacionista”, apunta.