Botellas de gel, toma de temperatura, ventanas de par en par y muchas dudas y temores marcan el inicio este lunes del nuevo ciclo escolar en México después de 17 meses de aulas cerradas.
Oficialmente se desarrollará “de forma presencial, responsable y ordenada” y según disposiciones de autoridades y actores del sector, indicó la Secretaría de Educación.
En la práctica, habrá un sistema voluntario, heterogéneo e híbrido entre lo presencial y lo virtual que unos definen de caótico y otros de gradual. Y aunque miles de escuelas abrieron sus puertas el lunes, todavía no está claro cuántos alumnos llegarán en los próximos días porque más allá de regulaciones federales, estatales y locales, la decisión final queda en manos de cada centro y de los propios padres.
En la primera mañana de clases la asistencia fue desigual. En unos lugares los alumnos recibían indicaciones en los patios. En otros mostraban su alegría por el regreso. Y otras aulas quedaron completamente vacías.
“Yo espero que poco a poco se vayan incorporando más a las clases presenciales y que ya pronto hablemos de normalidad en lo educativo”, confió el presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia matutina.
“Puede ser que algún niño se contagie pero se puede aislar, se atiende, hay médicos para eso”, agregó tras enfatizar la necesidad de que se cumplan todos los protocolos de prevención e higiene.
Habrá que esperar unas semanas hasta ver el impacto real de esta medida en un país con 25 millones de alumnos en educación básica. El lunes cundían las dudas.
“Los chicos estaban deseosos de volver y respetando mucho los protocolos de higiene”, comentó Bettina Delgadillo, directora de una escuela privada de San Pedro Garza García, el municipio más rico del país en el norteño estado de Nuevo León. Sin embargo, reconoció que todavía existe mucha incertidumbre sobre cómo va a funcionar el proceso.
“Hay escuelas mucho más preparadas y seguras para los niños que supermercados o establecimientos que llevan abiertos meses”, subrayó. “Pero entiendo que como autoridad es complicado decir ‘aquí sí’ y ‘aquí no’”.
En la otra punta del país, en el estado más pobre, Chiapas, Enrique Morales, un maestro de primaria de Simojovel, estaba igual de confundido. “No se han limpiado muchas escuelas y los padres son los que tienen que cooperar para el gel y para todo”, se quejó.
En su zona, los padres tenían previsto comenzar a reunirse esta semana para decidir qué hacer pero él tiene claro que no quiere llevar a sus dos hijos al salón. Chiapas tiene el menor nivel de alerta por COVID de todo México -es el único estado en “semáforo verde”- pero él enterró a su padre en enero y hace unos días a su suegro.
México enfrenta este regreso a clases con más 3.3 millones de casos acumulados, más 380,000 muertes asociadas al COVID-19 y el 64% de su población adulta con al menos una dosis de la vacuna pero muy pocos niños inmunizados. Además, lo hace en medio de una tercera ola de contagios, el peor momento para algunos.
“El regreso a clases no implica necesariamente un mayor riesgo ni para los chicos que regresan a la escuela ni para la comunidad”, aseguró Miguel Bentancourt, especialista en Salud Pública. Pero hay que cumplir unas condiciones mínimas de higiene, vigilancia, ventilación de los espacios y sobre todo hay que tener la flexibilidad de hacer ajustes continuos si es necesario, una postura que apoyan UNICEF y la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
En México conviven centros que registran alumnos con aplicaciones de código QR y hacen pruebas rápidas a sus maestros de forma habitual con escuelas sin agua corriente donde ni se habla de tests. Pero maestros de mundos tan opuestos como Delgadillo y Morales coinciden en la necesidad de proteger a los menores y en que la educación a distancia no es suficiente.
“Vamos a hacer lo que más se pueda para que los niños vengan dos o tres días porque la otra opción no funcionó”, dijo el chiapaneco. “Pero el gobierno debe sanitizar las aulas”, insistió.
México es un país con más de 30 millones de alumnos, 25 de ellos de educación básica, un porcentaje importante de los más de 100 millones de niños, niñas y adolescentes afectados por los cierres educativos en toda América Latina, una zona con regazos previos donde se va a agudizar una crisis de aprendizaje “con consecuencias de largo plazo en el desarrollo de toda una generación de estudiantes”, alertó Vincenzo Placco, asesor regional de Unicef.
Placco subrayó que las escuelas siempre deberían ser las últimas en cerrar y las primeras en reabrir porque a veces son espacios más seguros que los propios hogares.
Sólo en México, 5.2 millones de estudiantes no se inscribieron en el curso pasado por causas relacionadas con la pandemia o falta de recursos, según datos de la Secretaría de Gobierno, que también alertó de un aumento de la violencia doméstica y los suicidios en menores.
La gradualidad y la evaluación constante son clave. Campeche, en el sureste mexicano, fue el primer estado que hizo un intento de clases presenciales en abril pero tuvo que cerrar por un aumento de los contagios. Ahora, según la secretaria de Educación estatal, hay lecciones aprendidas: capacitar mejor a maestros y padres, intentar que los docentes se queden en las comunidades donde trabajan para que haya menos movilidad o dejar los viernes como días de recuperación para los alumnos con más necesidades.
Las fórmulas van a ser diversas y el lunes estuvo dedicado a aprender la nueva normalidad escolar: cubrebocas obligatorio, saludos “de codo”, nada de recreos o compartir útiles, distancia de seguridad y filtros sanitarios en la familia, en la entrada de la escuela y en los salones.
El gobierno federal acabó suprimiendo que los padres firmaran una carta para confirmar que la asistencia a clases era su voluntad, algo que muchos consideraron un intento de las autoridades de esquivar su responsabilidad sobre todo en el sector público, donde las carencias en infraestructura datan de décadas.
Pero Morales dijo que en Chiapas sí pedirán la carta porque los profesores no quieren tener problemas después si hay contagios. Muchos centros privados de Ciudad de México obligan a que cada día el menor lleve un documento firmado de que no tiene síntoma alguno.
“Todo da miedo”, dijo Rosario Plácido, que vende quesadillas y tiene una hija de 5 años y un hijo de 14 . “Da miedo la enfermedad, pero el que no va, no aprende”.
La mayoría de los países latinoamericanos — incluido en más grande y poblado, Brasil-- ya han comenzado a impartir algunas clases presenciales a distinto ritmo, muchos marcados por problemas en el alcance de las vacunas o deficiencias en la infraestructura escolar de ciertas zonas.
Argentina está apostando fuerte por lo presencial a partir del 1 de septiembre -en Buenos Aires incluso de manera obligatoria salvo niños de riesgo- y en Chile , con los contagios en descenso, el 74% de las aulas ya están abiertas. En el otro lado del espectro estarían Venezuela, que se plantea lo presencial a partir de octubre, y Perú que no lo considera hasta principios de 2022, cuando se haya vacunado a todos los maestros.
Pero al final, subrayó Placco, lo más importante es “sopesar los riesgos que existen en términos de salud, de nutrición -muchas escuelas dan la principal comida a los niños-, de exposición a la violencia o a embarazo adolescente versus el riesgo de epidemiológico que existe en una escuela que está implementando medidas de bioseguridad”.
“Se trata de ensayo, error, ensayo, error”, dijo Beatriz Tirado, una maestra de preescolar de la Ciudad de México que recibió el lunes solo 10% de los niños inscritos. Ella quería llevar a su hija de 6 años al colegio pero esa escuela seguía cerrada. “Tenemos que adaptarnos a todo esto que no va a cambiar y desde ahorita los niños deben acostumbrarse”.