Lionel Laurent
Los turistas trotamundos solían sentir la conocida “vergüenza de volar” por la huella de carbono que eso deja. Ahora, es la lucha contra el SARS-CoV-2 lo que los convierte en blanco de críticas. Ya sea que se trate de hipócritas políticos que se escapan a escondidas a unas soleadas vacaciones mientras instan a la gente a quedarse en casa, o bien, a influencers de las redes sociales que presumen de sus viajes a Dubái, ver ahora un sombrero Panamá o una maleta de viaje con ruedas provoca indignación.
Gran parte de la ira tiene justificación, especialmente en países que viven bajo algún tipo de confinamiento donde se desaconsejan o restringen estrictamente los viajes al extranjero. Nada merma la confianza pública en política como las personas que usan citas dentales en España para sortear las restricciones de vuelos desde Dublín. En la lucha entre vacunas y variantes, permitir que se importen sin control casos de contagio es el tipo de error fatal que los países deben evitar. Los viajes son, después de todo, el “símbolo” de cómo se propaga el covid-19, como dice un experto.
Sin embargo, a pesar de su lógica, las restricciones a los viajes son muy difíciles de implementar correctamente. Cuando el coronavirus se globalizó el año pasado, los cierres de fronteras resultaron tener sus bemoles, su efectividad disminuyó con el tiempo y finalmente no logró disminuir de verdad los casos. Las prohibiciones, que no eran equitativas para todos o se aplicaban al azar, parecían hacer más daño que bien. No era solo la multitud de Cancún que se quejaba; los trabajadores europeos protestaban por las restricciones en la frontera entre Alemania y Polonia.
Ahora existe un riesgo real de repetir esos errores. Esta semana, Alemania cerró parcialmente sus fronteras con la República Checa y la región tirolesa de Austria, presumiblemente para mantener a raya las nuevas variantes, más contagiosas. Como resultado, a una de cada dos personas, aproximadamente, se le habría negado el ingreso a Alemania, por lo que se teme que esto haya ido más allá que simplemente detectar a irresponsables turistas que se dirigían a centros de esquí, ya que camioneros y trabajadores esenciales resultaban víctimas en medio del fuego cruzado. El grupo de lobby de transporte vial IRU dijo que el flujo de bienes era un “caos”. Los fabricantes de automóviles alemanes han advertido que su cadena de suministro está en riesgo de colapsar. Es un déjà vu y Francia teme que pueda ser el próximo objetivo.
Algunos dirán que el beneficio de reducir los posibles casos de contagio vale cualquier costo. Sin embargo, esto no se aplica a todas las situaciones, especialmente en el caso de exportadores interconectados de la Unión Europea como Alemania. La variante B.1.1.7 ya llegó a ese país y representa cerca de 22% de los nuevos casos, lo que se compara con solo 6% de hace dos semanas. Hablar de prevenir una “mayor intrusión” es muy optimista. Es posible que reducir el tráfico fronterizo conlleve una escasa recompensa epidemiológica y altos costos económicos, especialmente teniendo en cuenta la interdependencia de Alemania con sus vecinos en una recuperación posterior a la pandemia.
Incluso los países asiáticos, que han mantenido un estricto control sobre los contagios, no están ajenos a las consecuencias no deseadas de las severas restricciones de viaje. En Hong Kong, la abrupta extensión de su período de cuarentena para los viajeros, de dos a tres semanas, ha elevado los precios de los hoteles y perjudicado a las trabajadoras domésticas de bajos ingresos, cuyos empleadores están menos dispuestos a pagar por su estadía. Dado que el período de incubación del covid-19 en la mayoría de los casos es de dos semanas, algunos científicos dicen que, si bien las cuarentenas tienen sentido como política, los siete días adicionales podrían ser innecesarios.
Sin embargo, hay formas de hacer que las restricciones sean más justas sin darle la victoria al virus. Evitar los vacíos dentro de las restricciones de viaje es una de ellas. Por ejemplo, no tiene sentido eximir a algunos países de las cuarentenas a los viajeros, dado que el virus no respeta los pasaportes.
Las restricciones también se beneficiarían de una comunicación más clara y un momento oportuno. Un estudio publicado en diciembre en The Lancet reveló que las restricciones de viaje son más eficaces en lugares con tasas de contagio ya bajas donde los casos importados podrían provocar una nueva ola epidémica –como Nueva Zelanda o China– y menos eficaces en países donde las tasas son altas.
Finalmente, las restricciones deberían basarse idealmente en datos, no en política. Un trato preferencial para ciertos países, sin importar cuán atractivas parezcan las burbujas de viaje, corre el riesgo de avivar las animadversiones justo cuando más se necesita confianza y cooperación, según Joan Costa-Font, de la Escuela de Economía de Londres. Por ejemplo, el reciente acuerdo de viaje de Grecia con Israel y Chipre que permite que las personas vacunadas viajen libremente. Es fácil entender por qué esto podría molestar a otros miembros de la UE. Acelerar el despliegue de las vacunas y controlar el virus es probablemente un problema más apremiante que los acuerdos de viaje.
Un año después, todavía no hay una solución fácil para esta pandemia. Pero algunas políticas pueden hacer más daño que bien, incluso si el sombrero Panamá probablemente deba permanecer guardado por un tiempo más.